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| sábado noviembre 23, 2024

Pilar Rahola. En la diana de la yihad


Pasó. Aquello que sabíamos que podía pasar, pasó. Lo anunciaban las alertas de los servicios de inteligencia más importantes del mundo, lo informaban ellos mismos en sus arengas yihadistas, lo avisábamos algunos que estudiamos el horror desde hace años, y era tan indiscutible que habían puesto Barcelona en el centro de su diana, que hacía años que estábamos en alerta cuatro, la más alta antes de la quinta, que significa el ejército en la calle. De hecho, era tanto el nivel de amenaza, que personalmente osé bautizar Barcelona como una nueva Casablanca, porque el fenómeno había atraído, a nuestra ciudad, a espías de toda condición. Y, por cierto, suerte hemos tenido de sus informaciones… Es decir, sabíamos que, más pronto que tarde, habría un atentado en Barcelona, y cabe añadir que las fuerzas de seguridad –desde mossos, hasta policía– estaban haciendo un esforzado, serio y continuado trabajo de lucha y prevención. Un trabajo que, según parece, ya habría evitado algún otro atentado.

Era, pues, un acto terrorista previsible, y, al mismo tiempo, era un acto terrorista imposible de prever. Es decir, sabíamos que querían matarnos, lo habían escrito en sus panfletos, habían puesto la imagen de la Sagrada Familia en sus portadas (al lado mismo de la torre Eiffel, otra de sus ciudades-diana), el nombre de Barcelona se oía en los agujeros profundos de la red oscura, y la frase bíblica “si te dicen que quieren matarte, créelos” parecía un oráculo certero. Y a pesar de ello, era imposible prever lo que ha ocurrido. Esa es la endiablada fuerza de la nueva yihad, que rompe los viejos esquemas de las células clandestinas, la preparación de atentados complejos, la logística de una gran acción terrorista, todo es pasado, porque la “inteligencia” terrorista (sí, el terrorismo puede ser muy inteligente) ha comprendido que debía mutar su accionar, para ser aún más mortífero. Y la pregunta se resume en la que uno de los ideólogos más conocidos del yihadismo escribió en una de sus revistas: “¿Para qué estar meses preparando un atentado complicado con una bomba, si un simple sahid con un cuchillo, matando a un policía, ya sale en la CNN?”. O unos tipos con una furgoneta, atropellando a viandantes en la Rambla. La muerte, pues, no necesita mucha complejidad para ser brutal, terrible, caótica, pavorosa. Al contrario, quizás la simplicidad la convierte en especialmente letal.

¿Por qué Barcelona? Por motivos diversos. El primero, su popularidad internacional: Barcelona está de moda, y todo lo que atraiga el interés internacional, interesa al yihadismo. No olvidemos que se alimentan y dominan como nadie el arte de la propaganda. Lo segundo, es una ciudad occidental y europea, y ambas condiciones están en el top ten de la obsesión yihadista. Además, el yihadismo está perdiendo posiciones en la vieja Mesopotamia, donde el Daesh está siendo vencido. Y el péndulo siempre funciona de la misma manera: cuántas más derrotas sufre el yihadismo sobre el terreno, más necesidad de atentar, sobre todo en Occidente, para dar la apariencia de victoria.

Y finalmente, no es menor el hecho  que Catalunya se haya convertido en un centro muy activo y dinámico del fenómeno salafista, alma mater ideológica del terrorismo islamista. Algunos de los congresos salafistas más importantes de Europa, así como algunos de sus líderes más notables, están afincados en Catalunya, y ello ayuda considerablemente a situarnos bajo el foco.

Es una pésima noticia que el radicalismo fundamentalista se haya asentado en nuestro territorio, y aunque es muy posible que los terroristas de la Rambla no hayan pisado una mezquita salafista (porque la captación se produce, a menudo, por otras vías), pueden haber encontrado abrigo en los llamados barrios-yihad, zonas donde el radicalismo islamista crea espesas telarañas de apoyo. Recordemos, por ejemplo, el caso del barrio belga de Molenbeek, donde los terroristas de París recibieron apoyo y cobijo durante más de un año. ¿Tenemos barrios-yihad en Catalunya? Sin ninguna duda, tenemos zonas donde el salafismo se ha convertido en la ley y ha hecho desaparecer todo atisbo de occidentalismo. Y, repito, ello acaba siendo una red de protección muy preocupante para los radicalizados que desean atentar. Y ahí, en la prevención del fenómeno ideológico salafista –en general auspiciado por las dictaduras del petrodólar, que envían centenares de millones de dólares para “islamizar” a los musulmanes que viven en nuestro territorio–, estamos fracasando severamente.

¿Cuál es el objetivo de un atentado como el ocurrido en la Rambla? Primero, lo dicho: la simplicidad. Pero el método tiene otras intenciones mucho más profundas que se vinculan con el objetivo primero: crear el terror. Es decir, los atentados no buscan matar solamente (que también), sino sobretodo crear una conciencia colectiva de inseguridad, quebrar los códigos que regulan nuestra civilización moderna, y, en consecuencia, activar los mecanismos del miedo. Lanzando una furgoneta contra unas personas que pasean tranquilamente por la Rambla, un bello día de agosto, envían tres mensajes letales a la sociedad de las libertades: nadie está seguro, porque todos somos objetivos potenciales y todo objetivo es aleatorio; el ocio está en peligro, y con él nuestro modelo de vida. y la guerra que nos han declarado es descarnada, no tiene códigos morales y es global. Matar a alguien anónimo, al niño que pasea con su madre, al joven que escucha su iPod, al abuelo que camina indolente, y hacerlo en cualquier momento, sin motivo, ni sentido, sólo porque estaba ahí, en ese momento y lugar, matar así es una forma brutal de inocular el miedo y destruir la libertad. Y no olvidemos que la destrucción de nuestro sistema de valores es un objetivo fundamental.

¿Qué podemos hacer? Desde la perspectiva policial, por supuesto todo es mejorable, pero es cierto que estamos ante unos grupos antiterroristas que trabajan de forma muy seria y profesional. Desde la perspectiva ideológica, lo tenemos todo por hacer, porque hemos confundido la libertad de credo y el respeto a la diferencia, con la propaganda ideológica antioccidental, el lavado de cerebros y la injerencia de dictaduras brutales que están adoctrinando a nuestra gente, ante nuestras narices y nuestra más absoluta ineptitud. Repito, en ese aspecto casi todo está por hacer.

Por último, un recordatorio necesario: el yihadismo busca crear el miedo colectivo, inocular el virus de la inseguridad, destruir la libertad. Por ello mismo, debemos llorar a nuestros muertos, blindar nuestras defensas, luchar contra sus ideólogos, defender nuestros valores y no permitir que el miedo penetre y nos paralice. Es el terror el que debe tener miedo de la libertad, y nunca a la inversa.

 

 

 

 
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