Fue Boecio quien escribió que ´´el instante que pasa hace al tiempo, el que se queda concierne a lo eterno». En ese quedarse, permanecer, el filósofo veía lo que merece nuestro recuerdo y siempre parece igual a sí mismo, pues no lo afecta la herrumbe de las horas ni la dilución constante de los minutos que gotean al irse como un agua irreversible. En hebreo eso que es, se supone, eterno, lleva el precioso nombre de netzaj ( xacen = 148 = 116 + 32 = heazh a}האזה bl) que por su guematria o valor numérico nos conduce a la expresión leb be-zman hazéh, cuyo significado es «en el corazón de este momento», «en el corazón de este presente.» De manera que el presente, un presente continuo, sería lo más parecido a la eternidad. Sin embargo, pareciera como si esa explicación no fuera lo bastante clara ni exhaustiva, bien porque lo eterno sea indefinible, bien porque el presente está continuamente convirtiéndose en pasado.
Necesitamos, pues, alguna otra clave de aproximación a la eternidad. Como siempre, está más cerca de lo que nos parece: netzaj contiene, en su seno, otras dos palabras. La primera es netz ( נץ ), florescencia, y la segunda jen ( }x ), gracia, lo cual significa que aquello que es eterno está siempre floreciendo en señales de gracia. Desde luego que hay, en el citado vocablo, más puntos significativos. Pero ya parece mucho más accesible a nosotros esta verdad psicológica y hasta cosmológica: florecer es abrirse, y acceder a la gracia descubrir que no somos ni los primeros ni los últimos que han tenido la intuición de que existe una realidad inmutable, eso que los japoneses llaman ´´una sabiduría inmóvil». Aunque más no sea que como consuelo, como gratificación a los incontables esfuerzos por alcanzarla. Las huellas de su existencia están allí. Son muchas las historias de maestros orientales y occidentales que se refieren al encuentro con lo eterno. Algo implosiona en nuestra mente y las cronologías se desmoronan, vuelan las fechas, desaparecen el esfuerzo y la codicia: aquello que buscábamos siempre estuvo allí, nos enhebra, nos hila y por fin nos ilumina por dentro. En el camino hacia esa experiencia han pasado muchas cosas, la menor de las cuales no es la palabra, el vocablo que desprende su polen de maravillas en el momento exacto.
Los místicos chinos sostienen que «con esfuerzo no se logra el Tao, sin esfuerzo tampoco». Lo que, no obstante, resulta evidente a los buscadores, es que necesitamos ponernos en marcha sin hacerle ascos a las dificultades. El tiempo, los tiempos, quedan abajo, en las semillas, las raíces y los minerales que las alimentan, en tanto que la eternidad que han estado empujando hacia arriba se revela en continuas florescencias, perfumando las eras, los ambientes, las estancias que atraviesa nuestro ser agradecido. Ahora mismo.
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