Ese acuerdo fue aceptado por los israelíes, que en 1994 dieron a la Autoridad Palestina el control administrativo de Jericó y otras ciudades de la Margen Occidental.
¿Podría ser el siguiente paso una solución de dos Estados al conflicto palestino-israelí? Me cuento entre los que lo consideran improbable en el corto plazo, por muy dinámica, decidida y talentosa que resulte ser la diplomacia de la Administración Trump.
Oriente Medio, siempre un sangriento rincón del mundo, se ha vuelto más sangriento en los últimos años. Los historiadores debatirán hasta qué punto las políticas del presidente Obama contribuyeron a ello. Pero, dada esta realidad, los líderes israelíes, del Partido Laborista en la izquierda como del Likud en la derecha, están convencidos de que la retirada de sus fuerzas militares de la Margen Occidental crearía un vacío que cubrirían los yihadistas.
Tengamos en cuenta los precedentes. En 2005, todos y cada uno de los soldados y colonos israelíes fueron retirados de Gaza. A los dos años, Hamás se había hecho con el control del territorio y empezado a lanzar misiles contra los pueblos y ciudades israelíes. Se sucedieron varias guerras menores, y los terroristas siguieron excavando túneles terroristas hacia Israel.
Cinco años antes, los israelíes se retiraron del sur del Líbano. Eso fortaleció a Hezbolá, el satélite de Irán, con el que se librarían otras contiendas, la última en 2006. Desde entonces, Hezbolá ha instalado más de 150.000 misiles en casas, escuelas y mezquitas, todos ellos apuntando a Israel.
En 1982, en virtud de un histórico acuerdo de paz firmado pocos años antes, los israelíes entregaron la Península del Sinaí a Egipto. Hoy, una rama del Estado Islámico, también conocido como ISIS, libra allí una guerra de insurgencia.
A pesar de todo, y contra lo que se dice en algunas informaciones, el primer ministro israelí,Benjamín Netanyahu, jamás ha descartado la posibilidad de un acuerdo del tipo paz por territorios con los palestinos. Pero a cambio de renunciar a la Margen Occidental (capturada a Jordania en una guerra defensiva hace casi 50 años), no cederá en que el Estado judío cuente con un compromiso verificable de los palestinos con la coexistencia pacífica.
Hamás, que controla Gaza y tiene células en toda la Margen Occidental, rechaza inequívocamente esa idea. Hamás cree que la ley islámica obliga a los musulmanes a combatir a los no musulmanes que controlen tierras que en algún momento hayan sido conquistadas por musulmanes.
El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, que cumple 82 años este mes, no parece compartir las convicciones religiosas de Hamás. Pero si terminase su larga trayectoria estrechando la mano a Netanyahu en los jardines de la Casa Blanca, sería tachado de traidor, no sólo por Hamás, también por los que aspiran a sucederle en la Margen Occidental; y por la República islámica de Irán, que, como consecuencia directa de las políticas de Obama, es hoy la potencia emergente en Oriente Medio.
Oirán decir que, a falta de una solución de dos Estados, tendrá que haber una solución de un Estado, lo que significaría la anexión israelí de la Margen Occidental y Gaza. En ese punto, los israelíes se enfrentarían a un callejón sin salida: negarse a conceder la ciudadanía a los palestinos que viven en esos territorios –en cuyo caso Israel dejaría de ser una democracia– o convertirse en una minoría en su propio país.
No es ninguna incógnita qué supondría la segunda posibilidad. Las comunidades judías sido perseguidas en y expulsadas de muchos sitios, también por supuesto y desde luego en tierras musulmanas. No podemos decir que esto sea cosa del pasado ni que haya habido un cambio de actitud. Hay más de veinte países que se denominan árabes y más de cincuenta que se identifican como islámicos. Las minorías disfrutan de igualdad de derechos en pocos o ninguno de ellos. (En cambio, árabes y musulmanes constituyen aproximadamente el 20% de la población de Israel, y gozan de más libertad, derechos y beneficios que los árabes y musulmanes de cualquier país árabe o musulmán).
Todo esto sugiere que ahora no es el momento de emprender iniciativas diplomáticas radicales.Se producirán cambios importantes una vez Abás haya salido de escena. En Estados Unidos deberían estar preparados.
Mientras tanto, vale la pena alentar a los palestinos para que desarrollen las instituciones –como la FNS– que definen y sostienen la verdadera estadidad. Si no, seguirán dependiendo indefinidamente de la comunidad de donantes”. Peor aún: podría surgir un Estado palestino que lograra el reconocimiento internacional y después fracasara. ¿A quién beneficiaría eso?
Se puede mejorar la vida de los palestinos de la Margen Occidental, en Jericó y otras partes. Necesitan imperiosamente más trabajos con mejores salarios y beneficios sociales. Los israelíes están dispuestos a ayudar, y a aumentar la cooperación económica. Pero antes los líderes palestinos tienen que dejar de oponerse a la normalización con los israelíes y de apoyar el BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), campaña que pretende alejar de Israel a inversores, empresas y empleadores.
Por último, sería útil un poco de perspectiva. El resentimiento de los palestinos por la presencia militar israelí en la Margen Occidental es entendible, como su rencor por las vallas y muros que separan la Margen Occidental de Israel. Pero ambas cosas fueron una respuesta a ataques convencionales y terroristas que mataron a miles de israelíes, no la causas de las mismas.
En los últimos días, el artista que se hace llamar Banksy generó mucha atracción mediática abriendo un hotel junto a una sección del muro en Belén con el anuncio de que tenía “las peores vistas del mundo”. ¿No hay ningún reportero con suficiente nervio para preguntarle por qué considera que las bombardeadas ruinas de Alepo, Mosul y Saná tienen más encanto?
© Versión original (en inglés): Foundation for Defense of Democracies (FDD)
© Versión en español: Revista El Medio
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