La resolución de la ONU condenando los denominados asentamientos ilegales de judíos en Cisjordania será recordada en el futuro por la abstención de Estados Unidos. Un mes antes de dejar el poder, Obama se dio el gusto de hacer lo que siempre tuvo ganas de hacer. Lo demás se incluye en el campo de lo previsible. Hamas y la OLP festejan; los enemigos históricos de Israel, que no son pocos, festejan; Netanyahu protesta y promete sanciones… y colorín colorado este cuento ha terminado, porque el 20 de enero asumió Trump y, como se dice en estos casos, se debió barajar y dar de nuevo.
Pasado el aviso publicitario con sus correspondientes jingles, empecemos a hablar en serio. En principio, lo que más llama la atención es que los caballeros de la ONU estén tan preocupados por los asentamientos ilegales, mientras a no muchos kilómetros de allí, es decir en Siria, se está produciendo desde hace un tiempo una de las carnicerías más intensas del planeta, sin que los adalides de la supuesta paz en Medio Oriente atinen a hacer algo importante al respecto.
De manual, como se dice estos casos: muy preocupados por los problemas del único país democrático de la región, pero poco y nada que decir de los regímenes despóticos, totalitarios y fanáticos de la zona. Muy indignados por el señor Netanyahu, a quien no vacilan de calificar de ultraderechista, mientras que respecto de los jeques, clérigos y monarcas con las manos tintas en sangre, no se dice una palabra… y cuando se atreven a elevar una crítica lo hacen con una delicadeza y finura digna de discípulos de Talleyrand y Metternich.
¡Pero Netanyahu es de derecha! Suelen decir políticos, intelectuales y periodistas que en sus países no le hacen asco a arreglar con la peor derecha local. Para estos señores, que Netanyahu haya sido elegido en elecciones limpias es un detalle menor o, sencillamente, una corroboración del fraude de las democracias burguesas.
¿Y los asentamientos ilegales? Allí hay problemas. Un sector religioso y militante de Israel considera que estos territorios le pertenecen o, sencillamente, estiman que así como un judío tiene derecho a comprar una casa en Nueva York o en Santa Fe, también tiene derecho a levantar su vivienda donde mejor le plazca. A esa explicación, un tanto precaria, agregan que bíblicamente tienen derecho a vivir allí… y para eso, además, han ganado todas las guerras del caso.
Los argumentos admito que son opinables, pero allí están. Por lo pronto, esos asentamientos ocupan el dos por ciento del territorio en disputa y tácitamente los gobiernos de Israel han admitido que, si se arribara a un acuerdo de paz, no habría mayores problemas en resolver esos temas.
¿Les creemos a los judíos? Yo estaría dispuesto a creerles, porque las mismas promesas han hecho con Egipto y Jordania y las cumplieron al pie de la letra. En ambos casos, los que arreglaron estos acuerdos fueron los halcones Sharon y Beguin. A Egipto, Israel le devolvió la península de Sinaí completa y, por supuesto, levantó los asentamientos. Beguin lo hizo a pesar de protestas de judíos que manifestaban su desacuerdo con las concesiones hechas a quienes declaran la guerra, prometen matar a todos los judíos, pero luego, cuando pierden, se acuerdan de la paz y de la legalidad internacional. El comportamiento me recuerda a ese pibe de mi barrio que cuando ganaba a las bolitas se quedaba con todo, pero cuando perdía se ponía a llorar y acusaba a sus ganadores de que lo estaban robando y llamaba al papá y a la mamá para que lo defiendan y le devuelvan las bolitas perdidas.
¿Pero Israel quiere la paz? Por supuesto que la quiere. ¿Por qué creerle? Por la sencilla razón de que los judíos viven bien, su poderosa clase media quiere que sus hijos estudien, viajen, hagan negocios, se diviertan y no corran el riesgo de morir despanzurrados en la frontera. Israel quiere la paz porque su calidad de vida así se lo exige. Acusémoslos de consumistas, burgueses o pequeños burgueses, pero cada una de esas acusaciones no hacen más que corroborar su sentimiento de paz, un sentimiento que, si a algunos así les gusta, no nace de la generosidad, sino de la necesidad, del egoísmo si se quiere, pero que en todos los casos coincide con esa exigencia de paz que nace en quien estima que vive demasiado bien como para arriesgar la vida en un frente de batalla.
La misma afirmación no se puede decir de la vereda de enfrente. Por razones históricas los palestinos se han formado en un clima de guerra y muerte. Sólo en ese clima es posible imaginar los comandos suicidas, los operativos sanguinarios y las ejecuciones salvajes que incluyen sus propios ajustes de cuentas, disputas en las que se aniquilan sin lástima y en donde el fanatismo camina de la mano con la corrupción más escandalosa, porque se perpetra en un clima de pobreza.
Y ahora sí vamos a la cuestión de fondo. El verdadero acuerdo de paz debió haberse firmado en 1947, cuando precisamente la ONU estableció la extensión de tierras que le correspondía a Israel y a los árabes. ¿Y los palestinos? En 1947 los palestinos no existían como entidad política.
Todo perfecto, entonces con la ONU, salvo el detalle que los árabes no aceptaron esa decisión y seis ejércitos avanzaron sobre Israel con la certeza de que a los judíos los liquidaban en dos patadas. Pues bien, se equivocaron y fiero. La paliza fue total, aunque, -el detalle es importante- tanto Jordania como Egipto controlaron los territorios de Cisjordania y la Franja de Gaza. Sí, exactamente los mismos que hoy reclaman como la base territorial del futuro Estado palestino. ¿Por qué Egipto y Jordania no entregaron esas tierras a los palestinos? Por lo que ya dije, porque los palestinos no existían como tales y, sobre todo, porque la causa palestina sólo tiene relevancia para los árabes siempre y cuando sean una punta de lanza contra Israel. No olvidar. Egipto y Jordania dispusieron de treinta años para atender las reivindicaciones de los palestinos; no las atendieron y Jordania, dicho sea de paso, cuando se cansó de los palestinos, les pagó con una masacre que jamás Israel se atrevió a cometer.
En 1967 vino la Guerra de los Seis Días, denominada así porque en ese tiempo Israel liquidó a los fanfarrones que desde Egipto y Siria se jactaban de liquidar a los judíos en dos patadas. Fue al revés: los liquidaron en dos patadas o, en seis días. Luego, con Jordania y con Egipto, Israel cumplió al pie de la letra todos los compromisos, incluida la devolución de tierras ganadas limpiamente en batallas que no declaró.
Hace diez años, Sharon, el halcón de los halcones, decidió devolver la Franja de Gaza. Por primera vez en la historia, soldados de Israel reprimieron a colonos judíos. Todo ello para que luego Gaza sea controlada por los terroristas de Hamas. Como me decía un amigo: andá a explicarle ahora a los judíos que hacer la paz con estos tipos es una buena idea. Tampoco parece haber sido una buena idea la solución propuesta por Barak -la propuesta de paz más audaz de Israel- y que Arafat no sólo rechazó sino que pagó con una nueva Intifada.
Seamos claros entonces. La exigencia de Israel no es devolución o no de territorios ocupados, sino paz o no paz. Y la paz incluye un compromiso de los palestinos de admitir la existencia de Israel, porque las declaraciones y la pedagogía diaria de los palestinos insiste en que el destino de los judíos es el mar. ¿Lo mismo que en 1947? Sí, lo mismo, por lo que lo que hay que arreglar no son los reclamos de 1967 sino los de 1947.
A los palestinos hay que preguntarles si efectivamente quieren la paz o si todo se reduce a una suma de tortuosas maniobras para continuar la guerra contra los ocupantes judíos. ¿Ocupantes? Sí, claro, pues para la OLP y Hamas la ilegitimidad de Israel no nace de la ocupación de algunas tierras, sino de su propia existencia. “Judíos al mar”, sigue siendo la consigna. Lo demás son papelitos de colores para distraer a tontos, idiotas útiles y judeofóbicos militantes.
Ninguna de las dos fechas. Israel recuperó lo que le pertenecía