Aunque la situación diplomática de Israel ha mejorado notablemente, ha habido una evidente y nada trivial excepción: Europa. De ahí que sea alentador descubrir que, incluso en Europa, la diplomacia paciente y persistente puede generar frutos si se centra en unos pocos mensajes claros y constantes. Consideremos, por ejemplo, estos acontecimientos recientes:
Hace tres semanas, la Cámara Baja del Parlamento checo aprobó una resolución, https://porisrael.org/2017/05/25/el-parlamento-checo-critica-la-actuacion-de-la-unesco-mientras-en-un-encuentro-multi-religioso-se-festeja-a-jerusalen con una abrumadora mayoría de 112 votos a favor y dos en contra, por la cual se pedía al Gobierno checo que expresara su “respeto” a Jerusalén como capital de Israel y se opusiera a cualquier medida de la Unión Europea u otras organizaciones internacionales que “distorsione los hechos históricos” o esté “imbuida de un espíritu de odio a Israel”. La resolución era una bofetada a la Unesco, en particular, por su “enfoque sesgado y antagónico” hacia Israel, materializado en su negación sistemática de los lazos judíos con Jerusalén; e incluso exigió que el Gobierno suspendiera el pago de sus cuotas a la Unesco.
Esto no significa que la embajada checa vaya a trasladarse a Jerusalén de un momento a otro; el Congreso norteamericano lleva intentando trasladar la embajada de su país allí desde 1995, sin conseguirlo. Tampoco otros países europeos seguirán rápidamente su ejemplo; la República Checa es desde hace tiempo el amigo más cercano que tiene Israel en Europa. No obstante, alguien tenía que ser el primero, y esta resolución es un ruptura impresionante e inaudita con el proverbial rechazo europeo a los derechos judíos sobre Jerusalén.
Hace unas semanas, la agrupación berlinesa del principal partido de centroizquierda alemán, el socialdemócrata, adoptó una resolución que condenaba la “campaña antisemita del BDS” y la “proliferación del antisionismo y el antisemitismo”. Esto es llamativo porque los jóvenes de la izquierda suelen ser el segmento de Occidente más antiisraelí; sin embargo, la resolución fue promovida por las juventudes del partido (los democristianos, el partido de centroderecha de Angela Merkel, adoptaron una resolución similar el año pasado).
El momento elegido también era reseñable. Ocurrió un mes después que el socialdemócrata más relevante, el ministro de Exteriores, Sigmar Gabriel, visitara Israel y ostensiblemente decidiera reunirse con Breaking the Silence, una organización que da alas al movimiento BDS difundiendo –en los actos antiisraelíes que celebra a lo largo y ancho del mundo– el bulo que Israel perpetra crímenes de guerra, en vez de encontrarse con el primer ministro Netanyahu. Es decir, que la agrupación socialdemócrata de Berlín y su ala juvenil rechazaron implícitamente las posiciones antiisraelíes de su líder.
A la semana siguiente, Noruega condenó a la Autoridad Palestina por poner a un centro de mujeres el nombre de una terrorista que asesinó a 38 civiles israelíes. Asimismo, exigió la devolución del dinero que donó para el centro y prometió no firmar ningún nuevo acuerdo con la organización responsable del proyecto hasta que “se tomen medidas satisfactorias para asegurar que no vuelva a ocurrir nada parecido”, según declaró el ministro de Exteriores noruego, Borge Brende. Esto es importante porque Noruega es uno de los países más antiisraelíes de Europa, y durante mucho tiempo ha hecho donaciones generosas a la Autoridad Palestina mientras hacía la vista gorda a su glorificación del terrorismo. Por lo tanto, que Oslo diga de repente que ya no está dispuesto a dejar que se utilice su dinero para este propósito es revolucionario.
Unos días después, Dinamarca congeló una subvención de 8 millones de dólares para 24 organizaciones no gubernamentales mientras investiga si esos fondos se van a destinar al BDS, la incitación antiisraelí o la apología del terrorismo. “Es posible que tras el estudio nos veamos obligados a dejar de financiar a una serie de organizaciones palestinas”, declaró el ministro de Exteriores danés por medio de un comunicado. “Hasta que no concluya este estudio, no firmaremos ninguna nueva subvención para organizaciones palestinas”. Como Noruega, Dinamarca es uno de los grandes donantes de los palestinos que antes hacía la vista gorda al uso que se daba a su dinero.
Todo esto se completó con otro notable avance en el único país occidental no europeo que ha compartido invariablemente las actitudes y políticas de Europa hacia Israel: Nueva Zelanda. Su ministro de Exteriores escribió a Netanyahu el mes pasado para intentar poner fin a una ruptura que comenzó en diciembre, cuando copatrocinó una resolución del Consejo de Seguridad contra los asentamientos e Israel respondió llamando a consultas a su embajador y manteniéndolo fuera del país austral. Antes era Israel el que rogaba a otros países que establecieran relaciones. Ahora ya no es un mendigo; otros países –incluso occidentales– quieren tener unas buenas relaciones en la misma medida que Israel.
Hay varios factores que han contribuido a estas victorias. Uno es que las ONG israelíes están actuando como fuerzas multiplicadoras de la diplomacia israelí. Las decisiones sobre financiación de Noruega y Dinamarca, por ejemplo, habrían sido inconcebibles si no fuera porque dos organizaciones estelares, Palestinian Media Watch y NGO Monitor, han estado en las capitales europeas abogando pacientemente por su necesidad durante años. Pero igualmente no habría ocurrido si las autoridades israelíes no hubiesen insistido en el tema en las conversaciones con los Gobiernos europeos, dejándoles así sin excusa para no tomar medidas. Europa nunca será más proisraelí que el propio Gobierno de Israel.
El segundo es que Israel ha desarrollado por fin una confianza en sí mismo que le permite jugar duro, como hizo al restringir sus relaciones con Nueva Zelanda y Senegal, otro copatrocinador de la Resolución 2334 del pasado diciembre. Los lazos con Senegal se restablecieron hace dos semanas, después que este país, de mayoría musulmana, se comprometiera a defender el intento de Israel de ser admitido como observador en la Unión Africana, a lo que se había opuesto anteriormente. En cuanto a la ruptura con Nueva Zelanda, se espera que termine pronto.
Sin duda, esta confianza surge en parte de la creciente fuerza diplomática de Israel fuera de Occidente, cuya manifestación más reciente fue el discurso de Netanyahu en la cumbre de la Comunidad Económica de Estados del África Occidental (Ecowas). Fue el primer líder israelí en dirigirse a Ecowas, que incluso trasladó su cumbre del sábado al domingo para adaptarse a Netanyahu. La organización lo invitó a pesar que dos de sus quince miembros no tienen relaciones diplomáticas con Israel, y lo prefirió, explícitamente, frente a otro no miembro invitado: el rey de Marruecos. El monarca norafricano anunció que prefería dejar de asistir a la cumbre antes que acudir junto a Netanyahu, pero la jugada no le salió como le habría salido antes: con la retirada de la invitación a Israel.
Por encima de todo, estos éxitos son fruto del centrarse constantemente en mensajes sencillos, claros y fácilmente digeribles: los ancestrales lazos judíos con Jerusalén, la naturaleza antisemita del BDS, la incitación palestina y cómo Europa la facilita. Durante demasiado tiempo, la diplomacia israelí ha estado tratando de transmitir mensajes complejos y llenos de matices, mientras los palestinos repetían incesantemente los mismos mensajes con gancho (“acabar con la ocupación”). Cuando las gamas del gris compiten contra el blanco y el negro en el ámbito de la opinión pública, suelen imponerse los segundos.
Las recientes victorias de Israel vienen de que está poniendo sus mensajes negro sobre blanco. Si sigue haciéndolo, puede obtener más victorias diplomáticas, incluso en la hostil Europa.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio
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