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| viernes noviembre 22, 2024

Un Derecho Brutalmente Violado


(Photo: AFP)

La decisión del Presidente de los Estados Unidos de reconocer a Jerusalén como capital del Estado de Israel viola brutalmente uno de los derechos fundamentales de la humanidad contemporánea: el derecho a ser chantajeado, a rendirse caballerosamente ante una amenaza muy creíble de violencia, a respetar los justos reclamos de quienes han dado pruebas fehacientes de su indiscutible vocación para cometer matanzas masivas.

El hecho que Jerusalén sea de hecho la capital de Israel porque en ella está las sedes del Gobierno, el Parlamento y la Corte Suprema no cuenta en este caso, por más que sea una costumbre aceptada en el mundo que cada país está facultado para elegir la sede de sus órganos gubernamentales. El hecho de que la Biblia, un libro sospechado de tener origen judío, cite a Jerusalén infinidad de veces como capital del antiguo reino de Israel tampoco debe importarle a nadie. Después de todo no es posible comparar el derecho de los árabes que conquistaron a Jerusalén mediante la violencia en 1948 con la antipática y descortés actitud de los judíos que la reconquistaron mediante la violencia en 1967.  Tampoco es posible comparar a la Biblia con el Corán. El hecho de que el libro sagrado musulmán ignore a Jerusalén es un acto de sutil sabiduría del Profeta, que indica con creces el profundo vínculo del Islam con la ciudad, mientras que la insistencia bíblica con Jerusalén resulta extraña y sospechosa. Por lo demás, Jerusalén no lo es todavía, pero con el apoyo de un mundo prudentemente temeroso, la ciudad en la que impúdicamente se habla en hebreo, seguramente terminará siendo tan genuinamente musulmana como lo son los barrios recientemente adoptados como suyos por el Islam en ciudades como París, Bruselas, Berlín o Malmö, donde los locales han aprendido a sentir la elocuencia del fuerte puño de la cultura islámica. Jerusalén terminará siendo desjerusalemizada.

En resumen, los incontrovertibles argumentos de la justicia islámica terminarán por prevalecer en un mundo que aprendió a callarse frente a la persecución a disidentes molestos, a críticos indeseables y a otros blasfemos y apóstatas. Los únicos autorizados a gritar en esta tímida y apocada feria de vanidades en la que se convirtió el mundo son naturalmente los invencibles partidarios del Islam que siempre han vencido, a excepción, naturalmente, de las múltiples oportunidades en que fueron derrotados.

 
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