Putin, recibido por el presidente egipcio Al Sisi, en el aeropuerto de El Cairo. EFE / Mikhail Klimentiev
El reciente bloqueo de la página de Facebook del grupo Atheist Republic y su restablecimiento tras una frenética campaña en las redes sociales ha dado visibilidad a un colectivo poco conocido: los ateos de origen musulmán, o “exmusulmanes”, como prefieren identificarse. En efecto, la comunidad de ateos más importante de los medios sociales, con más de 1,6 millones de seguidores en Facebook, fue fundada por el iraní nacionalizado canadiense Armin Navabi, y el equipo que la gestiona incluye a varios exmusulmanes. Ese y otros bloqueos son el resultado de campañas organizadas por musulmanes integristas para denunciar ciertas páginas de modo que los algoritmos que controlan los medios sociales restrinjan sus contenidos. De hecho, existen multitud de grupos dedicados expresamente a denunciar páginas “antiislámicas”.
En el mundo islámico los ateos son poco visibles no solo porque son pocos, sino sobre todo porque prefieren mantener un perfil bajo. La religión es percibida como un elemento central de la identidad individual y grupal, fuente de solidaridad, moralidad y consuelo. Abandonarla públicamente puede conducir al ostracismo en el entorno familiar y social, además de atraer la atención de integristas justicieros, como lo ilustran recientes casos en Pakistán y Bangladés –aunque incluso en países occidentales como Gran Bretaña los exmusulmanes pueden sentirse aislados y amenazados–. Frecuentemente, también deben temer represalias del Estado: varios países musulmanes (Arabia Saudí, Irán, Afganistán, Sudán…) llegan a castigar la apostasía con la muerte, pero en prácticamente todos los demás, desde Marruecos hasta Indonesia, existen leyes que penalizan la blasfemia con multas y penas de cárcel.
PREOCUPACIÓN EN LAS MÁS ALTAS ESFERAS
Por otra parte, las autoridades políticas y religiosas intentan minimizar el “problema” del ateísmo. En diciembre del 2014 una destacada institución religiosa egipcia, Dar al-Iftá, dio mucho que hablar (y que reír) cuando anunció que en Egipto hay ‘exactamente’ 866 ateos, y proporcionó cifras igualmente precisas para otros países árabes: 325 ateos en Marruecos, 178 en Arabia Saudí, 56 en Siria… Sin embargo, dos medidas tomadas ese mismo año revelan preocupación por el fenómeno en las más altas esferas. En julio, también en Egipto, el presidente Sisi lanzó una campaña contra la propagación del ateísmo entre los jóvenes, tachándolo de “amenaza a la sociedad”. Al otro lado del Mar Rojo, en Arabia Saudí, un decreto real promulgado en abril del 2014 establecía que el ateísmo es una forma de terrorismo.
Marginalizados y perseguidos en el mundo islámico, los exmusulmanes tampoco lo tienen fácil en Occidente. Por lo general son ignorados, en gran medida porque desafían el estereotipo de los “árabes” (que en el lenguaje popular incluye a turcos, iraníes, afganos, paquistaníes, etc.) como intrínsecamente, casi genéticamente, religiosos. Partiendo de ahí, la discusión se centra sobre si su religiosidad es compatible con el laicismo de nuestras sociedades o si, por el contrario, predispone al terrorismo. La derecha xenófoba se centra en los aspectos más controvertidos del islam (la misoginia, los castigos corporales…) y ve a los musulmanes como una quinta columna de la sharía y la yihad, mientras que la izquierda multiculturalista insiste que el islam es compatible con nuestros valores y cita ciertas aleyas coránicas y hadices del profeta Muhammad que supuestamente ilustran su naturaleza pacífica y tolerante. La posibilidad de que muchos musulmanes tengan un enfoque secular, y que algunos incluso sean ateos, ni se contempla.
REDES DE APOYO Y CAMPAÑAS
A pesar de los esfuerzos de unos y otros por ignorar su existencia, los exmusulmanes se están haciendo oír. Los medios sociales les permiten difundir sus ideas, crear redes de apoyo y lanzar campañas como #ExMuslimBecause, que se hizo viral tras su lanzamiento en noviembre de 2015. En la última década han surgido organizaciones de exmusulmanes en gran número de países occidentales en los que existen minorías musulmanas (Gran Bretaña, Francia, Alemania, Estados Unidos…), pero también en varios de mayoría musulmana, como Marruecos, Argelia, Pakistán, Irán y Arabia Saudí. Y un número de activistas que han elegido vivir en países occidentales por motivos obvios se han convertido en personalidades mediáticas, como el egipcio afincado en Alemania Hamed Abdel Samad, el palestino refugiado en Francia Waleed al-Husseini, o el canadiense de origen pakistaní Ali A. Rizvi. Algunos incluso se atreven a dar la cara en sus países de origen, como los “Black Ducks”, cuyo canal de YouTube tiene más de 20.000 subscriptores y millones de visitas.
Para muchos de sus críticos musulmanes, los ateos de origen musulmán son ‘tíos Tom’ u ‘oreos’ (marrones por fuera, blancos por dentro), cuando no parte de una conspiración “cruzado-sionista” para destruir el islam. Por otro lado, como no conformistas en sociedades conservadoras, los exmusulmanes se quejan de la falta de solidaridad de la izquierda occidental, con la que a priori tienen mucho en común. Paradójicamente, ciertos sectores de esa izquierda muestran más afinidad hacia sus enemigos islamistas, a los que consideran aliados contra el “imperialismo occidental”, y cuestionan la autenticidad de los ateos. Como si quien nace en otra cultura no debería aspirar a derechos fundamentales como la libertad de conciencia y la libertad de expresión, y la curiosidad intelectual solo fuese una virtud en los occidentales. La exasperación de los exmusulmanes es comprensible.
http://www.elperiodico.com/es/amp/noticias/opinion/los-musulmanes-ateos-6104462
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