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| domingo diciembre 22, 2024

Traslado de la embajada: no, Bibi no tiene la culpa del cambio de Trump


Rara vez pierdo el tiempo tratando de desmontar teorías conspiratorias, pero ésta en particular se ha vuelto tan popular entre ciertos conservadores proisraelíes, y es tan perjudicial para Israel, que voy a incumplir mi norma. La teoría es que Donald Trump firmó este mes la dispensa por la que se mantiene la embajada de EEUU en Tel Aviv porque el Primer Ministro, Benjamín Netanyahu, así se lo pidió. Marc Zell, jefe de la agrupación israelí del Partido Republicano, ya lo dijo abiertamente en enero, y lo repitió el mes pasado; y el otro día se lo escuché en privado al director de una veterana organización judía estadounidense.

Es imposible exagerar lo perjudicial que es esto para Israel. Durante décadas, Israel se ha esforzado infructuosamente para conseguir que el mundo acepte a Jerusalén como su capital, y justo este año ha empezado por fin a cosechar algunas victorias: el ministro de Exteriores ruso anunció sorprendentemente que considera Jerusalén la capital de Israel, mientras que el Parlamento checo aprobó una resolución, con una abrumadora mayoría de 112 votos a favor y 2 en contra, exigiendo a su Gobierno que mostrara “respeto” por Jerusalén como capital de Israel.

Pero ahora algunos de los más firmes defensores de Israel van por el mundo declarando que el propio Primer Ministro de Israel no quiere que la embajada de EEUU se traslade a Jerusalén. En resumen, están dando al resto del mundo la excusa perfecta para mantener el statu quo del no reconocimiento: ningún Gobierno será más proisraelí que el israelí, de modo que si ni siquiera Netanyahu quiere que se trate a Jerusalén como la capital de Israel, ¿Qué otro Gobierno extranjero lo hará?

Sería justificable provocar ese daño si la acusación fuese cierta. Pero no sólo resulta absurda a simple vista, también hay una explicación mucho más sencilla para la decisión de Trump.

Para entender lo ridículo que es esto, comparémoslo con otro rumor que corre por ahí: que Netanyahu también pidió a Trump que lo presionara para que se restringiera la construcción en los asentamientos. Sea cierto o no ese rumor, es al menos plausible, porque Netanyahu tiene muchos motivos para que le interese esa presión. Pero ninguno de ellos es aplicable al problema de la embajada.

En primer lugar, y como he sostenido previamente, la mejor opción que tiene Israel en estos momentos es preservar el statu quo en la Margen Occidental, porque ni la solución de dos Estados ni la de un Estado es factible en el futuro próximo: los palestinos no harán la paz, pero ni siquiera las estimaciones más favorables sobre la población palestina dan a Israel suficiente margen demográfico para anexionarse cómodamente el territorio. Mantener el statu quo no impide reforzar los asentamientos en áreas estratégicamente cruciales, pero sí significa no ampliarlos hasta el punto de que los palestinos y la comunidad internacional pudieran considerar muerta la solución de los dos Estados y empezaran a exigir la inmediata anexión con igualdad de derechos.

En cambio, el traslado de la embajada no plantea ese riesgo. Incluso si se piensa que de algún modo constituiría el reconocimiento de los derechos de Israel en el este de Jerusalén –cosa que no ocurriría, si se asume que la embajada estaría en el sector occidental de la ciudad—, el traslado no alteraría la realidad física o demográfica de ninguna manera, puesto que Israel ya se ha anexionado el este de Jerusalén. Más bien, sería un simple reconocimiento de un statu quo de cincuenta años: un Jerusalén unido bajo control israelí.

En segundo lugar, la Unión Europea, que reacciona a la construcción en los asentamientos como un toro ante un capote rojo, sigue siendo el mayor socio comercial de Israel y representa aproximadamente un tercio de sus exportaciones. Por lo tanto, Israel debe ejercer la suficiente contención en los asentamientos para no empujar a ese organismo ya de por sí hostil al borde de imponer sanciones reales.

Sin embargo, trasladar la embajada no plantea ese riesgo, porque, aunque la construcción en los asentamientos es una decisión israelí, la ubicación de la embajada es una decisión estrictamente estadounidense. Ni siquiera la UE castigaría a Israel por una decisión de la Casa Blanca.

Lo mismo sirve para la judería estadounidense, asumiendo que a Netanyahu le preocupe esa relación: aunque los judíos progresistas estadounidenses culpen a Israel por los asentamientos, no lo culparían por el traslado de la embajada; eso sin tener en cuenta el hecho de que muchos judíos estadounidenses que se oponen a los asentamientos sí están a favor de trasladar la embajada.

Por último, asumiendo que Netanyahu crea efectivamente que la expansión ilimitada de los asentamientos no favorece en estos momentos los intereses de Israel, necesita la presión de EEUU para contrarrestar la de los miembros de su coalición de gobierno favorables a la misma, ya que construir o no construir es a la postre una decisión israelí. Pero ocurre lo contrario con el traslado de la embajada: no sólo Netanyahu no se enfrenta a la presión de la coalición en este asunto, ya que, como se ha señalado, es una decisión de EEUU fuera del control de Israel, pero no trasladar la embajada sí aumenta la presión de sus bases derechistas para que haya una compensación en forma de más construcción en los asentamientos.

En resumen, Netanyahu podría tener muchas razones para querer que EEUU le presione para que restrinja la construcción en los asentamientos. Pero aún no he escuchado ninguna razón plausible por la que querría frustrar el traslado de la embajada.

Los proveedores de la teoría conspirativa recurren por lo tanto a un argumento distinto: si no ha habido intervención de Netanyahu, dicen, es imposible explicar por qué Trump, que consideró seriamente anunciar el traslado en su discurso de investidura, dio marcha atrás con tanta rapidez. Pero olvidan que, junto a los firmes defensores del traslado, como el estratega de Trump, Steve Bannon, y el embajador en Israel, David Friedman, la idea tiene poderosos detractores dentro de la Administración, incluido el secretario de Defensa, Jim Mattis –que ominosamente dijo, en su audiencia de confirmación en el Senado, que la capital de Israel es Tel Aviv– y el de Estado, Rex Tillerson, que se negó a decir si el Muro Occidental está en Israel y declaró extravagantemente que Tel Aviv es “el hogar del judaísmo”.

La batalla interna en la Administración sobre este asunto, que se ha detallado en este fascinante reportaje de Haaretz, ofrece una explicación mucho más convincente sobre la marcha atrás de Trump en lo de la embajada que la intervención de Netanyahu. Después de todo, Trump se ha alineado con el ala establishment de la Administración en casi todas las cuestiones relacionadas con el conflicto palestino-israelí, empezando por la propia decisión de buscar un acuerdo de paz, cosa que el ala Bannon-Friedman considera correctamente una pérdida de tiempo. Así que, ¿por qué iba a sorprender a nadie que también aceptara la postura del ala establishment de que trasladar la embajada perjudicaría el proceso de paz?

En resumen, la teoría de la conspiración no tiene fundamentos plausibles, se está utilizando para explicar algo que tiene una explicación mucho más lógica y socava precisamente la causa que persiguen sus proponentes: el reconocimiento de Jerusalén como la capital de Israel. Así, adoptándola y propagándola, algunos de los grandes amigos de Israel se están alineando inconsciente y trágicamente con sus peores enemigos.

 

© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio

 
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