La dinastia Assad
Mientras la Casa Blanca de Trump está luchando por contener el impacto de la explosiva revelación que el presidente compartió información sensible con funcionarios del Gobierno ruso, los que fueron nombrados por la anterior Administración Obama no pueden evitar unirse al mogollón. “Los rusos están trabajando contra nuestros intereses en Siria”, ha declarado el contraalmirante en la reserva John Kirby, ex portavoz del Departamento de Estado. “Nunca se lo han tomado en serio [al ISIS]. Darles información no sólo no ayudará, sino que podría ser perjudicial”. Tiene razón, pero la admonición llega demasiado tarde. Durante seis largos años fue la Administración Obama la que estuvo al mando mientras el caos y la muerte se enseñoreaban de Siria. La Historia no reflejará amablemente su conducta.
Recientemente, el Departamento de Estado hizo públicos una serie de informes de inteligencia clasificados sobre las acciones del régimen sirio que conmocionaron incluso a los que habían seguido de cerca los horrores registrados en la guerra civil de ese país. Tal vez no sea una sorpresa que Bashar al Asad ha perpetrado “ejecuciones extrajudiciales masivas”, como reveló el subsecretario de Estado para los Asuntos de Oriente Próximo, Stuart Jones. Pero la magnitud de las ejecuciones era hasta ahora desconocida.
“Desde 2012, el régimen ha perpetrado rutinariamente ataques aéreos y de artillería contra núcleos urbanos densamente poblados, incluso con bombas de barril y explosivos improvisados no dirigidos (…)”, señaló. “El régimen de Asad ha tomado sistemáticamente como objetivo los hospitales del este de Alepo en múltiples ataques, matando a pacientes y personal médico”.
Entre 2011 y 2015, el régimen de Damasco secuestró a entre 65.000 y 117.000 personas y ejecutó a miles de prisioneros sin juicio en la prisión de Saydnaya, en las afueras de Damasco. “Creemos que el régimen sirio ha instalado un crematorio en el complejo penitenciario de Saydnaya para poder deshacerse de los restos de los detenidos sin dejar muchas pruebas”, dijo Jones, que asimismo reveló que la práctica de incinerar víctimas en la factoría criminal de Asad comenzó en 2013, y aportó fotografías para demostrarlo.
Lo que resulta irritante del empeño de la Administración Obama en sacar lustre a su historial mediante el ataque a su sucesora no es sólo que el presidente Obama rehuyera la oportunidad de atacar a Asad cuando eso podría haber cambiado las cosas. Es que hizo todo lo posible por ignorar esas violaciones sistemáticas de los derechos humanos; no por cobardía, sino por el deseo miope de lograr un fin mayor: el acuerdo nuclear con Irán.
“Aparentemente, estas atrocidades se han estado llevando a cabo con el apoyo incondicional de Rusia e Irán”, declaró Jones, pero esto no es una sorpresa para nadie. Teherán empezó a introducir tropas regulares en Siria muy pronto, en 2012. Antes de que Rusia interviniera militarmente a favor de Asad, Moscú estuvo procurando cobertura material y diplomática al régimen criminal de Damasco. Rusia contribuyó al cerco de los centros rebeldes, lo que obligó a los civiles atrapados a tomar decisiones terribles. Así, el asedio de Alepo, prolongado durante meses, obligó a los civiles a “elegir entre pedir ayuda a los extremistas o morir de hambre”, informó The New York Times. Esto fue la culminación de la estrategia de Rusia de reducir a escombros hospitales, colegios e infraestructuras civiles, obligando así a los rebeldes con más apoyos a perder la esperanza en casa y la credibilidad en el extranjero.
La Casa Blanca de Obama presidió estoicamente mientras ocurrió todo esto. El ex presidente ha defendido su decisión de no intervenir como uno de los éxitos que más le enorgullecen de su carrera política. Fue esa lógica retorcida e ilusoria la que llevó al Departamento de Estado y a su secretario, John Kerry, a perseguir inútilmente acuerdos de alto el fuego con la mediación de Moscú, sabiendo que fracasarían. “¿Qué alternativa hay?”, preguntó tímidamente.
Bill Clinton se las tuvo que ver con su fracaso en no evitar el genocidio de Ruanda. Allí murieron 300.000 personas mientras Washington vacilaba. “Si hubiésemos ido antes, creo que podríamos haber salvado al menos un tercio de las vidas que se perdieron”, le dijo Clinton a un periodista en 2013. “Tuvo un impacto muy duradero sobre mí”. Los devotos de la Administración Obama pretender ser impermeables a esa introspección, pero las almas que se perdieron bajo su mirada pesan demasiado. Podrán decir que lo han hecho bien, pero los miles de asesinados e incinerados en Saydnaya perseguirán a quienes les fallaron.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio
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