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| lunes diciembre 23, 2024

Tres Estados palestinos


El último acuerdo de reconciliación entre la Autoridad Palestina (AP) y Hamás pone a los palestinos más cerca de la creación de un Estado dentro de un Estado en Gaza. La AP y Hamás tendrán ahora cada una un miniestado en la Franja.

Este acuerdo evoca a lo que sucede en el Líbano, donde Hezbolá tiene su propio miniestado.

Como si fuera un Estado, Hezbolá tiene en el Líbano su propio ejército y su propio territorio. Esta situación, que se ha mantenido durante décadas, ha indignado a muchos políticos libaneses.

A principios de este año, cuando decenas de milicianos enmascarados de Hezbolá lanzaron una operación nocturna para arrestar a un grupo de traficantes de droga en Beirut, los políticos libaneses acusaron a su Gobierno de rendir su autoridad al “Estado diminuto” de Hezbolá. Los milicianos pertenecían al departamento de seguridad social de Hezbolá, un grupo policial que opera independientemente de las fuerzas de seguridad libanesas.

“Esto es un país que ha renunciado su autoridad a favor del Estado diminuto [de Hezbolá]”, declaró Ashraf Rifi, exministro libanés de Justicia. Rifi dijo que las imágenes de los milicianos de Hezbolá dirigiendo el referido operativo atestiguaban por enésima vez que la mera existencia de Hezbolá perjudica al Estado libanés y a sus instituciones.

Voluntariamente o no, Hamás y la AP de Mahmud Abás van camino de abocar a los palestinos a un escenario similar al libanés. El acuerdo de reconciliación que alcanzaron en El Cairo allana el camino a la creación de un miniestado dentro de un miniestado en Gaza. Esos dos Estados se sumarán al miniestado de la Autoridad Palestina que ya existe en partes de la Margen Occidental.

El acuerdo, auspiciado por Egipto, no exige a Hamás que desmantele sus fuerzas de seguridad ni su brazo armado, las Brigadas de Izedín al Qasam. Ni que deponga las armas y deje de prepararse para la guerra. Lo único que se sabe hasta ahora es que permite a Abás y a su AP retomar el control civil sobre la Franja, mientras que la seguridad seguirá en manos de Hamás.

Esta es una situación muy cómoda para Hamás, que de hecho queda liberada de cualquier responsabilidad para con la sociedad civil. Hamás no podría haber soñado con un acuerdo mejor.

Como Hezbolá en el Líbano, Hamás podrá mantener su propio aparato y sus fuerzas de seguridad en Gaza, mientras que el Gobierno de Abás supervisará los asuntos civiles y pagará el salario de los funcionarios. Sería en extremo difícil imaginar a Hamás aceptando renunciar al control de la seguridad o permitir que las fuerzas de seguridad de Abás volvieran a la Franja.

Lo del Líbano parece mejor que lo que está tomando forma en Gaza por varias razones. Para empezar, allí el Gobierno tiene al menos sus propias fuerzas armadas. Pero en la Franja de Gaza es improbable que Hamás vuelva al estadio anterior a 2007, cuando la AP disponía de múltiples fuerzas de seguridad, con un férreo control sobre el territorio, y mantenía a Hamás a la defensiva mediante el arresto periódico de sus líderes y militantes.

Por otro lado, y a pesar de la exhibición de besos y abrazos durante la visita a Gaza del primer ministro de la AP, Rami Hamdalá, y su séquito el pasado día 2 –la primera de este tipo desde la sangrienta toma del poder por parte de Hamás en 2007–, todavía queda mucho resentimiento entre las dos partes.

Los líderes y funcionarios de Hamás –que han acusado varias veces a Abás y a su cúpula de formar parte de una “conspiración” israelo-americana para asfixiar y castigar a los palestinos de Gaza– mantienen una actitud de máxima cautela hacia el acuerdo de reconciliación. Hamás está preparada para ceder a la AP el control de varias instituciones y ministerios, pero ahí acaba todo. En materia de seguridad, la historia es completamente diferente.

En esta última década de rivalidad encarnizada, Hamás y la AP han detenido a cientos de miembros y seguidores de la otra parte. El afán de venganza sigue siendo tan fuerte como siempre.

Las recientes sanciones de Abbas contra Gaza –que han incluido el recorte de salarios a miles de funcionarios (lo que ha llevado a muchos a la jubilación anticipada), la negativa a pagar la electricidad suministrada por Israel y la suspensión de los envíos de medicinas– sólo agravaron las tensiones preexistentes. Las cosas llegaron a un punto crítico en abril, cuando un alto cargo de Hamás, Marwán Abu Ras, pidió abiertamente, en una plaza de la Franja, la ejecución de Abbas por alta traición. La inquina entre los funcionarios de Hamás y Abás difícilmente puede haberse aplacado en cuatro meses.

Pero, por el momento, Hamás parece preparada para tragarse el sapo, porque lo que se juega es la supervivencia. Aislada y sin dinero, confabulará con cualquiera que le ofrezca oxígeno.

Abbas, por su parte, ha aceptado hacer de salvador de Hamás. ¿Por qué? Por una simple razón: no quiere que haya un acuerdo entre Mohamed Dahlán y Hamás. A ojos de Abbas, el acuerdo de reconciliación es una victoria, no porque Hamás se haya rendido o haya renunciado al control de la seguridad en Gaza, sino porque ha logrado frustrar la vuelta de Dahlán a la Franja y a la arena política. Apoyado por Emiratos, Egipto y otros países árabes, la vuelta de Dahlán y su encuentro con Hamás habría sido un duro golpe para Abás y su Autoridad Palestina.

Una alianza entre Dahlán y Hamás habría debilitado a Abbas en su afirmación de ser el presidente de todos los palestinos, incluidos los de Gaza. Además, habría envalentonado a Dahlán, que vive exiliado en Emiratos, y mejorado sus posibilidades de suceder a Abbas como presidente de la AP.

Hamás tiene todos los motivos para estar satisfecha con el acuerdo de reconciliación. Su única concesión fue el desmantelamiento de su comité administrativo, que funcionaba como una suerte de Gobierno en la Franja. A Hamás no le dio ninguna pena esta medida, que la libra de gestionar los asuntos civiles y de pagar salarios. Descargándola de esa responsabilidad, Hamás se libera para fortalecer sus capacidades militares.

Llamativamente, este acuerdo diseñado por Egipto no exige a Hamás que haga la menor concesión política. Esto es de por sí un gran logro para Hamás. A Hamás no se le pide que reconozca el derecho a existir de Israel o que acepte un proceso de paz.

Gaza se dirige ahora a una nueva etapa en la que estará dividida entre la AP y Hamás: la primera, encargada de los asuntos civiles y la segunda, con pleno control de la seguridad.

Si todo sigue igual, probablemente habrá una vuelta a la tensión entre ambas partes. La Franja se dirige a una escenario de Estado dentro del Estado. Por ahora, se puede decir sin temor a errar que el acuerdo es una solución de tres Estados: uno en la Margen Occidental y dos en Gaza.

Hezbolá y Hamás se estarán riendo a mandíbula batiente al ver que, con Gobiernos débiles e impotentes, su poder crece.

© Versión original (en inglés): Gatestone Institute
© Versión en español: Revista El Medio

 
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