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| viernes noviembre 15, 2024

El Neguev A La Luz De La Luna


Una caminata en el desierto del Neguev, una noche de luna llena, tal, la propuesta. Atreverse. Solo eso hacía falta para vivir una experiencia distinta e impactante. Con el fin de aumentar la expectativa no recibimos mayores detalles sobre el paseo, que salía al caer el sol y terminaba en la madrugada.

Si el Neguev de día deslumbra por su severa belleza, de noche más que imponente…nos parecía temible. Por amor propio disimulamos nuestras dudas, nos inscribimos, y llegado el momento salimos, en un atardecer suave y perfumado, plenos de bulliciosa curiosidad latinoamericana, bajo la mirada pícara de nuestro guía israelí.

Viajar al Sur implica pasar por los distintos panoramas de esta tierra siempre sorprendente y seductora, admirarnos ante los cambios, el crecimiento y el progreso de un país cuya marcha no se detiene nunca.

Mientras el cielo paulatinamente adquiría un tono azul más profundo, sobre el horizonte, los colores encendidos del ocaso pasaban del naranja al maíz y al oro, del rosa al lila, se entremezclaban, se casaban y se confundían, colmando la vista.

Conversamos animadamente, intercambiamos golosinas, escuchamos hermosas canciones. La noche y sus encantos fueron descendiendo sobre los paisajes que íbamos atravesando. La luna, al principio discreta, adquirió más y más intensidad, hasta que su fulgor de plata llegó a su máximo esplendor .

 

Llegamos al punto de cita. Nos agrupamos y nuestro guía nos dio las pautas para la esperada caminata. En lo posible no usar las linternas, esperar hasta comprobar que nuestra vista se acostumbrara a percibir todo detalle, y que sí, era posible caminar por el pedregoso, desparejo suelo, a la luz de la luna.

Cuando emprendimos la marcha, el asombro nos superó. Muy pronto, el entorno, la majestad de esa naturaleza árida e imponente, digna de una experiencia interplanetaria, nos sobrecogió. Ese escenario que ya conocíamos de día, con su variedad infinita de matices, cobraba ahora, bañado en tonos de azules y plata, una magnificencia inimaginada.

La solemnidad del desierto, su desnudez ascética, los barrancos, riscos y montes que rodeábamos en nuestra aventura, adquirían un misterio renovado, convirtiéndose en presencias de un magnetismo insospechado, pesadas de sugestión, de trascendencia, de espiritualidad.

En un recodo de nuestro sinuoso derrotero, nos señaló el guía un espacio suficiente para sentarnos en improvisado semicírculo. De su mochila sacó un pequeño brasero, sobre el que colocó una tetera de cobre con largo mango. Subyugados, observamos como preparaba un delicioso té de frutas, y nos lo ofrecía en vasitos de cristal.

Ese alto en el camino, las conversaciones, los relatos de nuestras vivencias y emociones, las confesiones alrededor de la pequeña fogata, unidos al sabor del té y la magia de esos momentos en la grandiosidad cómplice del desierto, son puntos inenarrables, que dejo a vuestra imaginación.

El hechizo plateado de la noche nos acompañó al volver. Solo se escuchaba el leve crujido de las piedras bajo nuestros pasos. Nuestra alma estaba sumida en dichosa meditación, arropada bajo el manto de las estrellas.

 

 
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