El Departamento de Estado anunció la semana pasada la retirada de EEUU de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). Como todo lo que hace el presidente Trump, la medida ha provocado rabia y agonías en el mundillo periodístico. Preparémonos para años de reportajes sollozantes sobre lugares declarados Patrimonio de la Humanidad que caen en el abandono, y sobre jóvenes promesas científicas del mundo en desarrollo carentes de financiación, todo por el unilateralismo trumpiano.
Sin embargo, ha sido una decisión sensata, un paso que debió haberse dado hace tiempo, y que contribuirá a la paz y a la reforma de la ONU.
En su declaración, el Departamento de Estado citó, entre otras cosas, el “continuo sesgo antiisraelí” de la UNESCO. La agencia, con sede en París, no es ni mucho menos la única entidad de la ONU que, para su oprobio, pone en la mira a Israel. Pero las posturas antiisraelíes de la UNESCO han sobresalido incluso bajo los inmorales parámetros de la organización multinacional, especialmente desde 2011, cuando la Autoridad Palestina (AP) logró ser admitida en su seno como miembro de pleno derecho. Como me dijo Jonathan Schanzer, de la Foundation for Defense of Democracies (FDD), “los palestinos se habían marcado desde el principio el objetivo de la UNESCO, como parte de su estrategia Palestina 194”, por la que la AP pretende obtener su reconocimiento como Estado en los pasillos de la ONU en vez de mediante negociaciones con Israel.
“La UNESCO ha sido un factor en esta estrategia, que aún no ha terminado”.
La Administración Obama condenó la admisión de la AP, y la entonces portavoz del Departamento de Estado, Victoria Nuland, declaró que era “lamentable, prematura” y perjudicial para “nuestro objetivo compartido de lograr una paz integral, justa y duradera”. Washington recortó la aportación estadounidense a la UNESCO amparándose en una ley de la época de Clinton que prohíbe al Gobierno norteamericano financiar a cualquier agencia de la ONU que admita a un actor no estatal como miembro. Desde 2011, la financiación estadounidense, que antes suponía más de una quinta parte del presupuesto de la UNESCO, no se ha restablecido. Como consecuencia, la agencia ha perdido unos 600 millones de dólares.
La UNESCO no hizo sino redoblar su agitación antiisraelí en los años siguientes, aprobando una serie de resoluciones que negaban la conexión judía (y cristiana) con Jerusalén y otros lugares sacros de Israel.
Una resolución sobre Jerusalén aprobada en mayo describía a Israel como la “potencia ocupante”, negando al Estado judío sus reclamos sobre su propia capital. Otra, aprobada el año pasado, designaba al Muro Occidental y al Monte del Templo solamente por sus nombres musulmanes. La agencia unía así el nombre de la ONU al odioso proyecto árabe de desjudaizar la Ciudad de David, lo que llevó al entonces secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, a marcar distancias ante “cualquier intento percibido de repudiar la innegable reverencia común por esos lugares”. Incluso la directora de la UNESCO, Irina Bokova, de tendencia izquierdista, criticó el texto.
El antiisraelismo y, hay que decirlo, el antisemitismo son parte de la cultura diplomática de la UNESCO. Cuando, en julio de este año, el embajador de Israel ante la agencia pidió un minuto de silencio por las víctimas del Holocausto, el delegado de Cuba objetó: “Sólo la Presidencia puede pedir un minuto de silencio. Así que, con su permiso, déjeme pedirle al señor presidente que guardemos un minuto de silencio por todos los palestinos que han muerto en la región”. El vídeo del momento, disponible en la web de la indispensable UN Watch, muestra a numerosos delegados aplaudiendo en pie la propuesta cubana.
Ha sido este funesto historial lo que ha llevado a la Administración Trump a retirarse de la UNESCO. No es la primera vez, por cierto, que EEUU adopta una decisión así. El presidente Carter retiró a su país de la Organización Internacional del Trabajo por un periodo de tres años y no volvió hasta que la OIT tomó medidas para reformarse. En 1983, la Administración Reagan sacó a EEUU de la propia UNESCO por su “hostilidad hacia las instituciones básicas de una sociedad libre”. Al presidente Reagan le preocupaba la escalofriante propuesta de que la agencia y sus miembros autoritarios otorgaran licencias a y regularan la actividad de los corresponsales en países extranjeros. Washington volvió a la UNESCO en 2002, con George W. Bush.
Al retirarse (una vez más) de la UNESCO, la Administración norteamericana está enviando un mensaje importante a los mandamases de la ONU: Estados Unidos no tiene una paciencia infinita para con las instituciones internacionales que funcionan como plataformas del odio antijudío. Mucho antes de que Trump entrara en escena, esa era la postura de los dos grandes partidos estadounidenses.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio
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