El despliegue norcoreano de un misil balístico capaz de alcanzar la mayoría del territorio de EEUU provocó sombríos comentarios en Israel sobre el fracaso a la hora de detener el programa nuclear de Pyongyang y, por analogía, sobre el fracaso a la hora de detener el programa nuclear de Teherán. Como dijo el analista de Haaretz Anshel Pfeffer, Kim Jong Un es la muestra que si un dictador se afana por hacerse con un arma nuclear, y es lo suficientemente determinado y despiadado, “al final conseguirá su objetivo”. El ejemplo norcoreano no sirve aún como prueba porque nada dice sobre la eficacia de una táctica jamás intentada por EE.UU.: la acción militar, o al menos la amenaza creíble de la misma.
Corea del Norte ha demostrado –por si alguien aún tenía dudas– que las sanciones y las negociaciones no pueden por sí solas detener a un dictador determinado a adquirir armas nucleares. En cambio, ahí sigue la opción militar. Sólo se ha probado dos veces, las dos veces por cuenta de Israel, en Irak en 1981 y en Siria en 2007. Y aún es pronto para sostener concluyentemente que funcionó. Pero el caso es que por el momento ninguno de esos dos países tiene armas nucleares.
Por otro lado, muchos de los argumentos contra la opción militar son vanos. Véase, por ejemplo, el que dice que resulta un sinsentido una vez un país se ha hecho con el conocimiento preciso para construir una bomba nuclear, porque “no se puede bombardear el conocimiento de un pueblo”, según escribió el columnista del New York Times Roger Cohen a propósito de Irán. Es cierto, pero completamente irrelevante. El conocimiento es sólo uno de los componentes necesarios para construir una bomba. Deshazte de los demás –los reactores de agua pesada, los depósitos de uranio enriquecido, las centrifugadoras que permiten enriquecer el uranio– y el conocimiento no bastará para la producción de armas nucleares.
Luego está el argumento que la acción militar no consigue más que comprar tiempo. Eso está lejos de ser evidente por sí mismo. Algunos países pueden llegar a la conclusión que el coste de reconstruir su programa nuclear sólo para que sea nuevamente bombardeado no merece la pena. Pero incluso asumiendo que fuera cierto, comprar tiempo es lo que se ha demostrado que pueden conseguir la mayoría de las sanciones y negociaciones (excepto en los casos excepcionales en que los países han accedido a renunciar a sus programas nucleares).
Así las cosas, la cuestión relevante es qué curso de acción compra más tiempo, porque cuanto más compres, más ocasiones habrá para que se produzca un desarrollo inesperado –por ejemplo, un cambio de régimen en Irán– que pueda conducir a un éxito permanente. El bombardeo israelí del reactor nuclear iraquí compró el tiempo preciso para que Irak cometiera un error que nadie había previsto: la invasión de Kuwait de 1990, que llevó a la Guerra del Golfo y a la subsiguiente imposición norteamericana de un régimen de inspecciones intrusivo y efectivo.
La acción militar probablemente compre más tiempo por dos razones. En primer lugar, las sanciones y las negociaciones dejan intacta buena parte de la infraestructura nuclear del país en cuestión, mientras que la opción militar la destruye. Reconstruirla desde cero siempre lleva más tiempo que expandirla o mejorarla, especialmente si la acción militar se combina con sanciones que impidan el proceso de reconstrucción. En segundo lugar, a diferencia de la acción militar, las negociaciones siempre requieren concesiones, que de hecho pueden facilitar el desarrollo nuclear permitiendo a los países que quieren atomizarse hacer abiertamente lo que de otro modo harían en secreto. El acuerdo nuclear con Irán, por ejemplo, permite a Teherán reemplazar sus anticuadas y lentas centrifugadoras por unas nuevas y más rápidas, así que cuando expire –o aun antes, si siguen el ejemplo norcoreano y trampean– los iraníes podrán enriquecer el uranio que necesitan para una construir una bomba veinte veces más rápido.
Hay, por supuesto, una poderosa razón para evitar la acción militar: el temor a una represalia tremenda. Sin lugar a dudas, esto ha desempeñado un papel en la reluctancia norteamericana a bombardear Corea del Norte: las fuerzas convencionales de Pyongyang pueden lanzar devastadoras represalias contra la población civil surcoreana y contra las decenas de miles de soldados norteamericanos estacionados en la zona. Varias estimaciones cifran las víctimas potenciales en Corea del Sur en decenas o incluso en cientos de miles.
Una acción militar de bajo coste contra el programa ilegal iraní era posible cuando se supo de su existencia, hace 15 años. Lamentablemente, ya no (lo cual es un baldón para tres Gobiernos israelíes sucesivos). Hace once años, cuando Israel libró una guerra de un mes de duración contra Hezbolá, el peón libanés de Irán lanzó unos 4.000 proyectiles y mató a 163 israelíes. Hoy, Hezbolá tiene 150.000 proyectiles, muchos de ellos de largo alcance, con potentes cabezas explosivas y una gran precisión. Además, entonces Siria no tuvo interés en sumarse a la contienda, mientras que hoy apenas tendría otra opción. Significativas porciones de las eufemísticamente denominadas “fuerzas del Gobierno sirio” son de hecho milicias (sirias y extranjeras) que responden directamente ante Teherán.
La preparación de una opción militar en el caso iraní ha de comenzar por dar pasos para hacer que esta opción sea menos peligrosa y por tanto más factible. Tales preparativos deben pasar por un decidido empeño en sacar a Irán de Siria, diezmar el programa convencional de misiles iraní y persuadir a Europa para que finalmente ilegalice a Hezbolá (y no sólo a su ala militar, como si fuera algo distinto de su ala política).
Todo ello son cosas que América debería acometer de todas formas para hacer retroceder la influencia de Irán en Oriente Medio y devolver cierto equilibrio a la región. Pero la cuestión nuclear lo hace aún más urgente.
Es harto probable que cualquier acción militar acabe siendo israelí y no americana. EEUU nunca ha emprendido una acción militar para detener el programa nuclear de un país, y quienes elaboran sus políticas han solido llegar muy lejos para evitar hacer algo así. Aunque las sanciones/negociaciones han fracasado repetidas veces, difícilmente Washington vaya a acabar con una política bipartisana sobre Irán que tiene ya décadas. Simplemente, un Irán nuclear no es para EEUU la amenaza existencial que sí es para Israel.
Pero EEUU debe empezar a trabajar para hacer que la acción militar israelí sea factible a un coste razonable. Como demuestra el fracaso a la hora de contener a Corea del Norte, sólo la opción militar podría disuadir a Teherán de seguir los pasos de Pyongyang.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio
Dios hashem bendiga a Iran y destruya a sus enemigos