Hace sólo unas horas culminó un ciclo anual muy importante de la vida judía: el de las lecturas del Pentateuco, dando inicio en la misma ocasión a uno nuevo, desde el principio. ¿Qué sentido tiene repetir este ritual año tras año? El principal, constatar el paso del tiempo, ya que las mismas palabras no vuelven a tener idéntico significado tras dar una vuelta completa al sol. De modo análogo, una tradición cabalística señala que durante la semana previa al reinicio del ciclo visitan la cabaña en que rememoramos nuestro largo transitar por el desierto huéspedes invisibles a los que atribuimos la construcción de nuestro pueblo e identidad, huellas de la fragilidad del vivir, crecer y envejecer, del ir renaciendo con cada nueva mirada.
Hay una creencia popular que dice que el mundo hoy avanza a pasos agigantados, pero no es el planeta el sujeto de la acción sino lo que hacemos, como resultado de lo que aprendemos, consecuencia de nuestra capacidad para seguir sacando provecho (¡cada vez más!) del mismo fruto ya exprimido, gracias a la relectura de un mismo texto: la realidad. Nada hay más constante, aseguran, que las leyes básicas de la física que configuran el universo y, sin embargo, no cesa lo que la ciencia logra desvelarnos de su naturaleza, eternamente penúltima. Basta con que alguien pretenda explicar de forma taxativa un fenómeno, para que éste reciba uno de aquellos huéspedes invisibles que nos recuerdan que nunca habrá interpretaciones bíblicas definitivas; que de cada orden surge un margen caótico por mínimo que parezca, cicatriz de un tiempo que avanza a cuenta de las imperfecciones y las arrugas del saber.
Reconocer los límites del conocimiento no sólo no atenta contra su valor, sino que es el verdadero sustento del método científico, como lo es del espíritu crítico judío: revisable, discutible, con la controversia como herramienta de estudio y progreso. Sólo transformando nuestros conceptos al ritmo de nuestra degradación biológica personal podemos rebanar otra capa de cebolla en la comprensión del sentido de la vida. Si nos quedamos estancados en una misma versión, nunca llegaremos a librarnos del pensamiento esclavo de Egipto, así vaguemos 40 años en busca de una Tierra Prometida.
Más allá de la religión y la ciencia, también tenemos la tentación de pensar que ya hemos vivido lo que está pasando, que las sociedades repiten el pasado, o que somos capaces de controlar y anticipar la reacción a nuestras acciones. Pero la realidad conspira contra nuestra intuición, con la única certeza de la “incompletitud” de las certidumbres. Aprovechemos la lección de humildad que nos traen como presente intangible los fantasmas del pasado que nos animan a seguir ahondando en una búsqueda que nunca será definitiva.
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