Hace once años, Henry Kissinger dijo célebremente: los dirigentes de Irán tendrán que decidir si representan “una causa o una nación”. En el segundo caso, los intereses iraníes y estadounidenses podrían serían “compatibles”; pero “si Teherán insiste en combinar la tradición imperialista persa con el fervor islámico contemporáneo”, añadió, “entonces el choque con Estados Unidos es inevitable”.
Desde entonces, los dirigentes de Irán no han dejado lugar a dudas. Han estado esparciendo agresivamente su revolución islámica y construyendo lo que solamente se puede denominar como un nuevo Imperio Persa. Esto no sorprenderá a nadie que haya estudiado a fondo la ideología del ayatolá Ruholá Jomeini, fundador de la República Islámica. Qué increíble: su proyecto está recibiendo un significativo apoyo de EEUU.
No estoy diciendo que esa fuese la intención de los artífices de las políticas estadounidenses. Pero lo cierto es que ese ha sido el resultado. El derrocamiento de Sadam Husein por parte del presidente George W. Bush en 2003 eliminó al archienemigo y rival de Irán. Lo cual podría no haber traído un grave dilema si Teherán se hubiese convertido seguidamente en un aliado fiable de Estados Unidos.
Pero ya saben lo que vino después: una insurgencia comandada por Al Qaeda en Irak y reforzada por elementos sadamistas. Milicias chiíes apoyadas por Irán también fueron a la guerra contra las tropas estadounidenses en Irak. Al final, el presidente Bush ordenó el surge, un aumento significativo de las tropas sobre el terreno. Bajo el mando del general David Petraeus, los soldados estadounidenses lucharon junto a las tribus suníes, brutalmente maltratadas por Al Qaeda y temerosas de Irán. Al final, esa alianza diezmó las fuerzas yihadistas en Irak, tanto suníes como chiíes.
En 2011 Irak era, como declaró el presidente Barack Obama, “soberano” y “estable”. También lo calificó de “autosuficiente”, lo cual era incorrecto. El Ejército y los diplomáticos de EEUU había estado equilibrando los poderes y mediando en entre las comunidades chií, suní y kurda. Una vez Obama hubo retirado las tropas estadounidenses, la erosión de la estabilidad y la soberanía de Irak era inevitable.
Los líderes de Irán empezaron a ejercer presión sobre Bagdad, en particular fomentando el sectarismo chií. Los iraquíes suníes no tenían ya más defensores que Al Qaeda, que, tras marcharse Estados Unidos, resucitó como el Estado Islámico.
Lo que nos lleva al presente. EEUU está desempeñando un papel crucial en la derrota del Estado Islámico en Siria e Irak. Los periodistas lo están reportando como una victoria. Puede que los historiadores del futuro discrepen. Si los territorios capturados al Estado Islámico pasan a manos de la República Islámica, las tropas estadounidenses habrán servido, objetivamente, a las fuerzas expedicionarias de Irán.
Ese no sería el único apoyo fundamental que EEUU ha dado al régimen clerical. En los primeros años de la Administración Obama, las fuertes sanciones truncaban la economía iraní y restringían las capacidades ofensivas de la República Islámica. Pero la presión se redujo significativamente a cambio de un acuerdo provisional sobre el programa de armas nucleares deTeherán.
Después vino el acuerdo, el Plan de Acción Conjunto y Completo (PACC), y el levantamiento de la mayoría de las sanciones, junto a las decenas de miles de millones de dólares en ingresos petroleros que Irán recibió directamente de EEUU y los cientos de miles de millones que recibirá gracias al comercio con y las inversiones de Europa y Asia.
Esta lluvia de ganancias ha permitido a los gobernantes de Irán defender a su sátrapa sirio, Bashar Asad, con sus propias fuerzas de élite y con las de Hezbolá, su peón libanés. También han organizado y financiado milicias chiíes en Siria e Irak.
Se está reclutando a miles de chiíes afganos y pakistaníes para esas milicias. Se ha reportado que reciben salarios de 600 dólares mensuales y la promesa de un futuro empleo en Irán, asumiendo, naturalmente, que sobrevivan. Otros podrían quedarse de forma permanente en Siria. Con otras palabras, el proyecto imperial de Irán se está convirtiendo también en un proyecto colonial.
Soy de los que creen que el presidente Trump hizo lo correcto al no rendirse en Afganistán. Las consecuencias de una derrota a manos de los talibanes y Al Qaeda habrían sido muy graves, si no en el momento, sí a la larga. Sin embargo, el valor estratégico de Afganistán palidece en comparación con el de Siria e Irak, el corazón de Oriente Medio y el mundo árabe-musulmán. Si no podemos ganar en todas partes –aunque espero que, como superpotencia, sí podamos–, no hay duda de dónde deberían estar nuestras prioridades.
Imaginemos qué significaría que Irán lograse convertirse en el poder hegemónico en Irak, Siria y el Líbano; y también en el Yemen, radicado en una de las vías marítimas más estratégicas del mundo. Imaginemos, también, que ese imperio naciente decide adquirir armas nucleares y medios para utilizarlas contra objetivos estadounidenses, un objetivo que el defectuoso PACC retrasa pero no impide.
Jordania, Kuwait, Baréin, Arabia Saudí, Israel y otros países se verían gravemente amenazados.Irán, usando los puertos sirios del Mediterráneo, extendería su influencia también hacia el oeste.
Por motivos maquiavélicos, Vladímir Putin apoya estas ambiciones. Corea del Norte, cliente de China, coopera con los dirigentes de Irán –en el desarrollo de misiles, redes financieras ilegales y tal vez armas nucleares–, mientras perfecciona su capacidad para amenazar a los estadounidenses.
Décadas atrás, el ayatolá Jomeini vislumbró lo que ahora parece estar sucediendo. En su libro de 1970, Velayat-e faqih (también conocido como Gobierno islámico), escribió: “Nos hemos fijado como objetivo la difusión mundial de la influencia del islam”. Jomeini esperaba que, con el tiempo, Irán se volviese tan poderoso que “ninguno de los Gobiernos existentes en el mundo fuera capaz de resistir [y] todos capitularan”.
Es vital que el presidente Trump y sus asesores entiendan lo que muchos aún no han entendido: los líderes de Irán representan una causa, el cumplimiento del “sueño de un régimen imperial”, como lo expresó Kissinger. Si Estados Unidos no los detiene; si, por el contrario, siguen manipulando a los estadounidenses para que les ayuden y faciliten las cosas en Siria y otras partes, nadie más se interpondrá en su camino.
© Versión original (en inglés): Foundation for Defense of Democracies (FDD)
© Versión en español: Revista El Medio
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