Haaretz es un periódico israelí. Admirado por muchos extranjeros y por pocos israelíes, detestado por muchos, en su mayoría israelíes. Leído por pocos, denunciado por muchos, es un diario altamente ideológico y de alta calidad. Tiene una historia de excelencia. Tiene una historia de independencia. Tiene una historia de contar los errores de Israel en su mal comportamiento. Tiene una historia de poner de los nervios a Israel.
Aun así, es sólo un periódico. La historia del Pueblo contra Haaretz – es decir, de la creciente aversión de los israelíes por el diario – sólo vale la pena contarla porque nos dice algo sobre Israel: que la extrema izquierda del país está evolucionando desde una posición política hacia un estado mental y que la mayoría de la derecha aún no ha evolucionado hasta convertirse en un público maduro y seguro de sí mismo.
Consideremos un incidente de mediados de abril. Haaretz publicó un opinión de uno de sus columnistas. Hizo un argumento menos que convincente sobre que los israelíes sionistas religiosos eran más peligrosos para Israel que los terroristas de Hezbollah. Y… sin embargo, la respuesta fue abrumadora. El primer ministro, el ministro de Defensa, el ministro de Educación y el ministro de Justicia denunciaron el artículo y al periódico. El Presidente de Israel también condenó el artículo. El líder del partido centrista Yesh Atid llamó a la opinión de “antisemita”. Los líderes del Partido Laborista del centro izquierda lo llamaron odioso. El país estaba casi unido en su condena.
Por supuesto, no estaba completamente unificado. A la izquierda, algunas voces apoyaban el artículo y al periódico. Algunos argumentaron que el artículo era sustancialmente válido. Otros argumentaron que si el artículo era sustantivo o no, el ataque contra Haaretz es una estratagema cínica para sacudir otro pilar de la izquierda, quizás su pilar restante más visible.
Si hay tal estratagema, no parece estar funcionando. La semana pasada, en la víspera del Día de Conmemoración de los Caídos en las Guerras de Israel, un día de sombría reflexión, Haaretz seguía en lo suyo. Un artículo de un columnista principal explicó que ya no podía izar la bandera israelí. Otro parecía estar llamando a una guerra civil. Estas no son excepciones; son la regla para un periódico que en los últimos años ha decidido confiar en la provocación.
Sus provocaciones pretenden servir a su ideología. Haaretz y sus principales lectores se oponen ferozmente a la ocupación israelí de Cisjordania, al apoyo del gobierno a los colonos, a la re calibración del poder del gobierno hacia el Tribunal Superior, al status quo de la religión en los temas estales de Israel y están en contra de otras tendencias conservadoras.
Cuatro factores han convergido para convertir a Haaretz como el más molesto actualmente a ojos de los israelíes. En primer lugar, el país es menos receptivo hacia una agenda de izquierda, ya que la mayoría de sus ciudadanos se inclinan hacia la derecha. Segundo, el país siente que está bajo un cerco internacional injustificado e hipócrita y, por lo tanto, es menos indulgente cuando se percibe que los israelíes están proporcionando municiones a los críticos de Israel. Recientemente, los israelíes judíos clasificaron a los “izquierdistas” como uno de los grupos que menos contribuyen al éxito de Israel. Tercero, la izquierda de Israel es muy pequeña y también se siente bajo asedio. Cuarto, la frustración de la izquierda en Israel los hace amargos y antagónicos. Los hace más propensos a probar la paciencia de otros israelíes aumentando la apuesta retórica en sus críticas al país, a los líderes y a sus grupos.
El resultado de este discurso cada vez más provocativo es, a menudo, patético, a veces cómico y ocasionalmente preocupante. Haaretz irrita a la mayoría de los israelíes al dar voz a descripciones absurdas de lo que Israel es o hace (“fascismo”, “apartheid”), siendo que la mayoría y sus líderes nunca dejan de atrapar el cebo volando de furia. Es un juego infantil y, a largo plazo, es Israel quien pierde. Un periódico de calidad y de disidencia coherente, tan necesario en una sociedad pluralista, se ha convertido en una plataforma para el contrarianismo juvenil. Su oposición de izquierda, a la que Haaretz da su voz, se ha convertido en sinónimo de antagonismo innecesario; siendo que el debate público se ha hecho más burdo y menos constructivo; el público está más enojado y menos tolerante con la disensión.
La historia del Pueblo contra Haaretz NO es la historia de un país cuyo público ya no está dispuesto a tolerar el debate. Es una historia sobre un grupo dentro de Israel que está perdiendo su capacidad de comunicarse con el resto de la sociedad y de tener cualquier posibilidad de influir en su futuro. Es una historia acerca de un grupo dentro de Israel que encuentra su alivio en provocar al resto hasta quebrarlo.
Trabajé en Haaretz durante más de una década, como editor de artículos, jefe de la división de noticias y, durante tres años, como corresponsal en Estados Unidos. Mi permanencia en Washington terminó en 2008 cuando mi empleo terminó. Siempre valoré la independencia de Haaretz del dogma y de su excelencia profesional, aunque no siempre estaba cómodo con su inclinación ideológica. El hecho que ya no considere que es un elemento imprescindible es probablemente por la misma razón que la mayoría de los israelíes se sienten incómodos con él: Haaretz todavía emplea a buenos periodistas, y en algunos de los temas estos escritores poseen argumentos fuertes, apoyados por pruebas. Pero, en general, la lectura de Haaretz en el último par de décadas es cada vez más un ejercicio para anticipar un fallecimiento que se aproxima.
El diario obtiene muchas historias específicas correctas, pero entiendo el arco mayor de la historia de Israel de forma equivocada. Tiende a pintar un cuadro sombrío de las acciones de Israel, y arroja por la borda sus graves predicciones de las consecuencias que sufrirá Israel… las cuales rara vez se materializan. Tiende a no notar que Israel hoy es un país poderoso en lo militar, económico y culturalmente, más de lo que era cuando el periódico y su círculo de leales lectores comenzaron a explicar cómo casi todas las opciones que el país está asumiendo estaban mal.
Y tal vez esa es la fuente de la frustración de Haaretz: No es que Israel no escucha. Es que Israel no escucha y sigue teniendo éxito.
Traducido por Hatzad Hasheni
El «prestigio» internacional de Haaretz, responde en buena medida a esa linea editorial que ha venido siendo la suya, en contraposicion con el relato de los hechos, y la evolucion misma de la sociedad israeli , en otras palabras, con la idea negativa que comparte de ella junto a los médios internacionales, y a aquella parte de la opinion publica que de los tales recibe «informacion»…
Anteponer una tendencia ideologica (en este preciso caso de orientacion izquierdista) a la labor estrictamente periodística que desde la profesionalidad se es llamado a ejercer, conduce invariablemente a desvirtuar desnaturalizar) los hechos que se pretenden trasladar a los potenciales lectores, hasta adulterarlos y hacerlos irreconocibles en relacion a la noticia ofrecida y como tal inservibles en términos informativos…
y es que;
Cuando los enemigos de Israel te vitorean, «algo» no habrás hecho del todo bien …