La cada vez más grave crisis eléctrica de Gaza ofrece un ejemplo de libro sobre por qué muchas de las sedicentes organizaciones de defensa de los derechos humanos ya no merecen ser tomadas en serio. La crisis se debe exclusivamente a una disputa entre los dos Gobiernos rivales palestinos, y como no se puede echar la culpa a Israel, la mayoría de las más importantes organizaciones dedicadas a los derechos humanos la han ignorado, prefiriendo centrarse en su lugar en asuntos realmente acuciantes como –no es broma– jugar al fútbol en los asentamientos. Pero las excepciones a esta regla son aún peores: ahí están los que, imperturbables ante la realidad, encuentran la manera de culpar a Israel por un problema del que sólo tienen culpa los palestinos.
Recapitulemos brevemente: en abril, Gaza se quedó sin combustible para su única central eléctrica porque ni la Autoridad Palestina, dirigida por Fatah, ni el Gobierno de Hamás en Gaza –los dos con un montón de dinero para invertir en el fomento del terrorismo antiisraelí– aceptaron pagarlo. La discusión gira básicamente en torno a un impuesto con que la AP grava el combustible, que Hamás no quiere pagar ni la AP rebajar. La falta de combustible redujo el suministro eléctrico en la Franja a unas cuatro horas al día.
Ese mismo mes, la AP anunció que dejaría de abonar el 40% de la electricidad que Israel envía a Gaza mediante líneas de alta tensión, y Hamás, por supuesto, se negó a hacerse cargo de la factura. Israel siguió suministrando igualmente la electricidad durante unas seis semanas, pero finalmente dejó de suministrar electricidad gratis a Hamás. Eso reducirá el suministro de luz a tres horas al día o menos.
Los cortes de luz están creando una crisis humanitaria en Gaza peor que la que jamás causó el bloqueo parcial de Israel, pero ni Amnistía Internacional ni Human Rights Watch –que han emitido infinitos comunicados sobre el bloqueo– han publicado una sola nota de prensa sobre la crisis eléctrica. Sin embargo, asombrosamente, HRW sí encontró tiempo para sacar nada menos quetres comunicados de prensa en mayo condenando a la asociación internacional de fútbol por negarse a emprender acciones contra Israel por seis equipos de fútbol radicados los asentamientos. Aparentemente, jugar al fútbol en un asentamiento es un problema humanitario mucho más grave que estar sin luz veinte horas al día.
La organización israelí Gisha (Centro Legal para la Libertad de Movimientos) tomó una vía aún más deshonesta en un artículo publicado en Haaretz (antes de que Israel decidiera dejar de dar electricidad gratis a Gaza). El trabajador de campo Mohamed Azaizeh describió de manera desgarradora los problemas que atraviesa el hospital infantil Rantisi por la crisis eléctrica, pero fue curiosamente reticente a la hora de mencionar la causa: sólo dijo que la central eléctrica había dejado de operar por “un conflicto político”, sin identificar nunca a las partes en liza.
También señaló que en los hospitales de Gaza hay una grave escasez de medicinas y equipamiento sanitario, pero de nuevo no ofreció la menor explicación, ni siquiera la patética excusa de un “conflicto político” no especificado. Y, sin embargo, es el mismo conflicto político el que tiene la culpa: en mayo, la AP dejó de pagar las medicinas de Gaza, y Hamás se niega a hacerlo ella, así que las reservas de medicamentos en la Franja se están agotando rápidamente.
Azaizeh apuntó a un villano concreto sólo en la parte final del artículo:
- Incluso transferir desde Israel equipamiento especial para el Rantisi especial previamente adquirido es muy difícil: han pasado cuatro meses desde la renovación del Departamento de Oncología, con la ayuda económica de una fundación estadounidense, y siguen esperando componentes básicos del sistema de aire acondicionado. La entrada de los componentes y equipos en Gaza se está retrasando porque Israel decidió etiquetarlas como artículos de “doble uso”.
Ignoremos el hecho que esta carencia es irrelevante para las penurias de Rantisi, puesto que un hospital que –como explicaba Azaizeh– no tiene suficiente electricidad para mantener las luces encendidas no va a tener suficiente para poner en marcha el aire acondicionado, con o sin componentes. La frase clave es la hábil transición entre el párrafo sobre la falta de equipo médico y el de la falta de aire acondicionado: no sólo faltan equipos médicos, sino que “incluso transferir desde Israel equipamiento especial para el Rantisi especial previamente adquirido es muy difícil”.
Por tanto, sin llegar a decirlo, Azaizeh se las arregla para dar a entender que la falta de equipo médico también se debe a las restricciones israelíes. Y desde ahí es fácil dar un paso más y concluir que el “conflicto político” no especificado que explica la crisis eléctrica también debeinvolucrar a Israel. En realidad, por supuesto, Israel jamás ha interferido en los envíos de combustible o medicinas a Gaza, aunque sí ha vetado artículos de doble uso que no fuesen necesidades humanitarias.
Una organización pro derechos humanos que de verdad se preocupara por la crisis humanitaria en Gaza nombraría y señalaría a las partes responsables –Fatah y Hamás– a fin de presionarlas para que llegaran a un acuerdo, o al menos dejarían claro que la crisis es fruto de un impago y urgir a los donantes internacionales a que cubrieran el déficit. Sin embargo, Azaizeh no hace el menor esfuerzo por abordar las causas de la crisis; su único propósito es difamar a Israel.
Gisha no es una organización insignificante. Es cierto que su nombre no es muy conocido en Estados Unidos, pero sus informes son a menudo citados por el Departamento de Estado, la Unión Europea, la ONU y organizaciones internacionales de defensa de los derechos humanos como Amnistía y HRW. De hecho, Europa la considera tan valiosa que sus Gobiernos aportan más de la mitad de su financiación; la ONU y el New Israel Fund también contribuyen a su sostenimiento.
A ninguno de estos sedicentes guardianes de los derechos humanos inquieta el hecho de que el principal interés de Gisha sea perjudicar a Israel en vez de ayudar a los palestinos, puesto que su interés es el mismo. Por eso a HRW le importa más acabar con los equipos de fútbol israelíes de los asentamientos que el que Gaza tenga un suministro energético seguro; por eso Europa es pródiga en su financiación de organizaciones como Gisha; incluso la oficina de derechos humanos del Departamento de Estado (no confundir con el resto del Gobierno de EEUU) dedicó más espacio en su informe anual a las “violaciones de derechos” de Israel (la mayoría de ellas cuestiones triviales o calumnias sin base) que a las matanzas que se están produciendo en lugares como Siria, Irak, el Yemen y Libia. Por eso también estas organizaciones están siendo cada vez más “aisladas” en Israel, como el presidente de New Israel Fund (NIF) lamentó recientemente.
Que tantas organizaciones de defensa de los derechos humanos se dediquen a la propaganda en vez de a exponer las auténticas violaciones a los derechos humanos es una tragedia para las muchas víctimas en todo el mundo que se han quedado de este modo sin voz. Pero mientras siga siendo así, no hay absolutamente ninguna justificación para seguir donándoles dinero, atención y, sobre todo, crédito.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio
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