Durante años me intrigó la palabra hebrea para horizonte, ofek. No sólo porque por su valor numérico, 181, equivale al de la expresión tzoféh, explorador, vidente y hasta profeta, sino también porque todo horizonte es para nosotros un punto de mira, una aspiración e incluso una dilatación. Quien no se propone caminar no tiene horizonte o, mejor dicho, el horizonte atrae el caminar, el desplazarse, el avanzar pese a todas las dificultades con las que uno se encuentra. Ese interés por el tema se dilató súbitamente cuando encontré, en un proverbio de Africa del Norte, un aspecto inédito del horizonte. Dice así: “O ves el horizonte bajo tus pies o nunca cesará de alejarse” Hay, por tanto, un aspecto del horizonte que el profeta o el explorador señalan, un lugar de realización, un futuro posible. Y luego hay un aquí y ahora que nuestros pies a veces ocultan y que contiene, por decirlo de algún modo, esa realización actualizada, cumplida. En un caso existe un irresistible impulso hacia adelante, y en el otro la súbita comprensión de que ya estamos donde debemos estar. Por tanto hay un aspecto geográfico, espacial del horizonte, y otro temporal que concierne al despertar psíquico.
Fue el biólogo Carl Sagan quien popularizó la idea de que nuestra noción de futuro, o sea de horizonte, procede del desarrollo del córtex, última capa del cerebro en formarse. Al ponernos en pie, al afianzar nuestra posición bípeda, los ojos comienzan a ver donde no están a la par que el lugar hacia el quieren dirigirse. La idea es brillante. Los grandes horizontes, y también los pequeños, siempre señalaron una libertad posible, una amplitud vital. Por otra parte, en el ofek hebreo también nos encontramos con la palabra af, nariz, proa del rostro y guía, en incontables casos, hacia esos nuevos aires que ansiamos respirar y que se encuentran en el más allá, en lo lejano, allí donde-aparentemente- se acaba la tierra y comienza el cielo. El que en la Antigüedad bíblica se dijera de los profetas que tenían gran nariz no se refería a un mero hecho físico sino a que tenían la inspiración suficiente como para intuir qué se estaba cociendo en el horizonte social y político. Sagan comenta que junto a la noción de futuro que propicia el córtex, también surge la ansiedad por lo que aquel acarrea. Y ciertamente la ansiedad no se refiere al pasado, que nos puede provocar melancolía, sino al futuro, al mañana, que siempre tiene algunas gotas de incertidumbre.
Suele decirse que los habitantes de las llanuras y los desiertos ven mejor que los montañeses o los que habitan en valles, lo cual se debe sin duda a lo despejado de sus horizontes. Tal vez fueran ellos los que inventaron el mito de que allí donde el arco iris toca la tierra, allí mismo hay un tesoro nos espera. Ponerse en camino ya forma parte de él.
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