En mayo de 1948, sólo horas después de que Israel declarase su independencia siguiendo la decisión de Naciones Unidas de crear un estado judío y uno árabe donde la Sociedad de Naciones había establecido un Mandato Británico, los ejércitos de todos los países árabes limítrofes y otros que ni siquiera lo eran (Arabia Saudita, Yemen e Irak), atacaron e invadieron al naciente estado. Este suceso, que duró más de un año se conoce como Guerra de Independencia de Israel, pero no es un nombre apropiado. Dicho enfrentamiento no fue por lograr la independencia de la potencia colonizadora (como las guerras de ese nombre en el continente americano, Asia y África o incluso la que España libró a inicios del siglo XIX). La independencia ya se había logrado y declarado en los marcos legales internacionales. La guerra que Israel tuvo que librar fue para defenderse de quienes no aceptaron su derecho a existir.
Apenas unos años antes, muchos de los combatientes bajo la bandera con la estrella de David, se enfrentaron en Europa al derecho a existir como personas. Tampoco era la primera vez que los judíos eran atacados por los árabes en ese territorio, antes parte abandonada de una provincia del Imperio Otomano y luego lugar prometido solemnemente como “hogar nacional para los judíos” por los nuevos administradores. Muy poco tiempo pasó antes que los británicos incumplieran su promesa, desgajando la mayor parte oriental del territorio para crear Transjordania, y que comandos árabes atacaran y mataran a judíos.
Tampoco las guerras acabaron con el alto el fuego de 1949. Algunas fueron “convencionales”, enfrentando a ejércitos, y otras contra milicias irregulares y movimientos terroristas. Hasta el día de hoy. Más que distintas guerras son distintas batallas, por medios diferentes, pero con el mismo objetivo. Durante esta Guerra de Existencia que pronto cumplirá un siglo desde el ataque a Tel-Jai en 1920, los árabes han acuñado la metáfora de “echar a los judíos al mar” del que habrían llegado, lo que no deja de ser una paradoja, ya que el nombre con que se identifican tiene su origen en los antiguos y desaparecidos filisteos, uno de aquellos “pueblos del mar”, término que proviene del hebreo “polésh” y que significa justamente invasor.
Hace mucho hubo en Europa una Guerra llamada de los Cien Años, que enfrentó por unas tierras a dos naciones durante más de un siglo. Hoy es un capítulo de historia que aprenden los niños de Francia y Reino Unido como parte de un pasado muy lejano y superado. Seguramente, los que vivieron entonces pensaron que aquello no tendría fin, como hoy muchos se han resignado a creer que nunca habrá una salida y una convivencia pacífica entre ambos pueblos. Como nación milenaria estamos obligados a mirarnos a largo plazo. A veces nieva en pleno verano, pero detrás de los nubarrones siempre está el mismo y brillante sol esperando asomar.
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