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| domingo diciembre 22, 2024

Fatah, Hamas y la muchacha de las dos cabezas Por Julián Schvindlerman


En su Antiquarum Lectionum, el académico veneciano medieval Caelius Rhodiginius describió una escena espeluznante que presenció cierta vez en Italia. Caminaba por las calles una bella muchacha de proporciones perfectas a excepción de un detalle monstruoso: del tope de su cuello nacían dos cabezas. La joven limosnera andaba de puerta en puerta recibiendo la piedad de sus vecinos ante “el insólito espectáculo que ofrecía su presencia”. Una editorial española tomó esta metáfora para designar a una de sus colecciones editoriales La Muchacha de Dos Cabezas, en tributo a la variedad de pensamientos que -declamaba al menos- ofrecían sus ensayistas.

La metáfora también es apta para describir las dos cabezas que han estado gobernando al pueblo palestino durante la última década: la cabeza de Fatah -laica, nacionalista, negociadora- y la cabeza de Hamas -fundamentalista, islamista e intransigente-. La fractura política y geográfica entre Gaza y Cisjordania ha sido espejo de una oportunidad y un desafío para Israel. La duplicación de cabezas en el cuerpo político palestino ha debilitado la amenaza de un frente unificado en un escenario de confrontación, pero a la vez, ha afectado las posibilidades de un proceso de paz en un escenario de negociación, al erigirse ante Israel una entidad bicéfala con ideas distintas y en permanente estado de tensión respecto de la coexistencia palestino-israelí.

Ambos movimientos nunca hasta el momento han logrado hacer perdurar alguno de sus pactos de unidad. Ya lo han intentado en el pasado, infructuosamente. Para dos grupos que “apenas pueden ponerse de acuerdo en el color del humus” (Jonathan Schanzer) ha resultado bastante exitoso el acuerdo alcanzado el mes de octubre último. ¿Sobrevivirá a la larga? Es difícil, y bastante insensato, hacer predicciones en el rubro del análisis político. No obstante es menos complicado intentar entender el pasado. Entonces toma preponderancia una pregunta relevante: ¿por qué las partes lo han negociado?

Mahmoud Abbas, por el lado de Fatah, es un presidente con mandato agotado e imagen deplorable. Aunque ha coqueteado con la violencia, y en ocasiones la ha incitado, mayormente se ha separado del legado híper-violento de su antecesor, Yasser Arafat. Al asumir funciones, gradualmente trocó terrorismo por internacionalismo: vale decir, abrazó una diplomacia agresiva que buscó hostigar y aislar a Israel mundialmente (votaciones hostiles en la ONU, la campaña BDS) a la par que aspiró a insertar al aún inexistente estado palestino como un legítimo actor global, al pujar por su integración al sistema de las Naciones Unidas y la acreditación con rango de embajada de sus delegaciones internacionales en los países anfitriones. Aunque no exenta de algunos éxitos simbólicos, esta estrategia de internacionalización de la causa palestina no le valió el resultado práctico esperado: la completa rendición de Israel ante la ganada estatidad palestina.

Para el cambiante liderazgo de Hamas, con Isamel Hanyeh y Khaled Mashal en la jefatura, la administración de diez años de duración de la entidad gazatí resultó traumática. Incapacitada de llevar al pueblo palestino hacia un destino de paz, lo arrastró hacia los infiernos de la guerra. No una, sino tres veces en pocos años. Una economía estropeada, altas tasas de desempleo, pobreza extrema, represión absoluta y descontento popular han marcado su gestión. Regionalmente ha cambiado también de patrones y protectores políticos, con un variopinto desfile que convocó a Irán, Qatar y Turquía. El Hamas aspira a deshacerse de la monotonía de la gobernabilidad para dedicarse a la más épica misión de la guerra. Su modelo es el del Líbano y Hezbolá: que Fatah se ocupe de poner cloacas mientras él se concentra en la Jihad. Le permite a Fatah el acceso a Gaza mientras pretende él mismo entrar a Cisjordania. Abbas podrá reclamar hasta el fin de los días el desarme de este grupo terrorista fundamentalista; eso Hamas no lo concederá. No va a renunciar a sus veinticinco mil combatientes ni a sus túneles ni a su arsenal.

 ¿Dónde deja esto, entonces, parado a Israel? Anhelante de la paz, presionado por los desafíos de la guerra, contempla con una mezcla de expectativa y estupor -como nuestro profesor veneciano hace cientos de años- a esta muchacha de dos cabezas que se golpean entre sí.

 

 

 
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