Una de las características más notorias de los tiranos es su egolatría, situada como un pequeño trono de oro en su hipocampo. Un trono en el que están sentados ellos mismos en tamaño infinitesimal, o sea que el ego de cada tirano es en realidad un rey despótico y cruel, por lo general vociferante y teatral. Otra, bastante frecuente, es su antisemitismo. Los judíos son un hueso duro de roer para ellos. Siempre maquinan, su inquietud nos perturba, su determinación nos asusta y su persistencia nos deja boquiabiertos. Eso piensan, si acaso piensan, esos socios malparidos que son Maduro y Erdogan, los espumarajos de cuyas bocas están llenos de una rabia paranoica que acabará por acortar sus existencias. ¿Y a qué se dedica su sociedad de irresponsabilidad ilimitada? A ver complots en todas partes, a reciclar la idea del protocolo de los sabios de Sión, a criticar a los imperios cuando ellos mismos son tributarios de un imperialismo mental insoportable. No importa que uno proceda de la cepa islámica y el otro de la izquierda mediocre de Latinoamérica; no importa que digan hablar en nombre de la moral con un lenguaje teológico, todo el mundo sabe quiénes son realmente.
Sus sociedades están condenadas a la partición inevitable entre fieles e infieles, obedientes y chupópteros y agotados contestatarios, lo cual da más trabajo a la policía que a los maestros, priva de materia gris las universidades y empobrece el entramado social de manera progresiva. Turquía se irá vaciando de a poco de turistas y visitantes y Venezuela de productos de primera necesidad en los supermercados. Pero eso no importa a los tiranos, en torno a los cuales los aduladores de turno lamen sus pies y le ocultan, en lo posible, los auténticos agujeros negros que se generan en sus respectivos países. Todo es fachada en los tiranos, debajo de su prepotencia no hay nada que valga la pena, y aún así suscitan un temor reverente y una deplorable veneración. Por eso duran más tiempo del previsible en el poder, porque su maligno magnetismo convierte a sus fieles en moscas de la más mínima carroña. Erdogan está deshaciendo en pocos años la herencia laica y positiva de Ataturk, Maduro se está cargando las instituciones cívicas de Venezuela y ambos, a su vez, van de irresponsabilidad en irresponsabilidad.
La gente inflexible llega a embaucarse a sí misma de modo tan blindado que en lugar de poner a prueba, en el diálogo, la validez o invalidez de sus ideas, las incrustan en el suelo como clavos de dudosa procedencia, de manera que sus tierras empobrecen, pierden fertilidad, se deshacen en terrones de desdicha, y lo que parecía un buen proyecto se convierte en lo que es, un saqueo interminable de la riqueza pública. La sociedad de Maduro & Erdogan se dedica, ante todo, al enriquecimiento propio, después a señalar con el dedo a supuestos enemigos aquí y allá. Hasta que les llega la hora a los tiranos y ven venir a toda prisa un féretro que nunca escogen, un disparo con el que sólo soñaron, la zancadilla, en fin, de sus colaboradores más cercanos. A eso conduce la irresponsabilidad ilimitada.
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