En plena festividad de Sucot, la pareja árabe israelí Jalil y Rim Bakly celebraron su estrenada convivencia construyendo una sucá totalmente kosher (fueron ayudados por un empleado judío ortodoxo de la clínica dental de Jalil) e invitando a cualquier judío israelí a visitarlos. Esa misma semana, una delegación compuesta enteramente de árabes israelíes –musulmanes, cristianos y drusos– hizo los preparativos finales para una gira de conferencias en defensa de Israel en los campus universitarios estadounidenses.
Se podrían desdeñar los dos episodios por no ser representativos de la comunidad árabe israelí. Después de todo, esa misma semana la miembro árabe de la Knéset Hanín Zoabi afirmó en un discurso en Dallas que los judíos no tienen derecho a la autodeterminación porque “no existe la nacionalidad judía”. Y Zoabi, que es sólo un poco más incendiaria que sus compañeros de partido, fue elegida en una lista conjunta que recibe la abrumadora mayoría de los votos de los árabes israelíes.
Pero, como demuestra una reciente encuesta entre los árabes israelíes, la comunidad está cambiando, y no a favor de Zoabi.
Tal vez lo más llamativo es que una decisiva mayoría de los encuestados se identificaron principalmente como israelíes en vez de palestinos, algo que no ocurría hace tan sólo unos años. En 2012, por ejemplo, sólo el 32,5% de los árabes israelíes se definían como israelíes en vez de palestinos. Pero esa cifra ha ido aumentando de manera bastante sostenida, y este año, para responder a la pregunta “¿Qué término le describe mejor?”, el 54% de los encuestados eligieron alguna variante de “israelí” (la respuesta más popular fue “árabe israelí”, seguida de “ciudadano árabe de Israel”, “israelí” y “musulmán israelí”). Eso es más del doble del 24% que eligió alguna variante de “palestino” (el 15% eligió simplemente “palestino”; el resto eligió “palestino en Israel”, “ciudadano palestino en Israel” o “palestino israelí”).
Es más: el 63% consideró a Israel un lugar “positivo” para vivir, frente al 34% que dijo lo contrario. El 60% tenía una visión favorable de Israel, frente al 37% que la tenía negativa. Estas mayorías son más reducidas que las que recibirían esas preguntas entre los judíos israelíes, pero siguen siendo decisivas. Incluso entre los musulmanes, el grupo más ambivalente, la ratio favorable-no favorable tiene un empate estadístico (49-48). Entre los cristianos es de 61-33 y entre los drusos, de 94-6.
Uno de los compañeros de Zoabi, el diputado Yusef Yabarín, se apresuró a asegurar al Jerusalem Post que los árabes israelíes deben de considerar a Israel más negativamente de lo que indican las encuestas, porque “cuando me reúno con la gente de mi comunidad, siempre les escucho hablar de sus preocupaciones por la creciente discriminación y el racismo”, así como de “la situación socioeconómica y la falta de trabajo y de vivienda”. Tampoco se equivoca sobre las preocupaciones de su comunidad: nada menos que el 47% de los encuestados sienten que, como árabes, son “generalmente tratados de manera desigual”. Muchos también están preocupados por los problemas económicos y los elevados niveles de delincuencia en sus comunidades.
Pero lo que Yabarín obviamente no entendió es que tener una visión general favorable de tu país no es en absoluto incompatible con tener una larga lista de quejas. Después de todo, los judíos israelíes se quejan constantemente de las deficiencias de su país, pero siguen creyendo que sus méritos superan a sus deméritos. ¿Por qué no iban a hacer lo mismo los árabes israelíes?
La comparación con los vecinos de Israel se ha hecho visiblemente más acusada tras la implosión de varios países árabes desde 2011, y es sin duda un factor importante en el creciente aprecio de los árabes israelíes por Israel. Pero los esfuerzos del Gobierno por mejorar su situación socioeconómica también han contribuido.
Así, una iniciativa conjunta entre el Gobierno y las empresas más grandes del país ha elevado de manera acusada la cifra de árabes israelíes que trabajan en dichas compañías, que suelen ofrecer mejores salarios, beneficios sociales y oportunidades de promoción que otras más pequeñas. En varias de las compañías participantes en el proyecto los árabes suponen ahora el 14% de la nómina, menos que su cuota en la población, pero más o menos equivalente a su cuota en el mercado laboral.
El Gobierno también ha invertido más dinero en las escuelas árabes, lo que, junto con un nuevo énfasis en la educación dentro de la comunidad árabe, ha contribuido a impulsar el rendimiento de los estudiantes árabes. La proporción de estudiantes que hacen los exámenes finales de Secundaria es ahora más o menos la misma entre los árabes y los judíos, y aunque siguen aprobando más los judíos, la brecha se ha reducido. De hecho, los dos mejores institutos del país por logros académicos son árabes.
Por último, en marcado contraste con las que gastan su tiempo y su energía calumniando a Israel presentándolo en el extranjero como racista, otras ONG han llegado correctamente a la conclusión que la desigualdad se puede combatir de forma más provechosa invirtiendo en la educación y el empleo árabes. La organización Tsofen, por ejemplo, se dedica al impulso de la formación y el empleo en tecnología. Gracias en parte a sus esfuerzos, el número de árabes israelíes contratados en el sector de la alta tecnología se ha más que decuplicado en la última década, el número de los que estudian carreras CTIM en las universidades israelíes ha aumentado un 62% y la ciudad árabe de Nazaret, antes carente de industria de alta tecnología, presume ahora de 50 start-ups locales, así como de varias filiales de empresas punteras nacionales e internacionales.
Incluso algunos árabes del extranjero están empezando a entenderlo. El mes pasado, sin ir más lejos, un grupo de empresarios palestino-estadounidenses de Chicago celebró su primera cena de recaudación de fondos para dotar de una beca que ayude a árabes palestinos e israelíes a asistir a la Universidad de Haifa. Aunque la cena es una idea nueva, el fondo lleva activo desde 2015 y hasta ahora ha ayudado a más de 60 estudiantes. Ni que decir tiene, esto ayuda mucho más a las personas de carne y hueso que, por ejemplo, defender los boicots antiisraelíes, que tienen como resultado que los palestinos pierdan sus empleos.
Los cambios como el que está experimentando la comunidad árabe israelí necesitan décadas para rendir frutos por completo. Un ejemplo de ello lo encontramos en los habitantes drusos de los Altos del Golán: menos de una cuarta parte ha optado por la ciudadanía israelí, a pesar de que cada vez son más los que dan el paso. Pero, como varios drusos declararon a Haaretz el mes pasado, la brecha es generacional: la generación más mayor se sigue sintiendo siria; los más jóvenes se sienten israelíes. En consecuencia, incluso entre la generación más joven muchos dicen que no quieren adquirir aún la ciudadanía israelí porque “sería una falta de respeto a la generación más mayor”.
Muchos años tienen que pasar antes de que el cambio cale en toda la comunidad árabe israelí hasta el punto de que los Bakly sean más representativos que Hanín Zoabi. Pero la tendencia se está moviendo claramente en esa dirección. Y a pesar de todos sus esfuerzos, el ruidoso contingente antiisraelí de la comunidad parece impotente para frenarlo.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio
Andrea Polichuk