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| martes diciembre 24, 2024

Israel y Hezbollah: la batalla antes de la batalla


Durante la guerra de 2006 entre Israel y Hezbollah, las acciones militares israelíes fueron limitadas debido a la situación diplomática más amplia. La expulsión de Siria del Líbano se había producido un año antes. El gobierno del entonces primer ministro, Fuad Siniora, en Beirut era considerado uno de los pocos éxitos del proyecto de promoción de la democracia de Estados Unidos en la región. Como resultado, se presionó a Israel para que restringiera sus operaciones a objetivos directamente relacionados solamente con la actividad de Hezbollah.

Diez años es mucho tiempo. Hoy, la opinión en Israel es que la distinción entre Hezbollah y las instituciones y autoridades del Estado libanés ha desaparecido.

Pero mientras que el gobierno del Líbano ya no es un protegido especial de Estados Unidos y Occidente, la posición adoptada en las capitales occidentales con respecto al Estado libanés y, en particular, a sus fuerzas armadas sigue siendo muy diferente a la adoptada en Jerusalén. Las Fuerzas Armadas Libanesas (FAL) siguen siendo un importante beneficiario de la ayuda estadounidense. Esta brecha en las percepciones refleja diferentes preocupaciones primarias de seguridad. Para Israel, alterar esta percepción en Occidente antes del próximo conflicto con Hezbollah es una tarea estratégica primaria.

¿Cuáles son los hechos del caso?

Una de las expectativas básicas de un Estado en funcionamiento es que ejerza el monopolio del uso de la violencia dentro de sus fronteras. Desde este punto de vista, el Estado libanés dejó de funcionar ya hace algún tiempo. Como en la guerra de 2006 y los sucesos posteriores demostraron gráficamente, Hezbollah y sus patrocinadores han podido ejecutar una política exterior y militar independiente sin solicitar el permiso de las autoridades oficiales en Beirut.

Sin embargo, lo que ha ocurrido en el decenio transcurrido es que Hezbollah y sus aliados, en lugar de simplemente ignorar los deseos del Estado, han absorbido progresivamente sus instituciones.

Los acontecimientos de mayo/junio de 2008 en Beirut demostraron finalmente la impotencia del Líbano “oficial” para oponerse a la voluntad de Hezbollah y sus aliados.

Luego, a nivel político oficial, Hezbollah y sus aliados impidieron el nombramiento de un presidente libanés durante dos años, antes de garantizar el ascenso de su propio candidato aliado, el general Michel Aoun, en octubre de 2016. El bloque del 8 de marzo, del cual Hezbollah es parte consiguió para sí mismo ocho portafolios en el Gabinete libanés de 17 miembros. De éstos, dos están directamente en las manos de Hezbollah.

Por lo tanto, a nivel de liderazgo político, ya no es posible identificar dónde comienza el Estado libanés y dónde termina Hezbollah. Y la organización ha disfrutado durante mucho tiempo de un dominio físico y de facto tanto dentro del Líbano como en términos de sus acciones a través y más allá de sus fronteras (contra Israel, en su intervención en la guerra civil siria y en su participación con otros grupos milicianos pro iraníes en Irak y Yemen).

¿Qué hay de la cuestión de la cooperación en materia de seguridad entre Hezbollah y las Fuerzas Armadas Libanesas?

Ningún observador serio del Líbano discute que la cooperación abierta entre las dos fuerzas ha aumentado durante el último lustro. El trasfondo de esto es la amenaza del terrorismo yihadista de los grupos salafistas sirios involucrados en la guerra civil siria. Una serie de atentados contra los chiís al sur de Beirut y en comunidades fronterizas desencadenaron el esfuerzo conjunto de Hezbollah y las FAL.

Por supuesto, los ataques con bombas estaban ocurriendo como represalia, por parte de los salafistas sirios, por la participación de Hezbollah en la guerra en Siria del lado del régimen. FAL y Hezbolllah cooperaron a nivel de inteligencia, y lograron una serie de éxitos al localizar y aprehender células salafistas en territorio libanés.

Como resultado de la cooperación cada vez más abierta entre FAL y Hezbollah, Arabia Saudita puso fin a su asistencia militar a las FAL, cancelando una promesa de tres mil millones de dólares, en febrero de 2016. La cancelación fue una admisión tácita de la derrota de los sauditas, el reconocimiento de que su proyecto de ejercer influencia y poder en Líbano a través de sus clientes había fracasado.

Estados Unidos, sin embargo, ha continuado su relación con las FAL, que fueron beneficiarias de 200 millones de dólares en asistencia de Washington, el año pasado. En diciembre pasado, Estados Unidos rechazó las afirmaciones israelíes de que los vehículos blindados M113 mostrados por Hezbollah en un desfile triunfal en la ciudad de Qasayr, en Siria, provenían del inventario de las FAL. Según un comunicado del entonces portavoz del Departamento de Estado, John Kirby, FAL mantiene un “registro ejemplar” en el cumplimiento sobre el uso final con respecto a las directrices y restricciones de Estados Unidos.

Una declaración del presidente libanés Michel Aoun, en febrero pasado, parece confirmar la situación de cooperación entre las fuerzas. Aoun manifestó al canal egipcio CBC que las armas de Hezbollah “no contradicen al Estado… y son una parte esencial de la defensa del Líbano. Mientras el ejército libanés carezca de suficiente poder para enfrentar a Israel, sentimos la necesidad del ‘arsenal de Hezbollah, porque complementa el papel del ejército’”.

La diferencia de opinión entre Estados Unidos e Israel en este sentido es cada vez más importante debido a la evidencia emergente de las actividades de Hezbollah hasta ahora no reportadas. En particular, existe una profunda inquietud en Israel con respecto a las revelaciones de una industria local de armas de Hezbollah, apoyada por Irán. Esto, combinado con lo que puede ser el comienzo de una lenta reducción de la guerra siria, plantea la posibilidad de nuevas tensiones con Hezbollah.

Esto no significa que la guerra sea inminente. Pero desde el punto de vista israelí, la brecha de comprensión y percepción entre Washington y Jerusalén sobre las FAL, y por definición sobre la naturaleza actual del Estado libanés, es un asunto que requiere atención urgente. En la actualidad es una de las piezas faltantes en la estructura diplomática que por sí sola puede hacer posible el tipo de guerra que Israel va a querer luchar la próxima vez, si ocurre un ataque o una provocación de Hezbollah.

Ella está destinada a ser una guerra de unas escalas y dimensiones muy diferente de la guerra de 2006.

La intención será descartar cualquier distinción entre Hezbollah y el Estado libanés, y librar contra el Líbano el tipo de guerra entre dos estados (estado contra estado), sobre la base de que la distinción se ha convertido en una ficción. Esto implicará un uso total de la fuerza militar, que estará orientado a forzar una decisión relativamente rápida.

Para que esto sea concebible, primero hay que ganar una batalla diplomática. Se trata de una batalla para convencer a Occidente, o por lo menos a Estados Unidos, de que la milicia aliada (proxy) de Irán se ha tragado efectivamente hoy en día al Estado libanés, haciendo que la guerra contra el primero, por su propia naturaleza, involucre a la guerra contra este último. Esta batalla antes de la batalla aún no ha sido ganada. Es parte de una mayor expectativa israelí de focalizar a EE.UU. y Occidente en el Islam político iraní y chií, en lugar del enfoque occidental actual sobre la variedad sunita. Sólo así, Israel podrá establecer la profundidad estratégica en la arena diplomática que permitirá, si es necesario, sus planes en caso de que se lleve a cabo una guerra contra Hezbollah.

 

Traducido por Aurora-Israel

 
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