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| martes diciembre 24, 2024

La hoja y la belleza de la fotosíntesis


Sostiene Elémire Zola en su ensayo sobre la Alquimia, que si las semillas tienen, casi todas, un color marrón oscuro o negro, eso se debe su relación con Saturno, el dios viejo, el padre de la agricultura, pero también a su vida críptica, cerrada sobre sí misma. La contigüidad de las semillas con el humus les confiere, por otra parte, esa voluntad de mímesis, de parecido con la tierra cuya fuerza guiarán, a través del tallo, hacia arriba. Aquella polaridad que vemos en el reino de las plantas con su doble tendencia geo y heliotrópica también está presente en las semillas, que si por debajo van  hacia la raíz por encima se convertirán en yema. Esa doble escritura es la del cielo y la tierra.

El mundo sólido, de terrones porosos y arcillas elásticas, el mundo de la raíz huye de la luz y prospera en el secreto. Acerca de cuánto tiempo debemos considerar que el árbol frutal tiene que someterse a esa ley del subsuelo, leemos en el Levítico 19:23 que al árbol recién plantado se le consideraba impuro durante los tres primeros años, hasta que en el cuarto año todo su fruto llegaba a ser santo y apto para las primicias y en consecuencia ofrecido al templo siendo, durante el quinto año, el momento óptimo para la consumición de sus frutos por la comunidad. Desde el punto de vista de los estudios, y en términos de meditación, eso nos está indicando que son necesarios, tal vez imprescindibles varios años de trabajo oscuro antes de que uno pueda ver asomar en su mente la yema del despertar, considerado lo cual se produce un renuevo de su ser. Si observamos con atención, esos cuatro años que se dedican al afianzamiento de la raíz enseñan, además de humildad, que aún y así el árbol dará hojas y frutos pero sólo deberemos concentrarnos en el misterio de cómo la luz se convierte y almacena en algo vivo, es decir, en la fotosíntesis. O sea en la hoja.

Suele decirse de las hojas de los árboles que son como centrales de energía en miniatura, que en vez de quemar combustible lo generan. Toman la luz del sol y la utilizan para convertir dióxido de carbono y agua en azúcares. Esos azúcares pueden, a su vez, transformarse en celulosa, la materia que forma las células del árbol y a la que se une la sustancia constituyente de la madera, la lignina. Existen, básicamente, dos tipos de hojas, las simples y las compuestas, las cuales y según veremos pueden ser vistas-trasladadas al plano humano-como individuos o grupos. Lo que, en un plano más íntimo, determina la forma de la hoja, es el aspecto de red de sus nervaduras. Un arquetipo, el de la red, que  vemos tanto en la organización de la materia cristalina como en nuestras propias neuronas. En tanto que la raíz, anclada en el suelo, depende para moverse de la libertad que le concedan el agua y la porosidad de la tierra, la hoja depende del rabillo o pecíolo que la liga  a la rama. Esta sujeción, aunque nos parezca mínima, posee una gran fortaleza.

En la lengua hebrea se llama a la hoja aleh (עלה), palabra que tiene la misma raíz que  oléh, (עלה), que significa ascender, subir, de donde se comprende de inmediato  que la hoja teje el camino que hace el árbol para subir de nivel en nivel. Al mismo tiempo, y como la letra ain (ע) simboliza el ojo, la letra lámed (ל) epitomiza todo ascenso, toda aspiración elevada, y por fin la letra hei (ה), última de las que componen la palabra aléh , hoja, alude al espíritu, podemos inferir que  la hoja es el  ojo del árbol que mira hacia arriba aspirando hacia la luz que la nutre.

Es en ese mismo sentido que podemos considerar el proceso de fotosíntesis como un acto mágico de alto contenido simbólico: que lo sutil, en este caso la luz, y a través de los cloroplastos y otras micro entidades de la hoja se conviertan en materia orgánica,  y que, al mismo tiempo, mejoren la calidad de aire en el que viven, indica al discípulo que, y como dice el Apocalipsis 22 :3 ´´Las hojas del árbol de la vida son para la sanidad de las naciones.´´ Et folia ligni sanitatem Gentium. Con el tiempo, y en su Fausto, Goethe dirá que el árbol de la vida es verde y dorado. Verde son, efecto, las hojas, y dorada la luz del sol que las activa.

Si en la raíz está, en cierto modo, latiendo el pasado, la matriz, en la hoja actúa el presente así como en la flor se dibuja, polen mediante, el futuro. Es posible considerar la secuencia raíz-hoja-flor como tres períodos, tres momentos  que van de lo negro a lo rojo o blanco-rubedo y albedo en el lenguaje alquímico-que para muchos estudiantes de la Kábala estarían representados por tres fuentes sucesivas: la Torá primero, el Talmud después y por fin el Zohar o los textos místicos.

 
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