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| viernes noviembre 15, 2024

No compartimos valores con Arabia Saudí


En su artículo en Fikra Forum del 13 de julio, “The United States and Arabia Saudi Have More in Common Than Mere Common Interests” (“Estados Unidos y Arabia Saudí tienen más en común que meros intereses comunes”), Fahad Nazer hace la chirriante afirmación de que las relaciones entre los estadounidenses y los saudíes se basan ahora no sólo en muy bien conocidos intereses económicos y de seguridad, sino en “valores fundamentales” de tolerancia religiosa, derechos civiles y derechos de las mujeres. Nazer sostiene que Arabia Saudí ha experimentado un “importante cambio en su cultura política” que la ha hecho más abierta e inclusiva, y alude a los “ambiciosos” planes de reforma del príncipe heredero, Mohamed ben Salman. Todo eso, apunta, es muy halagüeño para el establecimiento de unos lazos duraderos entre Arabia Saudí y Estados Unidos.

En realidad, el reino –una monarquía absoluta y uno de los regímenes más represores del mundo— no se parece absolutamente en nada a EEUU, aunque a la democracia estadounidense la asedien muchos problemas.

Nazer arguye que las instituciones saudíes están difundiendo un relato de “paz, tolerancia y moderación”. Pero la intolerancia está en el núcleo del sistema saudí, el cual se sostiene sobre una alianza entre clérigos musulmanes ultraconservadores y la familia Al Saúd. El sistema legal discrimina duramente a cualquiera que no sea musulmán suní. Como han documentado Human Rights Watch y Amnistía Internacional, el prejuicio sistemático contra la minoría chií se traduce en su discriminación legal y social, con detenciones e incluso ejecuciones bajo el pretexto de la lucha antiterrorista. Clérigos saudíes han pedido que se mate a chiíes. En abril de 2015 salió a la luz un audio donde Abdul Rahmán al Sudais, imán de la Gran Mezquita de La Meca, declaraba la guerra total contra los chiíes.

No hay libertad religiosa en Arabia Saudí: la ley exige que todos los ciudadanos sean musulmanes. A los expatriados no musulmanes se les prohíbe practicar en público su religión. Según el Comité Norteamericano para la Libertad Religiosa en el Mundo, la policía religiosa sigue maltratando y deteniendo a obreros expatriados que profesan credos distintos al islam (hay al menos un millón) por celebrar servicios religiosos privados en sus casas. Pese a lo que dice Nazer, el Gobierno no hace la vista gorda. Los que se atreven a criticar el islam pueden ser castigados con latigazos, la cárcel o la muerte. Como se ha informado ampliamente, el bloguero Raif Badawi está cumpliendo una pena de diez años de cárcel y mil latigazos en público por “insultar al islam por medios electrónicos” por escribir en su web, Free Saudi Liberals. Además, la ley considera que cualquier declaración pública de ateísmo es terrorismo, castigable con hasta veinte años de cárcel.

Construyendo el retrato de ese supuesto y creciente carácter inclusivo, Nazer habla de lo que él denomina “esfuerzo sincero” de las autoridades saudíes por revisar el sistema educativo y el discurso religioso oficial. Pero los libros de texto de secundaria siguen incluyendo una gran cantidad de lenguaje incitador, fomentan la intolerancia, denigran a los musulmanes no suníes (y se hacen eco de la prohibición de hacerse amigo de “infieles”) y chorrean vil antisemitismo. Según el testimonio prestado recientemente en el Congreso de EEUU por un experto, en los libros de texto saudíes hay “directrices para matar a gente como respuesta a sus decisiones vitales personales y no violentas” y contienen “otros pasajes que alientan la violencia”. The New York Times ha informado de que el Estado Islámico usó manuales oficiales saudíes para dar clase a los niños en el territorio que controlaba. Esta es sólo una señal de la convergencia entre algunos aspectos del discurso religioso oficial del reino y la ideología yihadista.

El relato del establishment religioso, dominado por clérigos ultraconservadores que promueven y exportan interpretaciones intolerantes del islam, sigue siendo igualmente muy perturbador. Clérigos agitadores como Mohamed al Arefe, de la Universidad Rey Saúd, y Mohamed al Munayid predican el antisemitismo y la inferioridad de las mujeres. El antiguo imán de la Gran Mezquita Adil al Kalbani declaró en enero de 2016 que el Estado Islámico “extrae sus ideas de nuestros libros, de nuestros principios”.

Nazer afirma igualmente que la condición de las mujeres ha mejorado. Sin duda, han nombrado a unas pocas de la élite para cargos importantes, el número de mujeres en las universidades del reino ya supera al de hombres y las mujeres –y los hombres– pueden votar y ser votadas en las elecciones municipales, si bien los municipios apenas tienen poder. Pero el sistema por el que las mujeres son ciudadanas de segunda clase, seres humanos inferiores, sigue firmemente en pie. La desigualdad entre los sexos está tipificada en la ley. Como explica Human Rights Watch, las mujeres son menores a efectos jurídicos y consideradas dependientes de los hombres en casi todos los aspectos de su vida pública. Según el sistema de tutelaje masculino, todas las mujeres saudíes tienen tutores varones –sus maridos, padres, hermanos o hijos adultos– que toman decisiones por ellas. Una mujer debe tener el permiso de su tutor para casarse, hacerse el pasaporte, viajar, abrir una cuenta bancaria y recibir tratamiento médico, entre otras actividades básicas. En abril, el rey, Salman ben Abdulaziz al Saúd, dictó una orden para que se revisen y posiblemente anulen unas pocas reglas de tutelaje; está por ver si eso conducirá a algún cambio tangible. Las mujeres tienen prohibido conducir y están obligadas por ley a vestir la abaya en público. La estricta aplicación de la segregación por sexos es la norma en la sociedad saudí.

Por último, Nazer alega que el reino “ha tomado medidas concretas para generar conciencia sobre los muchos derechos civiles que están protegidos por las leyes y regulaciones saudíes”. En realidad, hay escasísimas protecciones de los derechos humanos en Arabia Saudí. Las libertades de expresión, asociación y credo simplemente no existen. Criticar al Gobierno es efectivamente ilegal, so pena de cárcel y latigazos. Los partidos políticos, los sindicatos y las organizaciones independientes de defensa de los derechos humanos están rigurosamente prohibidos, y los saudíes que participan en dichas organizaciones no reconocidas son frecuentemente arrestados y procesados. Desde hace poco, los saudíes pueden crear ONG, pero las autoridades puedendisolver cualquier asociación que no cumpla unas pautas excesivamente ambiguas relacionadas con la moral pública o la unidad nacional. El sistema penal del reino carece incluso del proceso debido más elemental y se caracteriza por las detenciones arbitrarias, la inexistencia de juicios justos y el flagrante desprecio de los estándares judiciales internacionales. Según numerosos informes de organizaciones pro derechos humanos, se emplea la tortura para obtenerconfesiones. La pena de muerte se ejecuta mediante decapitaciones públicasEn lo que va de 2017 han sido ejecutadas 44 personas, y 41 de ellas, al parecer, lo fueron por actos no violentos como asistir a una manifestación política. Nazer asevera que en el sistema de gobernanza saudí, de arriba abajo, “los reyes saudíes siempre han tenido afán de construir consenso”. Pero en una monarquía absoluta consenso no significa gran cosa, cuando los ciudadanos no tienen auténticos derechos y son reducidos a meros súbditos de un régimen familiar que no rinde cuentas.

Nazer tiene razón al señalar que Arabia Saudí está experimentando un cambio social y económico en algunos ámbitos. El programa de reformas del príncipe heredero, Visión 2030, prevé reducir la dependencia del petróleo y la ingente burocracia estatal, expandir el sector privado y permitir un poco más de libertad social (por ejemplo, construyendo los primeros parques de ocio del país). Dichas iniciativas sociales parecen ser muy bien recibidas por los jóvenes (el 70% de la población tiene treinta años o menos). Obviamente, Arabia Saudí, como cualquier otro país, cambiará a su propio ritmo y a su propia manera, y es demasiado pronto para valorar qué impacto profundo, positivo o negativo, podrá tener Visión 2030. No obstante, la reputada analista Jane Kinninmontadvierte de que, en vez de traer una apertura, la Familia Real podría reforzar el régimen autoritario para mantener el control mientras evoluciona el sistema económico.

En cualquier caso, es muy probable que Estados Unidos siga teniendo intereses políticos, de seguridad y económicos en Arabia Saudí, un país importante gracias a su inmensa riqueza petrolera (a pesar de que la dependencia de EEUU del petróleo extranjero disminuye), su estatus como cuna del islam y su custodia de los lugares más sagrados de esa religión. Pero Estados Unidos y Arabia Saudí no tienen nada en común en punto a valores. Tras su actual discurso cuasi modernizador, Arabia Saudí es una monarquía profundamente conservadora, a menudo impactantemente represora, que sigue propagando una interpretación peligrosamente intolerante del islam que tiene mucho en común con la ideología salafista-yihadista que las medidas políticas antiterroristas de Occidente tratan ostensiblemente de desacreditar. Decir, como Nazer, que Arabia Saudí comparte nuestros preciados principios de tolerancia religiosa, derechos civiles y derechos de la mujer no sólo induce a error, sino que es un insulto a las sociedades democráticas y a los defensores de la dignidad humana en todas partes. Las relaciones estadounidenses con un país así nunca tendrán las raíces profundas y los beneficios duraderos que tienen nuestros vínculos con nuestros aliados democráticos.

© Versión original (en inglés): Fikra Forum
© Versión en español: Revista El Medio

 
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