A diez millas al sur de Tel Aviv, estoy de pie en una pasarela sobre dos depósitos de concreto del tamaño de un campo de fútbol y veo verter agua en estos desde una tubería inmensa que surge de la arena. El tubo es tan grande que yo pusiese caminar a través de este de pie en posición vertical, si no estuviese lleno de agua proveniente del Mediterráneo bombeada desde una toma a una milla de la costa.
“Ahora, eso sí es una bomba de agua!” Edo Bar-Zeev me grita con voz alta por encima del ruido de los motores, con una sonrisa de admiración no disimulada dentro del lugar que ocupamos. Los embalses debajo de nosotros contienen varios pies de arena a través de los cuales el agua de mar se filtra antes de entrar a un hangar metálico extenso, donde se convierte en agua potable suficiente para abastecer a 1.5 millones de personas.
Estamos junto a la nueva planta desalinizadora Sorek, la planta de desalinización por ósmosis inversa más grande del mundo y estamos viendo justo la salvación de Israel. Hace apenas unos años, en las profundidades de su peor sequía en al menos 900 años, Israel se estaba quedando sin agua. Ahora posee un superávit. Ese notable vuelco fue logrado a través de campañas nacionales para conservar y reutilizar los escasos recursos de agua de Israel, pero el mayor impacto llego por una nueva línea de plantas de desalinización.
Bar-Zeev, que recientemente se unió a Instituto Zuckerberg para la Investigación del Agua en Israel luego de completar su trabajo post-doctorado en la Universidad de Yale, es experto en bio-contaminación, lo cual siempre ha sido el talón de Aquiles de la desalinización y una de las razones por las que ha sido considerado como un último recurso. La desalinización funciona empujando el agua salada hacia las membranas que contienen poros microscópicos. El agua pasa a través de estas, mientras que las moléculas más grandes de sal son dejadas atrás. Pero los microorganismos en el agua de mar colonizan rápidamente las membranas y bloquean los poros y controlarlos requiere de una periódica costosa, e intensiva limpieza química. Pero Bar-Zeev y sus colegas desarrollaron un sistema libre de químicos en piedra volcánica porosa a fin de capturar los microorganismos antes de que alcancen las membranas. Es sólo uno de los muchos avances en la tecnología de membranas que han hecho de la desalinización un proceso mucho más eficiente. Israel recibe ahora el 55% de su agua para uso doméstico del proceso de desalación y esto ha contribuido a convertir uno de los países más secos del mundo en el más improbable de los gigantes en materia de agua.
Impulsado por la necesidad, Israel está aprendiendo a sacarle más provecho a una gota de agua que cualquier país de la Tierra y gran parte de ese aprendizaje está ocurriendo en el Instituto Zuckerberg, donde investigadores han sido pioneros en las nuevas técnicas de riego por goteo, tratamiento de aguas y en desalinización. Estos han desarrollado resistentes sistemas de pozos para aldeas africanas y contenedores biológicos los cuales pueden reducir a la mitad el consumo de agua en la mayoría de hogares.
La misión original del instituto fue mejorar la vida en el desértico Negev en Israel, pero las lecciones parecen cada vez más aplicables a todo el Creciente Fértil. “El Medio Oriente se está secando”, dice Osnat Gillor, profesor en el Instituto Zuckerberg quien estudia el uso de las aguas residuales recicladas en cultivos. “El único país que no sufre de un estrés agudo de agua es Israel”.
Ese estrés de agua ha sido un factor importante en los disturbios que desgarran al Medio Oriente, pero Bar-Zeev cree que las soluciones de Israel pueden ayudar también a sus resecos vecinos – y en el proceso, reunir a viejos enemigos en una causa común.
Bar-Zeev reconoce que el agua muy probablemente sea una fuente de conflicto en el Medio Oriente a futuro. “Pero creo que el agua puede ser un puente, a través de empresas conjuntas”, dice él. “Y una de esas empresas es la desalinización”.
Llevados a la desesperación
En el 2008, Israel estuvo al borde de una catástrofe. Una sequía de diez años había reducido a cenizas el Creciente Fértil y la mayor fuente de agua dulce de Israel, el Mar de Galilea, se redujo a unas pocas pulgadas de la “línea negra” en el que la irreversible infiltración de sal pudiera inundar el lago y arruinarlo para siempre. Se impuso una restricción en el agua y muchos agricultores perdieron las cosechas de un año.
A sus homólogos en Siria les fue peor. A medida que se intensificaba la sequía y el nivel de agua llegaba a sus niveles más bajos, los agricultores sirios se enfrascaron en perseguirla, perforando pozos de 100, 200, luego 500 metros (300, 700 y luego 1.600 pies) en una carrera literal hacia el fondo. Con el tiempo, los pozos se secaron y las tierras de cultivo sirias colapsaron en una épica tormenta de polvo. Más de un millón de agricultores se unieron a los barrios masivos en las afueras de Alepo, Homs, Damasco y otras ciudades en un vano intento por encontrar trabajo y propósito.
Y eso, según los autores de “Cambio Climático en el Fértil Creciente y Consecuencias de la Reciente Sequía Siria”, un documento del 2015 en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias, fue la mecha que incineró completamente a Siria. “El rápido crecimiento de las periferias urbanas sirias”, estos escribieron, “marcada por los asentamientos ilegales, el hacinamiento, la mala infraestructura, el desempleo y la delincuencia y el crimen, fueron abandonados por el gobierno de Assad y se convirtieron en el centro de disturbios en desarrollo”.
Historias similares son relatadas en todo el Medio Oriente, donde la sequía y el colapso agrícola han producido una generación fútil, sin perspectivas y resentimientos latentes. Irán, Irak y Jordania todos enfrentan catástrofes en lo referente al agua. El agua está impulsando a toda la región a acciones desesperadas.
Más agua de la necesaria
Excepto Israel. Sorprendentemente, Israel tiene más agua de la que necesita. El cambio de tendencia se inició en el 2007, cuando se instalaron inodoros de bajo flujo y cabezales de ducha en todo el país y la autoridad nacional del agua construyó innovadores sistemas de tratamiento de aguas que recuperan el 86% del agua que se escurre por el desagüe y lo utilizan para el riego – inmensamente mayor que el segundo país más eficiente del mundo, España, que recicla el 19%.
Pero incluso con estas medidas, Israel todavía necesita alrededor de 1,9 millones de metros cúbicos (2,5 millones de yardas cúbicas) de agua dulce por año y obtenía sólo 1,4 millones de metros cúbicos (1,8 millones de yardas cúbicas) de fuentes naturales. Ese déficit de 500 millones de metros cúbicos (650 millones de yardas cúbicas) era por qué el mar de Galilea se estaba drenando como una bañera sin tapón y por qué el país estaba a punto de perder sus granjas.
Introduciendo la desalinización. La planta de Ashkelon, en el 2005, aportó 127 millones de metros cúbicos (166 millones de yardas cúbicas) de agua. Hedera, en el 2009, colocó otros 140 millones de metros cúbicos (183 millones de yardas cúbicas). Y ahora Sorek, 150 millones de metros cúbicos (196 millones de yardas cúbicas). Todas las plantas desalinizadoras contadas pueden proveer unos 600 millones de metros cúbicos (785 millones de yardas cúbicas) de agua al año y vienen más en camino.
El Mar de Galilea es más completo. Las granjas de Israel están prosperando. Y el país se enfrenta a una pregunta previamente impensable: ¿Qué hacer con el agua sobrante?
La diplomacia del agua
Dentro de Sorek, 50.000 membranas encerradas en cilindros verticales blancos, cada uno de 4 pies de alto y 16 pulgadas de ancho, zumben como motores a reacción. Todo el lugar se siente como en una nave espacial que palpita y está a punto de despegar. Los cilindros contienen hojas de membranas plásticas envueltas alrededor de un tubo central y las membranas están perforadas con poros de menos de un centésimo de diámetro de un cabello humano. El agua es disparada hacia los cilindros a una presión de 70 atmósferas y es empujada a través de las membranas, mientras que la salinidad restante es devuelta al mar.
El proceso de desalinización solía ser un costoso proceso de energía, pero el tipo de tecnologías avanzadas empleada en Sorek ha sido un elemento de cambio. El agua producida por la desalación cuesta sólo un tercio de lo que valía en la década de los 90. Sorek puede producir mil litros de agua potable a 58 centavos. Los hogares israelíes pagan alrededor de US$30 al mes por el agua – similar a los hogares en la mayoría de las ciudades estadounidenses y mucho menos que Las Vegas (US$47) o Los Angeles (US$58).
La Asociación Internacional de Desalación afirma que 300 millones de personas reciben agua del proceso de desalación y esa cifra crece rápidamente. IDE, la compañía israelí que construyó Ashkelon, Hadera y Sorek, recién terminó la desalinizadora Carlsbad al sur de California, un pariente cercano de sus plantas en Israel y tiene muchas más en proyecto. A nivel mundial, el equivalente a seis plantas Sorek adicionales se están produciendo en la red cada año. La era de la desalación ya llego.
Lo que más emociona a Bar-Zeev es la oportunidad de utilizar la diplomacia del agua. Israel suministra a Cisjordania con agua, tal como es requerido por los Acuerdos de Oslo II de 1995, pero los palestinos siguen recibiendo mucho menos de lo que necesitan. El agua ha sido un tema de controversia entrelazado con otras negociaciones en el nefasto proceso de paz, pero ahora que existe más bajo la manga, muchos observadores ven la oportunidad de despolitizarlo. Bar-Zeev tiene ambiciosos planes para realizar una conferencia ‘El Agua No Conoce Fronteras’ en el 2018, que reunirá a científicos conocedores del tema del agua de Egipto, Turquía, Jordania, Israel, Cisjordania y Gaza para una reunión de cerebros.
Aún más ambicioso es el Canal Marítimo del Mar Rojo-Mar Muerto, una empresa conjunta entre Israel y Jordania con el fin de construir una gran planta de desalinización en el Mar Rojo, donde comparten una frontera y dividen el agua entre los israelíes, jordanos y palestinos. La descarga de agua salina de la planta será redirigida a 100 millas al norte a través de Jordania para reponer al Mar Muerto, que ha reducido sus aguas un metro por año desde que los dos países comenzaron a desviar el único río que lo alimenta en la década de 1960. En el 2020, estos antiguos enemigos beberán del mismo grifo.
Al otro extremo de la planta Sorek, Bar-Zeev y yo tenemos la oportunidad de compartir también un grifo. Saliendo de la línea principal, donde el agua de Sorek entra en la red israelí es una espiga simple, un distribuidor de vasos de papel junto a este. Abro el grifo y bebo vaso tras vaso lo que fue el Mar Mediterráneo hace 40 minutos. Tiene un sabor frío, claro y milagroso.
Los contrastes no podían ser más marcados. A pocas millas de aquí, el agua desapareció y la civilización se desmoronó. Aquí, una civilización galvanizada creó agua de la nada. Mientras Bar-Zeev y yo bebemos a todo dar y el clima arde en la piel, me pregunto cuál de estos relatos será la excepción y cuál será la regla.
Rowan Jacobsen es autor especializado en alimentación, sostenibilidad y sistemas naturales
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