De todos los rechazos a la declaración de Jerusalén como capital de Israel, sin duda el más decepcionante de todos es el del Papa católico. Es imperdonable que un jerarquía cristiana de su nivel y responsabilidad soslaye así como así el nexo del pueblo judío con su ciudad ancestral, tal vez por miedo al Islam, pero también para no correr ni hacer correr más riesgos a los cristianos del Medio Oriente, sujetos siempre a los vaivenes de la ira islámica. Por otra parte, el que países pequeños-Guatemala, Honduras-, con una fuerte implantación evangélica, estén entusiasmados con la idea por razones religiosas, razones que son, al fin y al cabo, las que cuentan, es reconfortante para nosotros los hebreos. Bien saben los palestinos y su dorada mezquita que Israel no hará nada para modificar su status quo. Nosotros no convertimos santuarios o casas de estudio en establos, ni destruimos templos, no en el Israel actual. Hay demasiado trabajo en otras áreas como para enzarzarse en esos pantanosos temas.
Quien lea la Biblia con objetividad no puede sino asombrarse del peso de Jerusalén y su valor simbólico, pues tanto judíos como cristianos sabemos lo allí sucedido, cuánta sangre se derramó en su nombre y cuantas nostalgias mantuvieron vivo su recuerdo durante siglos. Y quien dice Jerusalén dice Hebrón, Safed, Belén, etc. Habiendo visto la miserable, egoísta y al fin ignorante actitud de la UNESCO, organismo fundado para la defender la cultura que hoy está regido por ignorantes y malintencionados, Israel no puede seguir participando en una empresa que la desprecia, en una entidad que la ningunea una y otra vez y que parece como agazapada para saltarle en cualquier momento a la jugular. Y ahora el Papa, ese buen hombre despistado y no tan valiente como se lo piensa, que como tiene el miedo de Occidente al Islam y no quisiera ofenderlo más, tampoco quiere encender más los ánimos encendidos hace décadas; sospecha, el Papa, que si se declarase pro-judío ( como Juan XXIII, por ejemplo), alguna desgracia le llovería encima. E ignora que en su negativa a la decisión de América del norte de trasladar su embajada a Jerusalén ha perdido la oportunidad de ser teológica y psicológicamente justo, pues si Jerusalén no es judía ¡entonces tampoco puede ser cristiana! Si Israel no tiene derecho a su tierra ancestral, menos derecho tiene el mundo cristiano que desciende, se dice, del linaje de David, el rey que tan bellamente cantó a la ciudad santa.
Habrá, sin duda, un lento pero gradual movimiento de la balanza en favor de Israel y su innegable capital. Cuando los palestinos comprendan que eso no significa negarlos, y acepten al fin compartir dejando de lado su política de todo o nada, entonces los problemas se disolverán por sí mismos. Cuando los árabes han querido, cierto que con tibieza, llegar a un acuerdo con Israel, éste se concretó. Egipto y Jordania lo prueban. Los que hemos vivido en Jerusalén sabemos que es un ciudad plural en el tiempo y en el espacio, una bella tarta arquitectónica hecha de muchas capas. Aunque su núcleo y su periferia sean hoy más judíos que nunca, Israel jamás podrá negar las huellas, obras y santuarios de los otros pueblos que la han amado a lo largo de los siglos. Y un último comentario: debería formarse un comité de sabios que le enseñara Biblia al Papa. Seguro que hay detalles que ignora.
El papa es un ignorante gallina bueno para nada