Hamás ha acusado al presidente de EEUU, Donald Trump, de alentar el apartheid durante el discurso que dio el mes pasado en el Museo de Israel de Jerusalén. “El discurso fue racista, sanciona un nuevo régimen israelí de apartheid y fomenta el odio hacia el pueblo palestino”, proclamó la organización terrorista.
Tachar a Israel de Estado apartheid representa –como los sudafricanos, excepción hecha de Desmond Tutu, atestiguarían– la corrupción de la palabra apartheid, y una distorsión de la sociedad israelí y de los derechos de sus minorías. La palabra apartheid se usó por primera vez en 1947 en Sudáfrica para legislar sobre la segregación de blancos y negros. Y hoy no es raro oír decir que, en su hogar ancestral, los judíos son como los colonialistas sudafricanos bóers.
Pero, a diferencia de lo que sucedía en aquella Sudáfrica, en Israel la Declaración de Independencia garantiza a los residentes no judíos de Israel (el 20% de la población) igualdad de derechos civiles y religiosos. El crimen de lesa humanidad que es el apartheid nada tiene que ver con los valores de la racialmente diversa nación judía. De hecho, entre la variada población de Israel hay más de 100.000 judíos etíopes y más de un millón y medio de árabes.
Los no judíos de Israel gozan de verdadera libertad, en marcado contraste con el estatus de los judíos, los cristianos y los hindúes en gran parte del mundo musulmán. Y el trato igual que se da en Israel a todos los ciudadanos se puede comprobar visitando el Estado judío y recorriéndolo de punta a cabo. Una visita a cualquier hospital israelí muestra cómo los árabes y los judíos se mezclan libre e igualmente, como pacientes, médicos y administradores.
A quienes no les gusten los hospitales, una visita al centro comercial más cercano les servirá igualmente para comprobar cómo los judíos y los árabes se mezclan libre y fácilmente en condiciones de plena igualdad. De hecho, a menudo es imposible distinguir entre judíos y musulmanes.
Los musulmanes de Israel están representados en todos los ámbitos de la vida: son diputados, ministros del Gobierno, jueces, profesores, médicos, artistas, grandes empresarios, líderes comunitarios. Además, la minoría árabe de Israel recibe educación en árabe en escuelas públicas administradas por árabes según sus propias tradiciones culturales y religiosas. Los árabes israelíes votan a diputados árabes, algunos de los cuales se niegan a reconocer la legitimidad de la nación judía y abogan por la eliminación de Israel como Estado judío. Sin duda, esos derechos no existirían en una nación apartheid.
¿Y qué pasa con el estatus de los árabes que viven en la Margen Occidental?
La margen occidental del río Jordán era originalmente parte del hogar nacional judío, según recogía el Mandato para Palestina (1922). Como consecuencia de los acuerdos de armisticio que pusieron fin a la guerra de la independencia de Israel, parte de la Margen fue ocupada ilegalmente por Jordania. En 1967 Israel se defendió de una guerra de agresión árabe para destruir el propio Estado judío y tomó el control de toda la Margen. Con la esperanza de forjar una paz regional permanente tras la guerra de 1967, Israel se ofreció a negociar las fronteras con sus vecinos. La propuesta fue rechazada con la tristemente célebre Declaración de Jartum: “No a la paz con Israel, no al reconocimiento de Israel, no a las negociaciones con Israel”.
El rechazo de sus esfuerzos por alcanzar la paz dejó a Israel sin más opciones que tomar las medidas necesarias para mantener su seguridad. A fin de evitar nuevas intifadas terroristas, y protegerse de los yihadistas, los terroristas suicidas, los cócteles molotov, las pistolas, los cuchillos y las piedras, Israel ha adoptado medidas que a veces dificultan más la vida a los palestinos de la Margen Occidental. Pero el hecho de que Israel adopte medidas de seguridad para acabar con el terrorismo y la violencia no tiene nada que ver con el apartheid, el prejuicio racial o cualquier intento de extinguir u oprimir a una minoría. La Carta de la OLP (1964) y la del Movimiento de Resistencia Islámica –Hamás– (1988), en cambio, llaman a la aniquilación del Estado judío (y de todos los judíos que viven en él).
En 1993, Israel esperaba poner fin a su implicación en la Margen y suscribió los Acuerdos de Oslo, que crearon la Autoridad Palestina (AP) y llevaron a que la Margen fuese dividida en tres zonas: la Zona A, donde más del 97% de la población árabe es semiautónoma y es gobernada por la AP; la Zona B, administrada de forma conjunta por Israel y la AP, y la Zona C, que está bajo control israelí. Tras el fracaso de las negociaciones de paz de Camp David (2000) y el consiguiente estallido de una nueva intifada, Israel adoptó medidas de seguridad que incluían el establecimiento de puestos de control y barreras que restringían el acceso a Israel desde la Margen. Como resultado, el terrorismo suicida y la violencia se redujeron drásticamente. Aun así, la vida de los árabes de la Margen es más segura y próspera que en la mayoría de los países musulmanes vecinos.
Si quiere usted encontrar apartheid, simplemente viaje a los territorios palestinos. El empeño de la Autoridad Palestina de crear un Estado Judenrein [“limpio de judíos”] en la Margen Occidental sí puede calificarse propiamente de apartheid. “No se permiten judíos” es la señal que bloquea el paso de los judíos israelíes a la Zona A, incluso a partes de Jerusalén. Pero en lo que respecta a los árabes de Israel, no hay ningún apartheid.
© Versión original (en inglés): The Algemeiner
© Versión en español: Revista El Medio
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