Allá por 2012, el ex ministro de Defensa de Israel Moshé Boogie Yaalón me dijo que la paz entre israelíes y palestinos no tiene por qué ser instantánea; que, a pesar que vivamos en una época en la que se exige la satisfacción casi automática de casi cualquier necesidad, una paz tan complicada debería llevar algo más de tiempo y precisar más paciencia.
Este tipo de razonamiento es visto por algunos críticos como una excusa para la perpetuación de un estado de cosas que favorece a Israel y perjudica a los palestinos. Pero, ciertamente, considerando todos los intentos y todas las fórmulas que se han probado desde el año 1991, quizá,como ya hemos comentado, la paz requiera otros enfoques y otros tiempos. Eso es lo que planteó ante el Comité de Asuntos Exteriores del Congreso de los EEUU el analista del Washington Institute for Near East Policy Gaiz al Omari el pasado 14 de febrero. Omari señaló que, ante el nuevo plan de paz que la Administración Trump va a proponer –tenía que haber salido a principios de año, según el calendario de la propia Casa Blanca–, sería más conveniente no proponer altos objetivos y, en su lugar, preparar las condiciones para una negociación fructífera.
Omari es claro, y tiene razón: es mejor crear unas condiciones sólidas para las negociaciones que fijar objetivos ambiciosos y arriesgarse; hay demasiado en juego. Un nuevo plan de paz que primero genere esperanzas y luego fracase y desemboque en más violencia sería mucho peor que la situación actual. La Administración Trump ha estado en modo escucha este último año, y aunque ciertos medios filtraron posibles detalles de su plan, no hay nada oficial aún.
Las propuestas de Omari (aliviar la ocupación militar en Cisjordania, canalizar la ayuda humanitaria a Gaza a través de la Autoridad Nacional Palestina, seguir apoyando y formando a las fuerzas de seguridad palestinas y mejorar la gobernanza de la propia ANP) tienen todo el sentido, y más aún teniendo en cuenta la posición de los dos principales actores de este drama: Mahmud Abás y Bibi Netanyahu.
En este sentido, la decisión de Trump sobre Jerusalén –no definió el status final de la ciudad y resaltó una obviedad, que ni los propios palestinos niegan: Jerusalén Occidental será parte de Israel– ha provocado la ira en la ANP. En teoría, el presidente Abás ha cortado las conversaciones con los EEUU en lo relativo al proceso de paz, pero ha sido sólo postureo. El otro día, en su comparecencia ante el Consejo de Seguridad de la ONU, Abás fue duro con Israel, como se esperaba, y pidió aplicar el plan saudí del año 2002, que es una base real y asumible sobre la que negociar una paz posible y duradera. Pero Abás está poco legitimado para hacer concesiones. Un 77% de los palestinos opina que la ANP es corrupta y el rais sólo tiene un rating de aprobación del 31%. Hamás aprovechará cualquier pestañeo de Abás para incendiar Cisjordania, y, ante la falta de un sucesor claro, el vacío de poder en la ANP puede resultar la peor de las pesadillas, tanto para los palestinos como para los israelíes.
Tampoco Netanyahu tiene mucho margen: lidera una coalición de Gobierno muy inmovilista, con poca intención de hacer concesiones a los palestinos en un acuerdo de paz, y los escándalos de corrupción le atosigan.
Realmente, ambos líderes parecen más cómodos con la coyuntura actual que con un escenario en donde tengan que sentarse a negociar.
Ni EEUU, ni Israel ni la ANP quieren otra vez un escenario parecido al de la Segunda Intifada; no obstante, las condiciones sobre el terreno para relanzar el proceso de paz son insuficientes. Otras medidas, además de las propuestas por Omari, podrían ser las siguientes: continuar la colaboración entre israelíes y palestinos en proyectos públicos y privados; atajar la corrupción en la ANP para que disminuya la desafección creciente de los ciudadanos palestinos hacia sus instituciones; reconocimiento de Israel y abandono pleno de todo intento de destruirlo por parte de Hamas; permitir el acceso económico de los palestinos al Área C de Cisjordania, o ceder más control en el Área B a la ANP.
No sabemos aún qué contiene el plan de paz que va a proponer la Administración Trump, que, de acuerdo con su enfoque regional, puede ser exitoso; sin embargo, quizá la paz no dependa exclusivamente de grandes planes y de conferencias internacionales al efecto, sino de pasos cotidianos y valientes –y, como me dijo Boogie, de más tiempo– para que ambas partes se comprometan a una paz duradera y justa.
Mucho me témo que ésa tan anhelada «paz» seguirá siendo una méra quiméra, en tanto permanezca por parte arabe, esa renuencia mas o menos encubierta, a reconocer los derechos históricos que asisten a Israel en existir sobre el territorio que desde hace aproximadamente 70 viene ocupando … mas allá de conjeturas «favorables» cambios de gobierno, o disposicion al dialogo del lado»palestino» …