RESUMEN: Mientras la reciente ola de despidos y arrestos a miembros de la familia gobernante saudita, altos funcionarios y prominentes empresarios nublan las perspectivas de los planes de reforma económica del Príncipe Muhammad, señales de una escalada en las tensiones Arabia Saudita-Irán auguran males aun peores para el resto de la región.
A medida que Arabia Saudita vislumbra el asalto frontal realizado por el Príncipe Heredero a la Corona Muhammad Iben Salman a la élite del reino, existen indicios de que la guerra de poderes saudita-iraní está tomando calor. Los arrestos ocurrieron cuando el Primer Ministro libanés Saad Hariri renunció en lo que muchos consideraron una maniobra dirigida por los sauditas destinada a obstaculizar a las poderosas milicias pro-iraníes libanesas de Hezbollah. Las defensas sauditas también interceptaron un ataque con misiles balísticos por parte de los rebeldes houthís respaldados por Irán en Yemen.
Una alianza militar respaldada por Arabia Saudita, que incluye a los EAU, Kuwait, Bahréin, Egipto y Sudán, pareció abrir la puerta a una confrontación más directa con Irán cuando este denunció el ataque con misiles como “una flagrante agresión militar abierta y directa por parte del régimen iraní, equivalente a un acto de guerra contra Arabia Saudita”.
“Arabia Saudita también tiene derecho a responderle a Irán en el momento y manera apropiada, con el respaldo de las leyes internacionales y de acuerdo a su derecho inherente de defender su territorio, su pueblo y sus intereses protegidos por todas las convenciones internacionales”, dijo la alianza en una declaración.
Consciente que un enfrentamiento militar con Irán pudiera ser desastroso, Arabia Saudita señaló que es más probable confronte a los estados agentes iraníes. En respuesta al ataque con misiles, este impuso un embargo temporal aéreo, terrestre y marítimo sobre Yemen, un país que lucha con una catástrofe humanitaria como resultado de la intervención militar de dos años y medio liderada por el reino.
Unas 10.000 personas han muerto en la guerra, que según la ONU ha dejado medio millón de yemeníes infectados con cólera y unos siete millones al borde de la hambruna en la nación más pobre del mundo árabe. Yemen sin embargo, no es el único lugar que probablemente experimentará una escalada debido al aumento de las tensiones entre Arabia Saudita e Irán.
El Líbano, por ejemplo, es una colección de minorías religiosas y étnicas que aún no ha consolidado una identidad nacional primordial, pero que ha mantenido milagrosamente una estabilidad a pesar que la guerra civil siria toca a su puerta y a la afluencia masiva de refugiados. Tras la renuncia de Hariri, el Líbano se tambalea.
Si bien solo existen evidencias circunstanciales del papel de Arabia Saudita en persuadir a Hariri, quien dijo que temía por su vida en medio de rumores de un frustrado intento de asesinato, a renunciar a su cargo, este fue inequívoco al llevar consigo la dirección saudita en su anuncio.
Irán, dijo Hariri, “tiene el deseo de destruir el mundo árabe y se ha jactado de su control por las decisiones en todas las capitales árabes”. Hezbollah impuso una realidad en el Líbano a través de la fuerza de las armas y su intervención nos causa grandes problemas junto a todos nuestros aliados árabes”.
La impresión de la influencia saudita fue alimentada por el hecho que Hariri realizo su anuncio no en su red de canales de televisión Future TV sino en la capital saudita Riad, en la estación del reino Al Arabiya. Irónicamente, el propietario de Al Arabiya, Waleed bin Ibrahim Al-Ibrahim, se encontraba entre los empresarios detenidos por instrucciones del Príncipe Muhammad.
Más allá de poseer doble ciudadanía libanesa y saudita, Hariri lideró por mucho tiempo el Oger Saudita, un conglomerado propiedad de su familia. El Oger Saudita se declaró en quiebra a comienzos de este año, convirtiéndose en una de las primeras víctimas de la desaceleración económica en el reino como resultado de la disminución de los ingresos del petróleo.
Si bien existen pocas dudas que Arabia Saudita busca debilitar la fuerte postura de Hezbollah en el Líbano, no estaba claro si esa era la única razón por el entusiasmo saudita a la renuncia de Hariri. El ex primer ministro fue ampliamente visto como el político musulmán sunita más complaciente del Líbano, dispuesto a reconocer que Hezbollah, considerado por muchos responsable del asesinato de su padre en el 2005 Rafik Hariri, era parte de la infraestructura política del país.
Al haber saboteado la política libanesa Hariri le ha abierto la puerta a los intentos sauditas de presionar a Hezbollah para que elija entre ser un partido político sujeto a decisiones gubernamentales, como el no interferir en la guerra siria, o un agente estado iraní que se involucra en conflictos regionales. El problema es que debido a la debilidad del estado y el ejército libanés, los intentos pasados en desafiar los colmillos de Hezbollah han fracasado.
Si bien Hezbollah ha dejado en claro que no deseaba que Hariri renunciara al cargo, no desea una escalada de tensiones en el Líbano y busca una solución pacífica a la crisis, es posible que no tenga mucho control sobre los acontecimientos. La crisis pudiera conducir a la desaparición del Presidente Michel Aoun, un aliado cercano a Hezbollah, o ser parte de un esfuerzo de los sauditas por provocar una guerra entre Hezbollah e Israel.
Un grupo internacional de ex-generales, el Grupo Militar de Alto Nivel, advirtió a principios de este mes que una guerra sangrienta entre Hezbollah e Israel es inevitable, si no necesariamente inminente. “Hezbollah no desea que se desate un conflicto en este momento, dado que aún busca consolidar sus logros en Siria y continuar sus preparativos en el Líbano. Sin embargo, sus acciones y propaganda sugieren que considere sus habilidades de combatir una guerra con Israel como algo ya hecho. El momento de tal conflicto probablemente esté determinado por un error de cálculo tanto como por la toma de decisiones en Irán y el Líbano”, dijo el grupo en un informe de 76 páginas.
Yemen y el Líbano pueden ser los escenarios más inmediatos a la confrontación saudita-iraní en base a los acontecimientos recientes, pero ciertamente no son los únicos. Las dos potencias regionales se encuentran en lados opuestos de la valla en el conflicto sirio y compiten por la influencia en Irak. Perfilándose al fondo se encuentra la provincia pakistaní de Beluchistán, que Arabia Saudita ve como una plataforma de lanzamiento potencial en caso de que desee provocar disturbios étnicos en Irán.
Alimentando las tensiones, el Primer Ministro israelí Benyamin Netanyahu describió la renuncia de Hariri como un campanazo para el enfrentamiento con Irán. Netanyahu dijo que la renuncia era “un llamado de atención a la comunidad internacional para que tome medidas contra la agresión iraní” y advirtió que “la comunidad internacional necesita unirse y enfrentar esta agresión”.
Nada de esto surge como buen augurio para el Medio Oriente. No solo porque se corre el riesgo de una escalada en estos países en los que Arabia Saudita e Irán combaten a través de sus estados agentes, sino que también corren el riesgo de alimentar el sectarismo en una parte del mundo en la que las minorías están a la defensiva, las relaciones chiitas y sunitas están siendo corroídas y el costo del conflicto y la guerra está haciendo mella dentro de la población civil.
***El Dr. James M. Dorsey, Antiguo Asociado no-residente en el Centro BESA, es miembro compañero de la Escuela de Estudios Internacionales S. Rajaratnam en la Universidad Tecnológica Nanyang de Singapur y codirector del Instituto de Cultura Fan de la Universidad de Würzburg
Traducido por Hatzad Hasheni
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