Traducido para Porisrael.org por Dori Lustron
Clichy, un suburbio al noroeste de París, se ha convertido en las últimas semanas en un campo de batalla en la guerra por el carácter republicano secular de Francia.
Comenzó cuando una organización musulmana decidió protestar contra una decisión municipal de trasladar uno de sus lugares de oración desde una ubicación central a un sitio menos céntrico, que los miembros afirman es demasiado pequeño e inseguro. Manifestantes sin los permisos necesarios celebraron oraciones masivas en la calle principal cerca del ayuntamiento, lo que enfureció a los residentes no musulmanes.
En respuesta, alrededor de 100 funcionarios electos se pararon al costado de la calle con cintas tricolores y cantando el himno nacional. Los manifestantes musulmanes presentaron una denuncia ante la policía por «comportamiento violento» e «incitación al odio racial». El viernes pasado, la policía local decidió prohibir las plegarias masivas.
Parece que gran parte del público francés ha comenzado a entender que el problema con el Islam se extiende más allá de los recientes ataques terroristas y que la religión de hecho amenaza la forma de vida existente en el país. La protesta organizada por funcionarios electos es una prueba que los políticos también han llegado a comprender y que la política de enterrar sus cabezas en la arena ha contribuido a la erosión continua del carácter secular de Francia.
Después de años de negar la existencia del fenómeno, ahora existe un debate público significativo sobre el antisemitismo musulmán en Francia. El manejo escandaloso del establishment francés por el asesinato de Sarah Halimi, insistiendo en que el asesinato no fue un acto de antisemitismo, desafió la conspiración del silencio.
La profanación de un monumento en homenaje a Ilan Halimi, un joven judío casualmente con el mismo apellido que la última víctima, que fue secuestrado y brutalmente asesinado por musulmanes hace más de una década, llevó al diario francés Le Monde a dedicar un artículo al tema del antisemitismo musulmán. Sin embargo, el artículo insistió en diferenciar entre viejos estereotipos antisemitas y judeofobia moderna, es decir, un temor a los judíos que alimenta el antisemitismo habitual, principalmente en las redes sociales, y ejemplificó la dificultad de la elite izquierdista francesa para llamar al problema por su nombre.
Las acusaciones de agresión sexual contra el representante más importante de Europa del «Islam moderado», Tariq Ramadán, nieto del fundador del movimiento de la Hermandad Musulmana, han servido para socavar el apoyo ciego que generalmente ofrece la izquierda francesa. Los abogados de Ramadán enfrentan una batalla cuesta arriba, no solo frente a las crecientes acusaciones contra su cliente, sino a la luz de las afirmaciones antisemitas de muchos de los seguidores de Ramadán que todo el escándalo es una conspiración judío-sionista.
¿Esto es solo un despertar temporal? Podría ser, si la izquierda, francesa y europea, no se involucra en un serio examen de conciencia e identifican las razones por las cuales eligieron previamente ignorar el antisemitismo musulmán y seguir ciegamente a estos radicales disfrazados de moderados. Una de las razones, debe señalarse, es el antisemitismo tan frecuente entre muchos en la izquierda de hoy.
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