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| domingo diciembre 22, 2024

La conspiration du silence en France


El 3 de abril último, un joven oriundo de Mali llamado Kobili Traoré regresó a su casa parisina tras haber pasado una tarde fumando marihuana con amigos. Estaba tan alterado que su madre lo echó puertas afuera en medio de la noche. Una familia vecina, también de Mali, lo acogió, pero al rato debió encerrarse en una habitación y llamar a la policía a la luz del comportamiento violento del invitado. En cuestión de minutos, tres policías arribaron al lugar, otros tres los hicieron más tarde.  Al escuchar sus recitaciones de versos coránicos asumieron que se trataba de un potencial terrorista, llamaron al cuerpo de elite y quedaron a la espera de los refuerzos. Traoré cruzó al balcón de al lado, rompió la ventana y atacó a una mujer de 65 años. Se llamaba Sarah Halimi, era una médica judía y el africano la conocía, habiéndole gritado en el pasado “sucia judía”. El intruso la atacó con tal ferocidad que le provocó veinte fracturas en su cara y cuerpo. La torturó horriblemente durante un tiempo mientras proclamaba versos coránicos, decía “alá u akbar” y la acusaba de ser un diablo. Luego la arrojó por el balcón de un tercer piso. Aunque los gritos desgarradores de la víctima resonaron por todas partes, la policía no intervino. Tampoco lo hicieron los vecinos. Para cuando la unidad elite llegó a la escena, cincuenta minutos después, Sarah Halimi yacía muerta en el patio del edificio. Kobili Traoré, en tanto, estaba en la casa de sus vecinos de Mali, recitando calmadamente suras del Corán y alardeando “maté al vecino Sheitán” (diablo).

El asesino fue arrestado y enviado a un hospital psiquiátrico. El fiscal de Paris tardó diez días en iniciar la investigación y se negó a incluir en los cargos una motivación antisemita. En un caso previo en que un musulmán (Adel Amastibou) asesinó a un vecino judío (Sébastien Selam), en 2003, y admitió “maté a un judío, iré al paraíso”, también fue enviado a un instituto mental, donde pasó unos años, y nunca fue juzgado por su crimen. Ídem con Mohamed Lahouaiej Bouhlel, el tunecino que en julio de 2016 atropelló con un camión y mató a 86 personas en la Promenade des Anglais en Niza. Fue declarado “insano” y enviado a un psiquiátrico. Es decir, para las autoridades Francia está bajo ataque de dementes, no de islamistas. Y esos musulmanes que andan matando judíos por ser judíos aparentemente tampoco tienen un motivo antisemita. En 2006, la autodenominada “banda de los bárbaros” liderada por Yussuf Fofana, de Costa de Marfil, secuestró y torturó con saña espeluznante durante tres semanas a un joven judío llamado Ilán Halimi. Lo abandonaron moribundo, maniatado con cinta aislante a un árbol, y murió en un hospital. La policía se rehusó a tratar el caso como uno de antisemitismo, atribuyendo la causa en su lugar a una pelea entre bandas juveniles. Fofana se fugó a África pero fue extraditado a Francia y condenado a cadena perpetua. “Los judíos son mis enemigos” gritó durante el juicio. En una variante rítmica del tema, vecinos del 11 arrondissement gritaron “muerte a los judíos” contra quienes participaron en una marcha silenciosa en tributo a Sarah Halimi el domingo siguiente a su muerte.

Con el estamento policial y jurídico minimizando las raíces antisemitas del ataque, la comunidad judía esperó contar con el apoyo de la prensa nacional. Sin suerte: los periodistas no investigaron el incidente ni lo reportaron. Una cortina de silencio descendió sobre los principales medios de comunicación franceses al punto que al cabo de siete semanas del crimen, el hermano de Sarah dijo con amargura a i24News: “El absoluto silencio que rodea el asesinato de mi hermana se ha tornado intolerable”. El crimen ocurrió entre la primera y la segunda vuelta de las elecciones nacionales en Francia y la prensa progresista pareció haber tomado la decisión de no publicar nada que alentase el mensaje alertador del Frente Nacional de Marine Le Pen (incidentalmente, según indicó Luis Rivas en El Confidencial, ella fue la primera y única política local en condenar esta agresión). Le Monde, Liberation y los demás medios de izquierda llevan años ya pontificando que el islam es una religión de paz y, en su visión, mencionar la identidad religiosa de los agresores equivale a estigmatizar a toda la feligresía mahometana, además de que socavaría la inocencia proclamada. La corrección política impide hablar de un crimen religioso. Ergo, mientras el cadáver de Sarah Halimi yace en un cementerio, su historia es sepultada por la prensa bien pensant.

Tres meses después del asesinato de Sarah Halimi, alrededor de cien intelectuales musulmanes de Francia publicaron una carta abierta en el Journal de Dimanche con el título “Nosotros, franceses-musulmanes, estamos listos para asumir nuestras responsabilidades”. Sólo que no lo hicieron. Pedían por “una batalla cultural contra el islam radical”, clamaban por una reflexión islámica a la luz de la seguidilla de atentados perpetrados por musulmanes en nombre de su fe y listaban los incidentes: la matanza de periodistas de Charlie Hebdo, los atentados de Bataclán, el atropellamiento en Niza, el apuñalamiento fatal de dos policías casados frente a su pequeño hijo en las afueras de la capital y el degollamiento de un sacerdote en una iglesia en Étienne-du-Rouvray. Excluyeron toda mención a los ataques dirigidos contra blancos judíos: los cuatro que fueron matados por Amedy Coulebady en el supermercado kosher en Paris, la ejecución de un rabino y tres niños en Toulouse por Mohamed Merah y la violación de una joven en la casa de una familia judía en Creteil por parte de agresores musulmanes (no un acto terrorista pero sí antisemita: los delincuentes eligieron ese hogar porque, dirían posteriormente, “los judíos tienen siempre mucho dinero”). Salvo un puñado de intelectuales y líderes judíos que reaccionaron, a la sociedad francesa no pareció molestarle demasiado la omisión.

El ocultamiento y la minimización del componente antijudío en el asesinato bestial de una mujer judía en Paris a manos de un fanático musulmán obediente de Alá por parte de las autoridades policiales, judiciales, medios de prensa y reformistas musulmanes es un signo de la Francia actual, y por extensión de Europa. Tal como escribió en The Times of Israel la novelista norteamericana residente en Paris Nidra Poller, “Sarah Halimi es una imagen de nuestra civilización: indefensa porque los agentes de la ley no actúan, las autoridades engañan, la prensa enmudece, y aquellos que dicen la verdad son perseguidos y procesados”.

 

http://www.infobae.com/opinion/2017/08/07/la-conspiracion-del-silencio-en-francia/

 
Comentarios

Así se comporta la justicia francesa, sin justicia!

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