Incluso para los estándares de la ONU, lo del Comité del Patrimonio Mundial de la Unesco reunido en Cracovia (Polonia) fue teatro diplomático del más absurdo: mientras los lugares sagrados musulmanes y cristianos están siendo reducidos a escombros en Irak y Siria, donde se están perpetrando operaciones de limpieza étnica y religiosa; cuando el auge del ISIS ha llevado la muerte y la destrucción a la región, la Unesco decide centrarse en la inexistente amenaza que representa el control israelí sobre la Cueva de los Patriarcas.
En un movimiento que habría soliviantado a George Orwell, el comité votó por borrar la historia judía, menospreciar la Biblia y adscribir la Ciudad Vieja de Hebrón y la Cueva de los Patriarcas al inexistente “Estado de Palestina”. En una votación semisecreta, doce países votaron a favor, tres en contra y seis se abstuvieron. La Cueva de los Patriarcas, cuya adquisición está recogida en la Biblia, se considera el segundo lugar más sagrado del judaísmo y el cuarto del islam.
Como es comprensible, israelíes y judíos de todo el mundo reaccionaron indignados. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, se puso una kipá para leer el pasaje del Génesis que detalla las negociaciones de nuestro patriarca Abraham para la adquisición de la cueva, donde poco después enterraría a su amada Sara. Todos los demás patriarcas y matriarcas del pueblo judío (excepto Raquel, que está en las proximidades de Belén) están enterrados en ese lugar sagrado.
En lugar de salvaguardar un legado de 3.500 años, la Unesco profanó y puso en peligro Maarat Hamajpelah (la denominación hebrea del lugar). La embajadora de EEUU ante la ONU, Nikki Haley, denunció la maniobra como “una afrenta a la Historia”.
También provocó indignación que el embajador alemán decidiera unirse a la petición del embajador cubano de guardar un momento de silencio por las “víctimas” palestinas después del momento de silencio por los seis millones de judíos exterminados por la Alemania nazi en el Holocausto. El enfurecido embajador israelí se enfrentó directamente al diplomático y le instó a aclarar si estaba equiparando a Ana Frank con los jóvenes palestinos que apuñalan a civiles israelíes inocentes. Si lo que esperaba era una disculpa, jamás se produjo.
¿Podría ser peor?
Lo cierto es que sí. Mucho peor.
Entre quienes asistieron a la votación estaba el recién elegido alcalde de Hebrón, la ciudad más populosa de las controladas por la Autoridad Palestina (AP) en la Margen Occidental. Taisir Abu Sneineh, candidato de Fatah en las elecciones municipales de este mismo año, tenía una ocupación bien distinta en mayo de 1980. Formaba parte de una célula terrorista que asesinó a seis estudiantes israelíes de una yeshivá e hirió a otros 16 cuando bailaban y rezaban mientras se dirigían a Beit Hadasá en vísperas de un shabat. Les tendieron una emboscada cuando se acercaban, precisamente, a la Cueva de los Patriarcas.
Los cuatro terroristas, sentenciados a cadena perpetua, fueron puestos en libertad en varios acuerdos de canje de prisioneros en la propia década de los 80.
Al anunciar la candidatura de Abu Sneineh, Fatah, el partido gobernante en la AP, describió el ataque terrorista como “una de las más importantes batallas y actos de coraje [del propio partido]” y “una de las operaciones de sacrificio más valientes”. Además, alabó a los asesinos como “héroes” y hombres de “emociones delicadas”. Abu Sneineh se unió a la AP en la década de 1990 y trabajó en el ministerio encargado de vigilar los lugares sagrados.
Ahora, la votación de la Unesco les dice tanto a los palestinos como a los israelíes que elterrorismo de los palestinos contra los israelíes será recompensado.
Sin duda, el asesino múltiple Abu Sneineh ha de sentirse exonerado. Tras resultar elegido, se le preguntó si sentía remordimientos por esos crímenes: “Todos en Fatah hemos luchado por nuestros derechos nacionales, y las leyes internacionales nos permiten resistir a la ocupación por todos los medios”, respondió.
Con la victoria de Hebrón en el bolsillo, el presidente de la AP, Mahmud Abás, corrió a El Cairo a contrarrestar las maniobras diplomáticas de su rival, Hamás. Durante su encuentro con el jefe de la Liga Árabe, Abás afirmó que estaba a favor de las medidas antiterroristas y respaldó una solución de dos Estados.
Y por qué no iba a seguir Abás con sus mentiras y su doble discurso. La comunidad internacional no le exige cuentas por las fechorías de la AP –entre las que se cuenta la de conferir estatus de héroe a terroristas como Abu Sneineh–, ni transparencia sobre cómo gasta su presupuesto anual, de más de 4.000 millones de dólares. De hecho, Abás está furioso por las demandas ya convertidas en proyectos de ley en el Congreso de EEUU y la Knéset israelí de que deje de recompensar a los terroristas y a sus familias en función del número de judíos que cada terrorista mate.
La UE, las ONG en defensa de los derechos humanos y numerosos activistas por la paz e iglesias guiñan un ojo al terrorismo palestino. Esta nueva votación de la Unesco fue aún más allá: recompensó las mentiras palestinas, a los asesinos y el engaño diplomático.
Esto se produce justo cuando hay señales de que el presidente Trump podría lanzar en breve una nueva iniciativa de paz para Oriente Medio. La primera tarea del equipo estadounidense debe ser rechazar el hipócrita doble discurso de Abás y exigir a los palestinos un cambio radical de conducta. Sin ese cambio, la solución de los dos Estados seguirá siendo un remoto milagro.
© Versión original (en inglés): The Algemeiner
© Versión en español: Revista El Medio
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