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| miércoles diciembre 25, 2024

Recuerdos manipulados


Una encuesta de una universidad alemana devela que la misma proporción de alemanes (un 18%) que dice que sus antepasados apoyaron al nazismo asevera que los suyos ayudaron a los judíos. El mismo porcentaje sostiene que Alemania no tiene ninguna responsabilidad moral por aquel régimen. Seguramente estas opciones responden a la “memoria oficial” que las familias elaboraron para justificar ante sus descendientes las actitudes de una era oficialmente reprobada. Sin embargo, como se titulaba la noticia, se trata de “recuerdos fraudulentos”. Si hubo la misma cantidad que ayudaron a los judíos que los que lo hicieron al nazismo, tendríamos una cantidad millonaria de “Justos Entre las Naciones” alemanes, personas de las que sobrevivientes hubieran dado testimonio de su ayuda desinteresada. Pero sólo hay reconocidas 510 (incluido el famoso Oskar Schindler), que colocan a Alemania en el undécimo lugar por países. Es probable que la coincidencia estadística apunte a que se interprete la “ayuda” de manera tan laxa como, por ejemplo, el haber comprado bienes valiosos de judíos a precios insignificantes. No hay disonancia entre estos expolios y la militancia nazi más fervorosa.

Ojalá el problema de la “memoria selectiva” fuera sólo alemán. Polonia ha promulgado la amnistía de las culpas colaboracionistas, desatando de paso una ola de antisemitismo que no se veía en el país desde las acusaciones de deslealtad por parte de los líderes títeres soviéticos en 1968. Y no es el único caso: Hungría, Lituania o Ucrania también intentan redibujar sus propios recuerdos resituándose como víctimas absolutas. Incluso Bulgaria, que protegió gracias a la acción de la iglesia ortodoxa a sus judíos, no tuvo reparos en ocultar durante décadas el trágico destino de los judíos de la Macedonia ocupada por los nazis, pero regentada por los aliados búlgaros. El “photoshop” de la historia propia no tiene nada que envidiarle al negacionismo del Holocausto más obtuso, que seguirá reforzando sus mentiras incluso de cuantas más evidencias disponga.

La primera definición del recuerdo es traer a la memoria algo percibido o conocido. Los que no llegamos por edad a vivir aquellos trágicos días en primera persona, heredamos los recuerdos de otros, por lo que “recordamos el recuerdo” y no el suceso. Y cuando dejamos que los políticos manipulen y capitalicen los recuerdos de esos otros para sus propios fines, aceptamos situarnos en el mismo camino que llevó al país más intelectualmente avanzado de su época a sumergirse en el infierno más abyecto, de cuya memoria aún sigue renegando en lo más íntimo.

 

 
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