Tal vez no haya nada que una clase mundial de diplomáticos calcificados aprecie más que la sutileza y los matices. La gira de Donald Trump por las tres principales capitales religiosas del mundo ha sido lo menos sutil y matizada que quepa imaginar. Para muchos diplomáticos veteranos, este ingenuo esfuerzo de la Administración por forjar la paz es muy peligroso, posiblemente más de lo que piense la propia Administración. Puede. O puede también que el presidente y su equipo estén prescindiendo de una convención osificada en un campo que necesitaba desesperadamente ideas frescas. Completado el primer tramo de la gira teológica mundial de Trump, no es imposible que algo nuevo esté tomando forma.
En Arabia Saudí, Donald Trump hizo la danza de la espada, tocó una inquietante esfera luminosa y pronunció, en el corazón del mundo islámico, un discurso sobre el terrorismo islámico cuidadosamente adaptado que fue razonablemente bien recibido. Además, se reunió con los líderes de Egipto, Kuwait, Qatar y Bahréin, entre otros destacados actores regionales.
Ahora bien, lo que hizo Trump en el reino saudí es menos interesante que la acogida que le brindaron los saudíes.
A su llegada, Trump recibió una bienvenida majestuosa. El rey Salman soportó a pie de pista los 38º de temperatura que marcaba el termómetro para recibirlo personalmente. Una banda de música tocó ante los dos líderes mientras unos cañones lanzaban salvas y siete aviones saudíes dejaban una estela roja, blanca y azul por sobre sus cabezas. El presidente y el rey se subieron a la limusina presidencial y juntos acudieron a una extravagante ceremonia en la corte saudí, donde se prodigaron atenciones incluso a los ayudantes del presidente.
El deliberado contraste que supone esta recepción con la de la visita de Barack Obama en 2014 fue muy marcado. A la llegada de Obama, el rey Salman envió sólo a un sobrino lejano, el gobernador de Riad, para que recibiera al líder del mundo libre. La Casa Blanca de Obama hizo lo que pudo por salvar la cara, pero el desaire fue una clara señal de las tensiones que rodeaban el acuerdo nuclear con Irán, la carnicería siria –aún en curso– y la antipatía explícita de Obama hacia el Reino como país que no merece una alianza con Estados Unidos.
Desde Arabia Saudí, Trump viajó directamente a Israel –todo un vuelco en las convenciones al uso–, donde también fue recibido cálidamente. El primer ministro Netanyahu y su mujer recibieron al presidente y a la primera dama en el Aeropuerto Internacional Ben Gurión de Tel Aviv. Aprovechando sus declaraciones junto a Trump para lanzar un reproche velado a Obama, Netanyahu dijo: “Apreciamos la reafirmación del liderazgo norteamericano en Oriente Medio”.
Obama llegó a la presidencia con el objetivo de crear un nuevo equilibrio de poderes en la región que permitiera a Estados Unidos retirarse de allí con seguridad. La manifiesta creencia del ex presidente de que la alianza de EEUU con Israel “erosiona nuestra credibilidad ante los países árabes”, unida a su desconfianza hacia países árabes suníes como Arabia Saudí y Egipto, le dejó pocas vías para conseguir ese objetivo. Hay una ironía cósmica en que el ensimismamiento de Obama haya abierto una dinámica radicalmente nueva y peligrosa en Oriente Medio. En términos conceptuales, la estrategia que está siguiendo Trump en Oriente Medio diverge sensiblemente de la de sus predecesores. Así, está abandonando la idea de que no puede haber una solución a la hostilidad del mundo árabe hacia Israel sin crear primero un Estado palestino.
Ya en febrero, fuentes de la Administración empezaron a proveer detalles a la prensa sobre la propuesta de una alianza militar suní para contrarrestar el extremismo islamista y la emergencia de Irán. Esa alianza incluiría a países con relaciones no congeladas con Israel, como Egipto y Jordania, y a países, como Arabia Saudí y los Emiratos, que no reconocen el Estado judío. Según unas explosivas y recientes informaciones, la perspectiva de una relajación radical en las tensiones entre Israel y el mundo árabe es real.
Como explicó en su momento Evelyn C. Gordon, a cambio de tecnología e información israelíes, un alivio en el bloqueo sobre Gaza y el cese de la construcción en algunos asentamientos, la alianza suní “establecería vínculos de telecomunicación directa con Israel, permitiría a los aviones israelíes sobrevolar [esos] países, levantaría ciertas restricciones comerciales y quizá concedería visados a atletas y empresarios israelíes”. Y todo esto sucedería sin que cambiara prácticamente la realidad palestina. Aun sin la seguridad de conseguir algún progreso hacia la paz en la región, ese paso no se puede desandar.
Donald Trump no es el primer presidente americano que se beneficia de una gran cordialidad sólo por no ser su predecesor. En lo que respecta a Oriente Medio, las crisis y el caos tienen la costumbre de hundir incluso los planes mejor trazados. La proyección de poder de Irán sobre lugares como Irák, el Yemen y Siria ha creado nuevas vías de cooperación entre poderes adversarios con un enemigo común en Teherán. Si Trump puede traducir esta nueva realidad en un logro tangible (y ese si es enorme), tendrá un poderoso argumento para defender su presidencia y un segundo mandato.
El presidente Trump ha desatado la cólera de los críticos, sobre todo en materia de política exterior. Es el diplomático “menos diplomático del mundo”, y ha adoptado una “diplomacia patosa” antiliberal y estratégicamente inepta. De hecho, su “rechazo de la diplomacia tradicional en pro de su propio y distintivo estilo brusco ha incurrido en costes sin ninguna contrapartida beneficiosa visible”. En su artículo “Is This the End of the Free World”, Abe Greenwald demostró que Trump tiene la terrible y lamentablemente conocida costumbre de alejar a los aliados naturales de Estados Unidos. Es un rasgo desagradable de una visión del mundo distorsionada, y podría resultar en la pérdida continuada de fe aliada en la visión y autoridad de Estados Unidos. Por ahora, sin embargo, no sólo es que Oriente Medio esté obviamente encantado por que haya acabado la era Obama, sino que ha dado a Donald Trump la oportunidad de un verdadero triunfo diplomático. Una presidencia auténticamente exitosa en Oriente Medio podría empezar con el abandono de un manual diplomático gastadísimo y muy pesado.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio
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