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| lunes diciembre 23, 2024

El volcán iraní entra en erupción


La revolución que transformó Irán en 1979 fue un gran experimento. Desde ese momento el país quedaría en manos de un ayatolá, un hombre con un vasto conocimiento de la sharia, la ley islámica; sería el “líder supremo”, eufemismo de dictador; y sería merecedor de dicha autoridad por su consideración de –literalmente– representante de Dios en la Tierra.

El primer líder supremo fue Ruholá Jomeini, clérico carismático y sulfúrico, inmarcesible partidario de la yihad contra América y Occidente. Cuando falleció, en 1989, el título pasó a Alí Jamenei, que de ninguna manera moderó la ideología del régimen. Al contrario: ha considerado la Revolución Islámica “el punto de inflexión en la historia moderna del mundo”.

Hoy, el régimen de Teherán ejerce su influjo sobre Irak, sostiene a la dinastía Asad en Siria, controla el Líbano por medio de Hezbolá y respalda a los rebeldes huzis en el Yemen. Con la vista puesta en el largo plazo, el Líder Supremo Jamenei cuenta con un programa de armas nucleares–quizá diferido pero desde luego no clausurado por el acuerdo suscrito con el presidente Obama– y con uno de desarrollo de misiles capaces de portar armamento atómico. Programa que sigue en marcha.

Este tipo de ambiciones ha tenido un coste. Los iraníes que confiaban en tener más libertad y prosperidad tras la caída del Sah se han desilusionado amargamente. Los iraníes que pensaron que se beneficiarían de las decenas de miles de millones de dólares que han fluido hacia Irán desde la aprobación del acuerdo nuclear se han desilusionado aún más. Desde el jueves de la semana pasada, cientos de miles han expresado su malestar con creciente ira, poniendo en riesgo sus vidas al participar en las protestas registradas en dos docenas de ciudades de todo el país. Cuando escribo estas líneas se estima que 15 manifestantes han muerto a manos de las fuerzas gubernamentales. Los detenidos se cuentan por centenares.

Numerosos medios occidentales han rebajado la importancia de este levantamiento. Otros han asegurado que las protestas son sólo debido a “una economía inactiva” y al “aumento en el precio de los huevos”; en otras palabras, que se trata de algo apolítico y carente de ideología.

Los cánticos que se vienen escuchando en las calles cuentan una historia muy distinta. “¡No queremos una república islámica”, “¡Muerte al dictador!”, “¡Que se pierdan los mulás!”, “¡Los clérigos se creen Dios!”, “¡Libertad o muerte!”, “¡Dejaos de Siria, pensad en nosotros!”, “¡Ni por Gaza ni por el Líbano: mi vida por Irán!”. También han proclamado con firme determinación: “Moriremos. [Pero] recuperaremos Irán”. Así que no, no es sólo la economía, estúpido.

¿Se está cociendo otra revolución? Cuando se trata de hacer predicciones sobre este tipo de cosas, los politólogos y los analistas de inteligencia están a la par con los astrólogos. En realidad, las revoluciones son como los volcanes. No importa cuánto los oigas bullir, no importa que los veas echar humo: nunca sabrás cuándo entrarán en erupción.

Hay un error bastante extendido; ese que dice que cuanto más opresivo es un régimen, más proclive es a caer. De hecho, las revoluciones tienen más fácil el éxito ante regímenes reacios a perpetrar una gran matanza contra sus propios súbditos. En líneas generales, ser despiadado sale a cuenta.

Y, pese a lo que dicen sus numerosos apologetas occidentales, los teócratas iraníes son tremendamente despiadados. Los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica y la milicia Basij nunca se han mostrado reluctantes a la hora de machacar cabezas. Irán tiene la más alta tasa de ejecuciones. Quienes detentan el poder habitualmente torturan a disidentes, apresan a activistas pro derechos humanos, violan a mujeres en prisión, cuelgan en público a homosexuales, toman rehenes occidentales… La lista es larga.

La última vez que los iraníes tomaron las calles para desafiar a sus gobernantes fue en 2009.Célebremente, le cantaron al presidente Obama: ¿estás con nosotros o con ellos? (emplearon un juego de palabras en farsi: “Obama, Obama ya ba oona, ya ba ma?”). Ansioso por entenderse con la República Islámica, Obama se negó a contestar.

Sería caritativo decir que esa decisión fue un experimento. Desde hace mucho, la idea predominante entre los expertos en política exterior es que Irán es, en lo esencial, un “país normal” con unos líderes que contribuyen a la “estabilidad” de la región; que se trata de hombres orgullosos que sienten que se les falta al respeto. Si el Sr. Obama les tendiera la mano en señal de amistad, se decía, seguro que abrirían relajados los puños.

Ya sabemos los resultados de ese experimento. Los expertos se equivocaron y los analistas que veían a los teócratas iraníes como un enemigo inapaciguable llevaban razón.

El Departamento de Estado ha condenado a los gobernantes de Irán por haber convertido “un país rico con una cultura y una historia igualmente ricas en un Estado canalla económicamente mermado que tiene por exportaciones principales la violencia, el caos y el derramamiento de sangre”. El Sr. Trump ha tuiteado: “Todo el mundo entiende que la buena gente de Irán quiere el cambio”. Los senadores Tom Cotton y Ted Cruz se cuentan entre los congresistas republicanos que han emitido declaraciones contundentes.

En la izquierda, el apoyo a los derechos y aspiraciones de los iraníes es menos robusto. ¿Por qué? Quienes se identifican con la resistencia no quieren estar de acuerdo en nada con el Sr. Trump. Los demócratas y progresistas más moderados quizá no quieren que se piense que están implícitamente criticando la inacción del Sr. Obama en 2009 y su acuerdo nuclear de 2015. Ni ansían unirse a los republicanos en lo que podría ser el siguiente paso: la adopción de medidas para apoyar a los manifestantes y ejercer más presión sobre los gobernantes iraníes para que repriman sus instintos represivos.

En cuanto al propio Obama, no ha respondido a una misiva online en la que se le pide que envíe “un fuerte y público mensaje de apoyo y solidaridad” a los iraníes que claman por sus derechos.

Si lo hiciera, y si, más pronto que tarde, el yihadismo moderno colapsara en la tierra en la que primero se convirtió en ideología dominante, podría producirse un nuevo experimento; uno de hondas consecuencias en lo relacionado con la paz y la guerra para las próximas décadas.

© Versión original (en inglés): Foundation for Defense of Democracies (FDD)
© Versión en español: Revista El Medio

 
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