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| miércoles noviembre 6, 2024

El bramido islamista de Yusuf Jalil


Quizás el momento más colorido e insólito de la saga AMIA tras el asesinato de Alberto Nisman fue el que tuvo lugar el pasado diciembre con ocasión del arresto de Yusuf Jalil, un musulmán argentino relacionado con el complot del memorando. Llevado esposado hacia un vehículo policial, el acusado elevó sus manos al cielo y gritó tres veces Alahu Akbar!” (“¡Alá es Grande!”, en árabe), despertando la sorpresa de quienes lo rodeaban. ¿Por qué habría Jalil de proferir el grito de los yihadistas en ese momento? Esa profesión de fe es usual entre los feligreses mahometanos, sean pacíficos o violentos, radicales o moderados. Pero ha sido adoptada por los guerreros santos como lema de combate. Eso mismo gritan los terroristas fundamentalistas antes de realizar un atentado en cualquier lado. Es la exclamación de los mártires en el instante previo a su muerte. Es su frase final antes de ingresar al Paraíso.

Jalil ingresó a una cárcel, en cambio.

Este nexo entre Irán y la Argentina tuvo un programa de radio llamado Al Anur, tutelado por la mezquita At Tauhid del bajo Flores, cuyo máximo referente ha sido el jeque Abdul Karim Paz, que contó entre los suyos a Mohsen Alí y entre sus habitués al piquetero Luis D’Elía y al líder de Quebracho Fernando Esteche. Debatí con casi todos ellos en varios programas de televisión años atrás. Nunca pude entender que argentinos, musulmanes o cristianos, defendieran a un régimen teocrático responsable del asesinato de compatriotas en nuestro suelo. Pero eso era exactamente lo que hacían. Ya estaban bajo la lupa del fiscal Nisman, quien en un informe de 2006 decía:

Argentina fue infiltrada por el servicio de inteligencia iraní, que a mediados de los 80 comenzó a establecer una vasta red de espionaje que se convirtió en un servicio de inteligencia completo compuesto por la Embajada iraní y su Oficina Cultural en Buenos Aires; elementos extremistas asociados a las mezquitas chiíes At Tauhid en Floresta (…)

Una figura crítica de esta mezquita fue Mohsen Rabani, posteriormente secretario cultural de la embajada iraní en Buenos Aires. Hoy tiene un pedido de captura internacional por su participación en el atentado contra la AMIA y está refugiado en la República Islámica de Irán.

Justo esta semana, en vísperas de un nuevo aniversario del asesinato de Alberto Nisman, dos desarrollos en Europa pertinentemente ponen sobre la palestra las acciones terroristas globales del régimen de los ayatolás. Las autoridades alemanas informaron el martes de que estaban buscando por todo el país a diez espías iraníes miembros del grupo de élite Al Quds, que habían estado observando potenciales objetivos israelíes y judíos; jardines de infantes incluidos. Y en Bulgaria abrió el miércoles el juicio en ausencia contra el libanés-australiano Meliad Farah y el libanés-canadiense Hasán el Haj Hasán, quienes según los fiscales tenían vínculos con el movimiento terrorista chiita libanés Hezbolá (creado y patrocinado por Irán) por su participación en el atentado contra turistas israelíes en la localidad de Burgas, en 2012, junto con el franco-libanés Mohamad Hasán el Huseini, quien detonó los explosivos.

¿Habrá El Huseini gritado Alá u Akbar en los instantes previos al ataque, como Yusuf Jalil al momento de su arresto? No lo sé. Y está claro que Jalil no fue acusado por acciones terroristas. Él apenas era un apologeta de un régimen terrorista. Un nexo nomás. Aun así, ese bramido islamista de mártir condenado lo conecta brutalmente con todo el horror de la yihad chiita que los ayatolás han estado llevando adelante por muchos años en la Argentina, Alemania, Bulgaria y mil lugares más.

 
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