Qué bueno que Irán empiece a experimentar, y en casa, algo de su propia medicina. Tantas décadas hablando de Satán y ahora el Burlador, Iblis el Malo, entra por la ventana de los enturbantados para hacer de las suyas, que es sembrar muertes indeseadas. Es sólo el comienzo, el principio, y tal vez ese sorpresivo ataque anime a la oposición iraní a tener el coraje suficiente como para destronar a los ayatolás. Sostengo desde hace años, y no soy el único, que todo comenzó con la revolución khomeinista, aupada por los franceses y algunos otros europeos que consideraron divertido expulsar al Sha y a su familia. Un tirano ilustrado no podía ser mejor que un líder religioso con sed de venganza. Las ortodoxias, hoy en boga, sienten repulsión por el mundo moderno aunque adopten toda la parafernalia de sus instrumentos electrónicos, lavavajillas y coches último modelo. La ortodoxia, como el partido único de los comunistas, se basa en la multiplicación de sus cárceles, la policía secreta y el enemigo de fuera. Creyéndose angélica y viendo las manos de Satán en todas partes menos en sus propias palmas, sus encarnaciones son uvas pasas antes siquiera de ser frutas en racimo. Las arrugas mentales de sus representantes son tales que la poca dulzura que les queda se les vuelve de más en más amarga ante cada idea que se les ocurre. El sueño de la revolución islámica es la grisura del planeta. Un ejército de túnicas y banderas negras.
Irán lleva, también, años tendiendo sus nefastas redes en Sudamérica, y como puede apreciarse en el caso de Venezuela ,no para bien de los países de la región. Con la decisión en Obama de perdonarles, cierto que un poquito, la vida, han visto legitimada su altanera actitud revolucionaria, aunque hoy esa palabra no signifique nada de lo que representó en un época, pues está teñida del más rancio espíritu reaccionario, cargada de un legalismo oscuro y puritano que, poco a poco, pasó del espacio shiíta al sunnita para engendrar lo que estamos viendo ahora: guerras locales de secta y religión, guerras y más guerras, de Siria al Yemen, y de Irak a Africa, y no precisamente por causa de Israel, el ancestral enemigo. De modo que no está mal que los iraníes en el poder prueben un poco del remedio que auspician y proponen a Hamás y Hezbolá. Este ataque al corazón de su país no los debilitará, pero crecerá, en su seno, la sospecha de que quienes no los soportan se están acercando más y más al núcleo de la toma de decisiones. Estamos empezando a ver el regreso de la onda expansiva de la propaganda islámica, tibia o ardientemente yahadista: Qatar paga por los platos que han roto antes otros y a continuación los millonarios qataríes. Pero se acabó o está a punto de hacerlo eso de sufragar a los malos para que te dejen en paz. La paz no está en el proyecto fundamentalista. No los salvarán, a los jeques del petróleo, los grifos de oro ni los bailes con espadas en alto. Una vez encendida la mecha de un califato universal omnisciente y extremista, ¿para qué quedarse con los socios árabes de Occidente, de vida canalla y principesca? Así, pues, que reyes y sultanes, a poner las barbas en remojo. El crimen se está convirtiendo en una parte inseparable del Islam. Incluso el crimen de estado, como en Turquía.
Quienes minimizan los acuchillamientos de Londres comparándolos con los crímenes que a diario se producen en el seno de la misma comunidad musulmana, en su árida geografía y sus empobrecidas ciudades, no se quieren nada a sí mismos. No es ningún consuelo que los islamistas o islámicos se maten entre sí. Aún quedan muchos millones en el mundo, y entre ellos miles de locos dispuestos a inmolarse en el altar del mal por el mal.
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