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| miércoles noviembre 6, 2024

Rebelión en la granja de Hezbolá


El pasado 25 de octubre, miércoles, a Hezbolá le estalló una protesta callejera de esas que pueden acabar deviniendo descontrolada insurrección popular. Como en aquel Túnez de 2011, el fulminante fue una redada policial contra la venta ambulante que hizo las veces de gota que colma el vaso. No hubo un Mohamed Buazizi que acabara prendiéndose fuego ni una multitud hastiada que transformara la puntual protesta en revolución, pero lo cierto es que se clamó contra el Partido de Dios en su mero núcleo irradiador, el legendario Dahiye que amenaza devorar Beirut por el sur. “Te hemos dado mártires en Siria, tengo tres hijos heridos, ¿y así es como nos tratas?”, maldijo a Hasán Nasrala una mujer a la que arrasaron su modesta tienda.“¡Siria puede irse al infierno, y Hasán Nasrala con ella!”, clamó otro despojado ante las cámaras.

En el populoso suburbio de la capital libanesa se está cociendo una lucha de clases que puede hacer que Hezbolá pierda todo lo que anda ganando en los campos sirios de batalla, advierte  Hanín Ghadar. “Las divisiones de clase en el Dahiye son más drásticas que nunca”, afirma la analista del Washington Institute; “los barrios pobres ponen los combatientes mientras los vecindarios ricos y de la clase media alta se lucran con la guerra”.

Para Hezbolá, que se ha vendido siempre como defensor infatigable de los oprimidos, este estado de cosas puede ser letal. Sobre todo si las informaciones que manejan las fuentes locales de Ghadar resultan ser ciertas.

Y es que esas fuentes sostienen que Hezbolá no sólo sabía que se iba a producir la redada del día 25, sino que prácticamente la demandó. De qué iba a atreverse a poner un pie en el Dahiye la Policía sin conocimiento de la organización terrorista que lo controla como controla el Líbano entero. Pero es que resulta que la Hezbolá revolucionaria andaría pensando en gentrificar las zonas más degradadas del suburbio; limpiarlas de prostitutas, rateros y mercachifles y ponerlas bonitas para que tomen posesión de ellas las clases medradoras por obra y gracia de Nasrala y su camarilla. En esta versión mesoriental de Rebelión en la Granja, el cerdo Napoleón sería, pues, ese orondo Hasán desprolijo, que desde su guarida –como le tiene un miedo cerval a Israel, se deja ver muy poco– proclamaría aquello de:

  • Todos somos iguales, pero unos somos más iguales que otros.

Pues que se ande con cuidado Napoleón Nasrala, no sea que sus correligionarios más humillados y ofendidos acaben encomendándole –por muy chiíes que sean– al célebre San Martín. En Siria han caído en seis años más combatientes de Hezbolá que en 18 de guerra sostenida contra Israel, y el Partido de Dios ya no es el cacique pretendidamente desprendido que otrora fuera: el esfuerzo bélico está haciendo que su asistencialismo se resienta y a las viudas de los mártires ya no es que no las atienda como antes, es que directamente las está prostituyendo por medio de la ominosa institución de la mutá, los matrimonios temporales que legitiman la utilización de la mujer como una desechable lata de conservas.

“La frustración comunal y las desigualdades que la guerra sigue exacerbando y haciendo más profundas podrían llevar pronto a una explosión que ni siquiera la Sayeda Zainab será capaz de prevenir”, escribió en noviembre de 2016 Hanín Ghadar. En noviembre de 2017 de lo que se está escribiendo en abundancia es de una nueva guerra de Hezbolá contra Israel, una guerra muchísimo más devastadora que la de 2006, que ya causó estragos formidables. ¿Dirá ahora definitivamente “¡basta!” la carne de cañón chií en el Dahiye y los demás bastiones de la organización terrorista libanesa lacaya de Irán? ¿Acabará su odio mortal a Israel matando al vituperado Napoleón Nasralá?

 
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