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| lunes diciembre 23, 2024

6 días y 50 años


Canta el español Joaquín Sabina: “tanto la quería que tardé en aprender a olvidarla 19 días y 500 noches”. Para los judíos, fueron 19 años de ausencias a la orilla amurallada del monte que por dos veces coronó el Templo. Y 6 días con sus noches de fuego y sangre para recuperarla, hace ahora 50 años. A diferencia del cantautor, no pudimos ni quisimos aprender a olvidar a Jerusalén ni siquiera después de dos mil años de dispersión, so pena de perder la destreza y el habla, como salmodiamos desde aquel primer exilio en Babilonia.

Transjordania (que así se llamaba en 1948, definiendo su límite “más allá del Jordán”) ocupó militarmente la Cisjordania (es decir, “más acá del Jordán”) incluyendo los barrios más orientales de Jerusalén, de los que expulsó por la fuerza a los judíos que siempre los habitaron, incluso después de la destrucción del Templo por los romanos, el Imperio Bizantino, la conquista musulmana, la ocupación por los Cruzados, su reconquista y dominio posteriormente otomano y, por último, el Mandato Británico que gestionaba la ciudad y el territorio para crear allí un “hogar nacional para los judíos”, refrendado en el Parlamento inglés, la Sociedad de Naciones (predecesora de Naciones Unidas) y la Conferencia de San Remo de 1920. En toda su milenaria historia sólo el incumplimiento de lo firmado en el armisticio de 1949 impidió que los judíos (ni uno sólo) se acercaran a rezar al Kotel, al último vestigio del monte Moriá reconstruido en explanada (Har haBait) del centro del universo judío.

Por tanto Jerusalén se convirtió en la ciudad de la ausencia, el punto vacío y ombligo del mundo (el Dvir, el santasantórum) al que dirigimos el rezo y los sueños desde hace dos mil años. Y durante aquellos nefastos 19, en la distopía “Judenrein”: un área libre de judíos, como pretendieron crear los nazis apenas unos años antes en Europa y hoy es nuevamente realidad en la franja de Gaza. En estos días se cumple medio siglo gregoriano (en nuestro calendario ya lo hicimos el 28 del mes hebreo de iyar) del final de esa pesadilla, que no ocupará más que una delgada barra en la línea de tiempos de la ciudad, más fina incluso que la del reino cristiano que ostenta su nombre y cuyo heredero es el rey de España.

La guerra que logró recomponer la geografía natural de la más antigua capital del mundo en vigencia fue un milagro terrenal que tardó lo mismo que la creación en completarse. Y sucedió al tercer día que separó las tierras de los mares. Y al tercer día del fuego, se reunió lo que estaba separado. Que nadie vuelva a partir y repartir lo que es uno y entero: centro, núcleo, eje, corazón, fin.

Shabat shalom

 

 

 
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