El movimiento posmoderno, desarrollado durante el siglo XX, se concentra en lo particular, en las múltiples narrativas que pueden darse de un evento, no se enfoca en modelos para explicar los fenómenos del comportamiento humano y su entorno. Como explicaría el académico Jacobo Schifter, para los posmodernos la historia es vista en muchos casos un cuento influenciado por la perspectiva de aquel que lo narra.
De este modo, la posmodernidad afecta a la historiografía de dos maneras:
- Negar la posibilidad de construir relatos grandes, negando la prueba empírica histórica como base de sus paradigmas.
- Negar la posibilidad de hacer una construcción del pasado, ya que para estos la documentación no son pruebas reales sino discursos y representaciones de aquellos que lo expresan. (Schifter, 2012)
Por esta razón se podría explicar cómo, a pesar de la serie de documentación que existe sobre el ligamen del pueblo judío, con la tierra antigua de Israel (Palestina desde el Siglo II de la Era Actual) y los lugares sagrados como el Muro Occidental (Muro de las Lamentaciones), la Explanada del Templo (hoy explanada de las mezquitas) o la tumba de los Patriarcas (Mezquita de Ibrahim) en Hebrón, es de poca importancia para los conflictos modernos sobre las decisiones que la UNESCO ha tomado, motivado por un lobby de países anti israelíes, en una manifestación de visceral odio y cleptomanía histórica.
Debe quedar claro que cuando se habla textos que indican este apego judío hacia dichos lugares no se refiere únicamente a la Biblia; como algunos podrían manifestar de manera teológica, sino además a historiadores de la época, judíos o no, también, los textos desarrollados durante las diásporas como el Talmud de Babilonia, entre otros.
Ya no importa la documentación de los textos históricos, vistos como documentos basados en los intereses personales de los escritores de los mismos (incluyendo los textos sagrados), sino que ahora, lo que importan son las nuevas construcciones basados en intereses actuales, y hacia allá se enfoca la nueva narrativa.
En este caso, la importancia que pesa, es la que el lobby político está imponiendo adicional a la agenda a favor de la creación de un Estado palestino, una adecuación a la historicidad de un pueblo que hasta hace algunas décadas motivados por el panarabismo o el panislamismo regional, no se veía ajeno al resto de sus hermanos; recuerden que entre sus identidades se hacían llamar “sirios del Sur”.
La idea de “islamizar” estos territorios no obedece a una parte sustancial de resolver las disputas con los israelíes, sino que es el concepto del desarraigo de los judíos, dejando sin validez el apego que esta población tiene sobre los lugares más sagrados de su identidad nacional, la cual dicho sea de paso gira alrededor de la propia tierra que es motivo de enfrentamientos desde hace décadas. Estas medidas son claramente políticas y exacerban los ánimos en cuanto a la búsqueda de una solución bilateral con los israelíes, porque se tocan fibras delicadas como el arraigo espiritual.
Sin necesidad de entrar en la histórica disputa entre judaísmo e islam, es una realidad que el reclamo de los lugares sagrados del judaísmo a través de movimientos políticos, son una manipulación más de grupos que usan la religión como excusa para empujar a las poblaciones a un tipo de escenario de disputa mucho más compleja de resolver. La religión es uno de los combustibles más volátiles en los conflictos, de acá se entiende, por qué se insiste en la necesidad de evitar a los israelíes “judaizar Jerusalem” (sic) como si existiera tal proceso de una ciudad que según la historia siempre ha tenido asociación o apego con el judaísmo.
La narrativa de negación tiene mucho eco, aún dentro de los líderes palestinos que en su política de desacreditar a los judíos de Israel, se manifiestan con muy mala intención para justificar aspectos tan tergiversados como su presencia milenaria en la zona, antes que los propios hebreos. Por ejemplo decir que los palestinos descienden de los Filisteos (desaparecidos desde el año 700 AEC) o de los Cananeos (asimilados con otros pueblos desde el siglo 8 AEC), negando los vínculos reales de su origen en los árabes.
Cuando aceptan que realmente son árabes provenientes de la expansión islámica del siglo VII EC, aseguran que ellos son los “verdaderos hebreos”, convertidos al Islam y que por el contrario, los judíos actuales son europeos convertidos al judaísmo que no tienen un arraigo “étnico” con la zona.
Las resoluciones aprobadas en UNESCO son construcciones posmodernas, buscando destruir la historia documentada y sobre sus ruinas crear una nueva realidad, artificial y manipulada. Parecen acciones inocentes, pero ciertamente es absurdo este movimiento que les roba parte de su pasado religioso a los judíos, lo que automáticamente deja sin valor el vínculo cristiano por los mismos sitios, por cuanto según los relatos del Nuevo Testamento, Jesús vivió como un judío, asociado a estos territorios, por supuesto que en la construcción de los que promueven estas resoluciones, el galileo fue musulmán que probablemente rezaba mirando hacia Al-Haramayn Ash-Sharifayn (Meca y Medina), ayunaba en Ramadán y daba el zakat.
Por supuesto que no lo dicen, porque es obvio que sus movimientos son políticos, pero al mezclarlos con aspectos religiosos, sencillamente atizan la llama del conflicto y denota que definitivamente no es el tema “territorial” lo que buscan reivindicar, sino que además hay un elemento religioso intrínseco, así como la búsqueda del robo de la historia, la identidad judía y sus sitios sagrados para endosárselas como si fueran propios.
La duda directa es si esto es un movimiento que se puede atribuir al Islam como religión, la respuesta más inmediata sería decir que sí y no al mismo tiempo, porque en realidad se trata de movimientos asociados con el Islam Político, corriente que utiliza justificaciones religiosas para realizar maniobras de carácter politizado con una finalidad específica, en este caso de la cleptohistoria, respaldar el enfrentamiento por los sitios sagrados.
Ignorantes