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| viernes diciembre 27, 2024

Salvar a la OTAN de Turquía


La Organización del Tratado del Atlántico Norte, la OTAN, se enfrenta a un problema existencial.

No, no tiene que ver con que consiga que los Estados miembros cumplan con los niveles acordados de gasto en defensa. O con que encuentre su papel tras el colapso de la Unión Soviética. O con plantar cara a la Rusia de Vladímir Putin. Tiene que ver con el dirigente turco Recep Tayyip Erdogan, islamista y dictatorial, cuyas políticas amenazan con socavar esta alianza única de 29 países que ha perdurado casi 70 años.

Creada en 1949, los principios fundacionales establecían como ambicioso objetivo de la Alianza “salvaguardar la libertad, el patrimonio común y la civilización de los pueblos [de los Estados miembros], con los principios de democracia, libertad individual e imperio de la ley como base”. En otras palabras, la Alianza existe para defender la civilización occidental.

Durante sus primeros 42 años, hasta la caída de la URSS (1991), eso significaba contener y vencer al Pacto de Varsovia. Hoy significa contener y vencer a Rusia y al islamismo. De estos dos, el islamismo representa la amenaza más grave y duradera, ya que no gira en torno a la personalidad de un único líder, sino que descansa en una ideología sumamente poderosa que en la práctica ha sucedido al fascismo y al comunismo como el gran desafío utópico radical a Occidente.

Algunas figuras importantes de la OTAN percibieron este cambio poco después del colapso soviético. Ya en 1995, el secretario general Willy Claes apuntó de forma preclara: “El fundamentalismo es al menos tan peligroso como lo fue el comunismo”. Ahora que ha terminado la Guerra Fría, dijo, “la militancia islámica se presenta como la que quizá sea la amenaza individual más grave para la Alianza y para la seguridad occidental”. Por su parte, en 2004 José María Aznar, expresidente del Gobierno de España, advirtió: “El terrorismo islamista es una amenaza común de carácter global que pone en peligro la existencia misma de los miembros de la OTAN”. Aznar defendía que la OTAN se centrara en combatir “el yihadismo islámico y la proliferación de las armas de destrucción masiva”, y pedía “situar la guerra contra el yihadismo islámico en el centro de la estrategia de los Aliados”.

Pero en vez de una organización fuerte, basada en el modelo Claes-Aznar, liderando la lucha contra el islamismo, la OTAN se ha visto internamente coartada por la oposición de Erdogan a ese diseño. En vez de afirmar su lucha contra el islamismo, los otros 28 miembros, consternadoramente, se plegaron al islamismo que albergaban en su seno.

Los 28 guardan silencio sobre la cuasi guerra civil que el régimen turco libra en el sur de Anatolia contra sus propios ciudadanos kurdos. La aparición de un ejército privado (llamado Sadat) bajo el exclusivo control de Erdogan no parece molestarles.

Similarmente, parecen no darse cuenta de la imprevista restricción de acceso a la base de Incirlik impuesta por Ankara a la ONU, de los problemas en las relaciones de los turcos con países amigos como Austria, Chipre e Israel y del perverso antiamericanismo simbolizado en los deseos del alcalde de Ankara de que Estados Unidos padezca más huracanes.

El maltrato turco a los ciudadanos de países miembros de la OTAN apenas molesta a los dignatarios de la OTAN: ni el arresto de doce alemanes (como Deniz Yücel y Peter Steudtner), ni el intento de asesinato de turcos en Alemania (como Yüksel Koç), ni la toma de estadounidenses como rehenes (como Andrew Brunson y Serkan Gölge) ni la reiterada violencia física contra estadounidenses en los propios Estados Unidos (como en el Brookings Institute y el Sheridan Circle).

La OTAN parece impávida ante el hecho de que Ankara ayude al programa nuclear de Irán, desarrolle un campo petrolero iraní y transfiera armas iraníes a Hezbolá. Los comentarios de Erdogan sobre la unión de su país a la Organización de Cooperación de Shanghái, dominada por Moscú y Pekín, provoca pocos temores, al igual que las maniobras conjuntas del Ejército turco con los de Rusia y China. La compra turca de un sistema de defensa antimisiles ruso, el S-400, parece ser algo simplemente irritante y no una línea roja. Nadie se inmutó ante el veto mutuo de EEUU y Turquía en materia de concesión de visados.

La OTAN tendrá que tomar una decisión. Puede seguir con su política actual, en la confianza que Erdogan no sea más que cólico pasajero y Turquía vuelva a Occidente, o puede considerar que la Alianza es demasiado importante como para hacerla depender de esa posibilidad especulativa y dar pasos en firme para congelar las actividades de la República de Turquía en su seno hasta que vuelva a comportarse como una aliada. Pasos como:

  • La retirada de las armas nucleares de Incirlik.
  • La cancelación de las operaciones de la OTAN en Incirlik.
  • La cancelación de la venta de armas como los F-35.
  • La exclusión de Turquía en el desarrollo armamentístico.
  • El no compartir información con Turquía.
  • La negativa a entrenar a soldados o marinos turcos.
  • El rechazo de personal turco para desempeñar cargos en la propia OTAN.

Una posición conjunta contra la hostil dictadura de Erdogan permitirá que la gran alianza de la OTAN redescubra su noble propósito de “salvaguardar la libertad, el patrimonio común y la civilización” de sus pueblos. Enfrentándose al islamismo, la OTAN recuperará la responsabilidad que últimamente había descuidado: nada menos que defender la civilización occidental.

© Versión original (en inglés): danielpipes.org
© Versión en español: Revista El Medio

 
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