En su discurso de ayer en Ryad, Donald Trump anunció la creación de un centro global para luchar contra la radicalización, y justamente debido a que sus palabras fueron expresadas con total seriedad y no de forma cínica, se trató de uno de los momentos más vergonzosos en la lucha contra la radicalización, debido a que dudosamente exista una distancia mayor entre las palabras y realidad.
En el discurso escuchamos muchas palabras bellas. Algunas incluso acordes. Sin embargo, mientras Trump habla de un centro asociado, Arabia Saudita sigue aportando sumas siderales para financiar la radicalización islámica. Trump hablo sobre los soldados en el Golfo que combate contra el terrorismo cuando en estos mismos días los potentados sauditas continúan, con el conocimiento del gobierno, financiando a los Talibanes.
Podemos suponer que antes de partir hacia Arabia Saudita el Presidente Trump no leyó “El reino del odio” del Dr. Dori Gold a pesar de las felicitaciones internacionales que recibió dicho libro. Trump tampoco leyó el libro del investigador Dr. Walli Nasser sobre el enorme financiamiento que entrego Arabia Saudita durante las últimas décadas para propagar el wahabismo y el salafismo, que conformó la infraestructura ideológica para la Yihad global y la terrible ola de terrorismo que azota sin piedad a occidente y a los propios musulmanes.
Ese financiamiento es acompañado, por supuesto, al hecho que Arabia Saudita es uno de los países más oscuros del mundo … 49 países en el mundo han sido catalogados en el índice de libertad como “no libres” siendo que Arabia Saudita se encuentra entre los peores diez estados. A pesar de eso, Arabia Saudita se encuentra en medio de una doble paradoja: Primero, ellos han apoyado sin descanso a organizaciones salafistas y, a la par, se han transformado en la más odiada entre los líderes de la yihad global por su colaboración con los Estados Unidos. Segundo, Arabia Saudita no ha aprendido la lección, ya que incluso en la actualidad sigue invirtiendo enormes sumas de dinero en el sistema educativo, en centros islámicos, imanes y mezquitas que persiguen exactamente la misma línea ideológica yihadista.
Trump no es el primero en confiar en los sauditas. Gran Bretaña levantó centros de estudios islámicos para transformar a los estudiantes en más moderados. Arabia Saudita pidió colaborar donando 233 millones de libras esterlinas a dichos centros ubicados en ocho universidades de vanguardia. El profesor Anthony Galis publicó un artículo que demostraba una triste realidad: Se percibió una mayor radicalización de esos mismos jóvenes. Sumas enormes sauditas también fluyen hacia las universidades líderes en los Estados Unidos, corroyendo la libertad académica. Trump no es diferente a los profesores que reciben esas donaciones. Ellos también viven negados. Hay que ser un inocente total para creer que los sauditas, de repente, van a realizar un cambio histórico tan profundo.
El mapa de los intereses de los últimos años ha provocado una situación extraña, en donde los estados sunitas, y Arabia Saudita en su centro, Israel y los Estados Unidos, se encuentran todos en un mismo lado. Esto no surge del amor que se profesan sino por el enemigo común iraní. Incluso el Dr. Gold, que comprende el tema mucho más que los demás, y que no tiene fantasías con respecto a los sauditas, fue uno de los arquitectos de la reanudación de los lazos, especialmente secretos, entre Israel y Arabia Saudita. Hay intereses comunes.
Lo que sucede es que los intereses poseen una fuerza cegadora. La administración Obama sufría de una ceguera cuando firmo el acuerdo nuclear cuando obvio por completo los brazos terroristas de Irán. Con razón ayer Trump habló sobre el apoyo y financiamiento de Irán al terrorismo pero tengamos en cuenta que hay un solo país que hace eso más que Irán… Arabia Saudita.
He aquí que Trump hace el mismo error. Está armando al reino del odio. En este sentido él sigue la política de su antecesor. Hace más de una década que Arabia Saudita se ubica en el tope de los estado compradores de armas en el mundo, entre los años 2008 al 2015 ellos han comprado armadas por valor de 93.5 billones de dólares en comparación a los 30.1 billones que gastó Egipto y el 14.3 que gastó Israel. No hay una valoración paralela sobre los gastos en exportación del wahabismo ya que en este caso se trata tanto de riquezas privadas como nacionales. Sin embargo, distintas valoraciones hablan de sumas siderales. Arabia Saudita está lejos de ser la potencia petrolera que era antaño pero cuando se tata de consumo de armas y exportaciones de la radicalización parece no tener límites.
Trump no se ha olvidado de halagar a Arabia Saudita por promover el estatus de la mujer. Esto es tan verdad como que Arabia Saudita combate a los radicales. El rey de Arabia Saudita por su parte aseguro que Irán es la exportadora más importante de terror, porque quedaba mal recordarnos que la mayoría de las personas que realizaron el atentado del 11 de setiembre del 2001 eran sauditas. Ya les hemos dicho que nunca ha habido tanta distancia entre las palabras y los hechos… pues bueno, tenemos que repetirlo…
Traducido por Hatzad Hasheni
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