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| domingo diciembre 22, 2024

El cirujano argentino que salva vidas en la frontera sirio-israelí


Alejandro Roisentul es un médico argentino que trabaja cerca de la frontera entre Israel y Siria.

«Como muchos pacientes no tienen adónde ir, se quedan; el hospital es la segunda casa»

Alejandro Roisentul es odontólogo y cirujano maxilofacial. Nació en Buenos Aires, estudió en la Universidad de Buenos Aires y emigró a Israel en 1989, cuando tenía 24 años. Es el director de la Unidad de Cirugía Oral y Maxilofacial del Hospital Ziv, en Safed, al norte de Israel, cerca de los Altos del Golán, de Líbano y de Siria, adonde atiende a heridos de guerra. Esta semana vino de visita a la Argentina para participar del Congreso Internacional de la Asociación Latinoamericana de Cirugía y Traumatología Maxilofacial y para recibir varios reconocimientos: la Legislatura porteña lo nombró «persona destacada en los derechos humanos» y la AMIA distinguió «su gran tarea humanitaria».

En una entrevista con LA NACION, Roisentul se definió como un «ciudadano del mundo», dijo que es «muy emocionante» que hayan reconocido su trabajo y dio detalles de cómo es tratar a pacientes que llegan de Siria, donde la guerra y el horror parecen no tener límites y donde han muerto cientos de miles de personas desde 2011.

-¿Cómo es trabajar en una zona de conflicto, tan cerca de una frontera conflictiva?

-Estoy en un hospital que está muy, muy cerca de la frontera, a 10 kilómetros de la frontera con Líbano y a 40 kilómetros de la frontera con Siria. Sabemos cuándo y cómo empieza un día y no sabemos cuándo ni cómo va a terminar. Puedo empezar un día «tranquilo» y terminar en la sala de cirugía con heridos graves que vienen de Siria. Es bastante tenso. A veces, cuando alguien me dice: «Hoy está muy tranquilo», yo digo: «No, no digas eso». Como cirujano nunca sabés cómo va a seguir.

Foto: Gentileza Alejandro Roisentul

-¿Es habitual que atienda pacientes sirios?

-El Hospital Ziv, de Safed, atiende a unos 250.000 habitantes de la zona, una población grande que incluye judíos, musulmanes, cristianos y drusos. Y eso se ve reflejado también en el equipo médico, que también es diverso. Hay una coexistencia muy linda. De repente, en febrero de 2013, llegaron siete sirios a la sala de Traumatología. Cuando estábamos yendo hacia la sala con un colega colombiano nos preguntábamos: «¿Quiénes serán?». Sabíamos que la frontera estaba herméticamente cerrada. Llegamos a la sala y había heridos graves, de bala, con esquirlas, chicos, gente joven. Los atendimos y ahí vi por primera vez heridas de balas de gran calibre, de [fusil] Kalashnikov.

Ese día capaz pensamos que sería algo de una sola vez, pero rápidamente llegaron otros cuatro, otros cinco, y así. El Hospital Ziv fue el primero que recibió a pacientes sirios. En cuatro años vinieron más de 4000 sirios a [hospitales y centros médicos de] Israel. Hoy son parte del día a día del hospital.

-¿Sabe cómo llegan los pacientes sirios al hospital?

-Bueno, no estamos involucrados en cómo llegan, pero sabemos que vienen a la frontera, piden ayuda, hay equipos del Ejército de Defensa de Israel y paramédicos y los trasladan en ambulancias. Al principio se hizo un hospital de campaña, a cargo de un coronel druso, pero hoy en día directamente los traen al hospital, que está muy cerca, a 40 minutos. No tienen pasaporte, visa, vienen sin documentos.

No sabemos exactamente adónde se van [cuando reciben el alta], pero hablando con ellos generalmente nos cuentan que quieren volver, que tienen familia y quieren volver al lugar donde estaban. A veces se les pueda dar el alta después de dos o tres semanas, aunque hay heridos que están hasta seis meses, con heridas muy graves.

-¿Cómo se comunica con los pacientes que no hablan su idioma?

-Hay cosas que no hace falta hablarlas. El agradecimiento, el cariño y la amistad se transmiten con una mirada. [Hay pacientes sirios que] cuando llegan tiene una mirada de miedo, pero uno ve a través de los días, las semanas, cómo esa mirada es de agradecimiento, de amistad, y ahí de repente se animan a darme la mano, un abrazo. Es la esperanza de que las cosas van a cambiar, de que el mundo va a cambiar.

¿Quién cubre los costos de las internaciones, cirugías, tratamientos, etc.?

-El Estado de Israel. También hay donaciones privadas. Cuesta mucho dinero, reciben atención de altísima calidad, mucha dedicación. Si un paciente viene con una fractura de pierna, se podría amputar. Nosotros hacemos lo máximo que podemos para no [amputar], nos encargamos de que ese paciente vuelva a pie a su casa. Hubo un caso de un chico de 10 años que perdió las piernas en el campo de batalla [en Siria] y vino acá y se consiguieron donantes privados y prótesis de piernas completas. Y se fue de pie.

-¿Hay algún paciente que recuerde especialmente?

-Sí, un chico que se llama Ahmed. Tenía 11 años y llegó a la frontera solo y lo trajeron al hospital. Yo me había dado cuenta de que estaba sin papá, sin mamá, y pregunté: «¿Qué hace este chico solo?». Estaba ciego, había perdido una mano, la otra mano estaba muy mal, había perdido una pierna. Ese chico estaba mutilado y yo pensé en el mundo, el mundo que está ciego, que no quiere ver, que no tiene manos para estrechar al amigo, al necesitado; que no tiene reacción contra la violencia.

-¿Hay algo de su vida en la Argentina a lo que recurra en el trabajo en el hospital?

-Sí. Creo que cuando uno sirve a la comunidad se sirve a sí mismo, en un sentido espiritual. Y eso lo mamé en la Argentina.

En el hospital había varios [profesionales] argentinos en el pasado, muchos médicos que ya se jubilaron. [Ahora] hay otro argentino, un brasileño, un colombiano. Pienso que el espíritu latino trae [lleva] a Israel algo muy lindo, muy cálido, de mucho amor, mucha energía, mucha alegría, mucho amor. Dije «amor» dos veces, tal vez es por algo.

Cuando uno se va a otro país trata de asimilarse, trata de adaptarse a las costumbres locales, quiere ser como todos. En un momento pensé que tenía que conservar ese «latinoamericanismo» que tenía, que es tan lindo. El espíritu argentino está muy integrado en la sociedad israelí.

-¿Alguna vez sintió que estaba en riesgo o temió por su vida?

-Estamos en riesgo todos los días. Es muy peligroso vivir. Uno nunca sabe qué va a pasar. Creo que me da más miedo salir a la calle que entrar al hospital. Cuando uno tiene una misión en la vida y está en el lugar adecuado, es el lugar donde uno está más seguro.

En el Hospital Ziv de Safed trabajan 1550 personas que atienden a unos 300.000 pacientes
En el Hospital Ziv de Safed trabajan 1550 personas que atienden a unos 300.000 pacientes. Foto: Gentileza Alejandro Roisentul
 
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