Los kurdos llevan siglos siendo un pueblo sin Estado. El referéndum de independencia celebrado ayer en el Kurdistán iraquí es un paso importante hacia la rectificación de esta injusticia histórica, y creo que EEUU ha cometido un grave error al oponerse a la votación.
La Administración Trump expresó su malestar por medio de una declaración el pasado día 15, en la que decía que el referéndum “distrae los esfuerzos para derrotar al ISIS y estabilizar las áreas liberadas”. Y añadía: “Celebrar el referéndum en zonas disputadas es particularmente provocativo y desestabilizador”. El Gobierno Regional del Kurdistán (GRK) debería arreglar sus diferencias con Bagdad mediante el diálogo, sostiene la Casa Blanca.
En otras palabras: ahora no, quitaos de en medio. Esa declaración era fiel reflejo de la rígida adherencia de Washington al dogma, que impide demasiadas veces que Estados Unidos aproveche las oportunidades que le presentan los movimientos tectónicos que se registran en Oriente Medio. La Administración Trump ni siquiera fue capaz de hacer un gesto de asentimiento a las aspiraciones kurdas, o de ofrecer un horizonte temporal alternativo si el momento actual es demasiado inoportuno. Esto ha sido una bofetada innecesaria cuando hay poderosas razones morales y estratégicas para crear tarde o temprano un Estado kurdo en el norte de Irak.
Los kurdos fueron, de lejos, los peor tratados durante las décadas de gobierno baazista en Irak. Sadam Husein perpetró una limpieza étnica contra decenas de miles de ellos en la década de 1970. Después, en los últimos días de la guerra entre Irán e Irak, planeó destruir la comunidad kurda. Su régimen utilizó armas químicas contra los civiles kurdos, ejecutó sumariamente a hombres y jóvenes y envió pueblos enteros a campos de concentración.
La decisión del presidente George H. W. Bush de imponer una zona de exclusión aérea en 1991 protegió a los kurdos iraquíes contra los estragos de Sadam y les dio un cierto grado de autonomía. Los kurdos utilizaron la oportunidad, como la proporcionada por la invasión en 2003, para desarrollar instituciones de autogobierno. Los kurdos iraquíes constituyen una nación coherente. Se distinguen en una región llena de Estados que no son naciones y se encuentran en distintas fases de desintegración. Los kurdos tienen un idioma común, aunque con variaciones dialectales. La mayoría son musulmanes suníes, aunque entre ellos también hay cristianos e incluso unos pocos judíos. Tienen profundos lazos históricos con su territorio. Su cultura los distingue de forma visible de sus vecinos. Tienen instituciones nacionales diferenciadas. Y también gozan del reconocimiento de una cuasi estatidad en los centros de poder de Europa, Oriente Medio y otros lugares.
Además, los kurdos iraquíes comparten lo que Douglas Feith ha descrito como el factor subjetivo clave para calificar como nación: un “tipo de afecto entre semejantes” que es “una extensión del afecto que la gente suele sentir por sus familiares”. Sean cuales sean sus diferencias tribales –que las hay–, los kurdos que viven en Erbil o Dohuk consideran compatriotas a otros kurdos, no a los iraquíes. Los lazos de simpatía kurdos son mucho más fuertes y duraderos que los del nacionalismo iraquí, si es que esto último significa algo en absoluto.
Tomados en conjunto, estos factores significan que los kurdos iraquíes están preparados para tener un Estado propio. Los árabes tienen 22 países, y los turcos, los iraníes y los judíos uno (respectivamente). Entonces, ¿por qué los kurdos no deberían disfrutar de la estadidad? No hay una buena respuesta a esta pregunta.
Además, el Kurdistán iraquí es vibrante y libre. Hoy, en Erbil, a una hora en coche de lo que antes era la segunda capital del califato del ISIS, puedes disfrutar de una cerveza, navegar por internet sin grandes restricciones y criticar al Gobierno sin tener que temer a los escuadrones de la muerte. No oirás corear “Muerte a América” o “Muerte a Israel” en las calles. Hay corrupción en el GRK, sin duda, y un grado de nepotismo político que ruborizaría a Jared Kushner y a Ivanka Trump. Pero, para los estándares regionales, la gestión pública del GRK es más que aceptable.
Un Kurdistán independiente, además, aportaría beneficios estratégicos a EEUU. Podría servir como contrapeso, si bien modesto, a la hegemonía iraní. Los líderes del GRK han adoptado una línea moderada y pragmática con todos sus vecinos. Es una política sensata, dado el tamaño de su territorio y la relativa fortaleza de países como Irán y Turquía. Aun así, la introducción de un nuevo actor kurdo, plenamente soberano, interrumpiría la prolongación del denominado Creciente Chií entre Saná y Beirut. Hoy, Irak está atrapada en esa media luna. Un Kurdistán independiente no lo estaría. Y a los mulás les irritaría aún más que este nuevo Estado resultara ser un caso de éxito democrático. Por el contrario, al bloquear las aspiraciones kurdas, EEUU está poniéndose en el mismo campo que Irán.
Más importante aún: la amistad debería significar algo. Las fuerzas kurdas iraquíes lucharon valientemente junto a la coalición anti ISIS encabezada por EEUU. Cuando el ejército yihadista parecía invencible, fueron los combatientes kurdos los que detuvieron su avance en Irak (y en Siria). Como me dijo el jefe de inteligencia kurdo Masrur Barzani en 2015, “en toda esta zona los kurdos son probablemente la gente más proamericana que te puedas encontrar. Siempre estaremos agradecidos a EEUU por su apoyo desde el día en que el régimen de Sadam fue derrocado”.
Si Washington sigue dejando abandonados y maltratando a sus amigos, la calificación crediticia de Estados Unidos en la región sufrirá un daño irreparable. Los pueblos responsables y proamericanos, como los kurdos iraquíes, merecen el apoyo estadounidense.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio
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