La intervención del presidente Donald Trump ante la Asamblea General de la ONU recibió una considerable atención por lo que dijo. No menos interesante, sin embargo, es lo que no dijo. El discurso no incluyó mención alguna a los palestinos, a su conflicto con Israel o al proceso de paz que el propio Trump está tratando de reavivar.
No es la primera vez, pero no es lo habitual. La mayoría de los presidentes estadounidenses han incluido la cuestión israelo-palestina en sus discursos anuales en la ONU. Y resulta especialmente chocante en el caso de un presidente que ha declarado repetidas veces que la paz israelo-palestina es uno de los principales objetivos de su política exterior.
Pero la omisión es perfectamente coherente con el enfoque de Trump sobre el proceso de paz hasta la fecha, que difiere notablemente del de todos sus predecesores en un aspecto fundamental: él parece estar tratando de presionar de verdad a los palestinos, en vez de sólo a Israel.
Veamos, por ejemplo, la constante negativa de su Administración a decir que el objetivo del proceso de paz es una solución de dos Estados. Ya que los esfuerzos en tal sentido han fracasado constantemente desde hace ya 25 años, tiene evidente sentido que quien quiera de verdad resolver el conflicto valore si ésta es realmente la opción más factible. Y aun en el caso de que la Administración, como parece probable, crea verdaderamente en la solución de los dos Estados, negarse a comprometerse públicamente con ella sirve a un propósito importante.
Insistir en que el objetivo final es un Estado palestino representa una gran concesión a los palestinos, algo que por desgracia se ha olvidado durante el último cuarto de siglo. Después de todo, a lo largo de los 45 primeros años de existencia de Israel, hubo un acuerdo casi unánime entre los israelíes que un Estado palestino pondría en peligro su país. Ni siquiera el Acuerdo de Oslo de 1993 incluyó una mención a la estadidad palestina, y el hombre que lo firmó, el primer ministro Isaac Rabin, aseveró en su último discurso ante la Knésset en 1995 que él concebía “una entidad palestina (…) que es menos que un Estado”.
Hasta la fecha, esta importante concesión a los palestinos nunca se ha acompañado de la correspondiente concesión palestina a Israel. Aunque los palestinos insisten en un Estado-nación palestino, siguen negándose a aceptar un Estado-nación israelí a su lado. En su lugar, exigen que millones de descendientes de refugiados palestinos puedan ser reubicados en Israel, lo que lo convertiría en un Estado binacional.
Esa gran concesión a los palestinos tampoco se ha acompañado de la correspondiente concesión internacional a Israel. La Unión Europea, por ejemplo, hace varias demandas muy específicas a Israel para que acepte un Estado palestino basado en las líneas de 1967 y que Jerusalén sea la capital de los dos Estados. Pero la UE nunca ha exigido a los palestinos que acepten un Estado judío o que abandonen su idea de reubicar a millones de palestinos en Israel. En vez de eso, se limita a pedir una “solución justa, equitativa, acordada y realista” –que no especifica– al problema de los refugiados palestinos, lo que los palestinos –que consideran que inundar Israel con millones de palestinos es la única solución justa– pueden interpretar fácilmente como un apoyo a su postura.
En resumen: hasta que llegó Trump, los palestinos se estaban llevando esta importante concesión gratis. Ahora, al negarse a declarar que su objetivo es una solución de dos Estados, lo que Trump ha dicho a los palestinos, por primera vez en la historia del proceso de paz, es, básicamente, que toda concesión que se hubiesen embolsado antes es reversible, salvo que firmen efectivamente un acuerdo. En otras palabras: por primera vez en la historia del proceso de paz se les ha dicho a los palestinos que Sí tienen algo que perder con su intransigencia. Y que si quieren que se reanude el compromiso de Estados Unidos con un Estado palestino, tendrán que dar algo a cambio.
Lo mismo ocurre con la negativa de Trump a siquiera mencionar a los palestinos en su discurso en la ONU. Cuando el ex secretario de Estado John Kerry insistió en que el conflicto palestino-israelí es el problema de política exterior más importante del mundo (un mensaje que repiten por costumbre los diplomáticos europeos), dio a los palestinos una enorme fuerza negociadora. Como siempre han sido la parte más intransigente, el camino más fácil que puede seguir cualquier mediador es simplemente el de dar apoyo a más y más demandas palestinas sin exigirles la menor concesión sustancial, y después tratar de presionar a Israel para que ceda. Por lo tanto, si los líderes internacionales están desesperados por resolver el conflicto, tenderán naturalmente a tomar el camino más fácil, con la esperanza de producir logros rápidos, que es, de hecho, lo que ha estado pasando durante las dos últimas dos décadas. El resultado es que los palestinos han sacado la conclusión de que pueden seguir consiguiendo más cosas si siguen diciendo que no.
En su discurso ante la ONU, Trump lanzó el mensaje contrario: hay muchos problemas importantes de política exterior, por ejemplo Corea del Norte e Irán, y la cuestión palestina es tan trivial en comparación que no merece siquiera una mención. En otras palabras: aunque a Trump le gustaría lograr un acuerdo de paz, no es necesario para los intereses estadounidenses. Y, por lo tanto, sólo merece la pena invertir tiempo y esfuerzo en él si tanto los palestinos como los israelíes están verdaderamente preparados para el acuerdo, lo que significa que los palestinos tendrán que estar preparados para hacer por fin algunas concesiones.
Hay sobrados motivos para ser escépticos respecto a que vaya a funcionar el enfoque de Trump; basándome en la evidencia acumulada en el último cuarto de siglo, considero mucho más probable que los palestinos simplemente no estén interesados en firmar un acuerdo, no importa en qué términos. No obstante, hay una teoría alternativa plausible. Tal vez los palestinos siguen diciendo que no porque les ha resultado muy efectivo para asegurarse más concesiones. Y si es ese el caso, entonces revertir este perverso juego de incentivos diciéndoles que pueden perder con su intransigencia, en vez de ganar, sí podría resultar eficaz de veras.
Triunfe o fracase, Trump merece que se le reconozca su intento de probar algo nuevo. En vista del fracaso de sus predecesores para lograr la paz, sólo un burócrata del Departamento de Estado podría pensar que hacer lo mismo una y otra vez podría dar alguna vez resultados distintos.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio
Esto es mas complicado de lo que parece, en la política actual, pero mas grave en el futuro, y nadie se quiere mojar, porque la actitud islámica es impredecible.-Mientras tanto el lobo feroz, va creciendo y con EL,