Cinco siglos antes de Cristo, en la tradición china, Confucio enumeró cinco tipos básicos de relaciones interpersonales: la relación entre el emperador y sus súbditos, entre padres e hijos, entre el hombre y la mujer y entre el hermano mayor y el hermano menor. Estos cuatro tipos de relaciones son jerárquicas, ya que suponen e implican que hay un superior y un inferior. Pero-comenta Confucio- también existe una quinta relación, en este caso no jerárquica y es la que se da entre pares, o sea entre amigos. Los chinos llaman a la amistad yôu y derivan su ideograma de dos manos que se unen. Esto mismo, curiosamente, volveremos a verlo en el mundo hebreo. Pero como la citada palabra china tiene un homófono en yòu , que significa además, todavía, de nuevo, signo que figura en amistad, ocurre que ésta es un pacto que se renueva en cada entrevista, en cada encuentro, paralelo a los afectos familiares y situado más allá de lo atávico y sanguíneo. De hecho, el mismo Confucio dejó dicho que la verdadera amistad tiene el perfume de las orquídeas. Probablemente también aquí por razones lingüísticas, ya que la palabra orquídea o lan quiere decir, además, tener los mismos gustos. Así, por ejemplo, lan hsiu indica poseer los mismos sentimientos y pareceres. Como el período correspondiente al del florecimiento de las orquídeas era el séptimo mes lunar, tradicionalmente también consagraban los chinos esa época a fomentar las reuniones entre amigos.
Confucio vio bien al señalar ese parentesco simbólico entre las orquídeas y la amistad, descubriendo que ésta última se refería a algo exquisito, no frecuente, en cierto modo un lujo emotivo cuya fragilidad era mayor que la que animaba las relaciones familiares, en las cuales ciertas fidelidades que están más allá de la razón deciden, en última instancia, las alianzas y permanencias. En toda amistad, en cambio, la razón recíproca es una regla de peso, la medida que justifica sus equilibrios. Uno suele ser razonable con sus amigos e irracional con su familia. Dicho de otro modo: dejamos para los amigos la equidad y reservamos para los familiares los intereses, visibles e invisibles. Cuando nos remontamos bien atrás en la concepción que los hombres han tenido de sus manos-las cuales, según vemos, determinan el comienzo de la amistad-, descubrimos que para los egipcios la mano, es decir su dibujo, correspondía al sonido d y era un determinativo de ¡las separaciones y las uniones! Cosa que, efectivamente las manos hacen. Toman, dan, reciben y transmiten, pero también castigan y destruyen. Por su parte los hebreos llaman a la mano yad , y a la palabra amigo yedid . Concepto en el que según puede leerse hay dos manos juntas. En cuanto al hecho mismo de la amistad o yedidut, posee entre sus letras la raíz dat , hábito, práctica, uso, lo que nos enseña que la amistad debe trabajarse, ejercerse con aplicación si uno quiere beneficiarse de sus sensibles intercambios.
Entre los griegos el amigo era fílos y la amistad filía . También existía la palabra hetairos para referirse a un compañero, a un camarada, lo que con el tiempo daría hetaira para aludir a las mujeres de compañía de los señores o los reyes, bien distinta de su esposa o la hermana. Mientras que filia supone un amar y ser amado, hetairos alude a un grado de simple compañía de la que, incluso, el afecto puede estar separado. Los griegos concedían todas estas funciones a la amistad: atender, cuidar, asistir, obsequiar, agasajar, dar muestras de amor y afecto. Para que algo fuera filios o amistoso había que constatar evidentes signos de benevolencia de su parte, y que una disposición amable estuviese por encima del interés inmediato. Cuando ese algo o alguien imitaba, en su presencia y acción, a Zeus, el supremo, que era un prós filíou, un dios de la amistad entre otras virtudes, seres y cosas emanaban simpatía. Por su parte los filósofos debían ser, ante todo, filomatís, amigos del aprendizaje, estudiosos por el placer del conocimiento. En el momento en que estas ideas pasen al cristianismo en el primer siglo de nuestra era, veremos alejarse del horizonte el hedonismo tradicional griego con su gusto por las cosas y los cuerpos del mundo, para enfatizar una visión anímica y descarnada de la realidad. Eso es lo que leemos, al menos, en Santiago 4:4 : ´´¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios.´´ Habrán de pasar muchos siglos para la nueva religión recupere una idea de la amistad que ya no teme a la carne o las relaciones íntimas, sean éstas cuales sean. O por lo menos no las condena de un modo tan expreso.
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