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| miércoles diciembre 25, 2024

Responsabilidad


No sé si hay otro idioma como el hebreo, cuya propia estructura sea capaz de moldear la identidad de sus hablantes. Tomemos por caso la palabra “responsabilidad”, que en las lenguas derivadas del latín se construye a partir de “respuesta”, “dar correspondencia a lo prometido”, definición que nos sorprende al analizarla por su alto contenido político actual. ¿Cuántos calificarían justamente de “responsable” la correspondencia del presidente Trump a su promesa de trasladar la embajada de su país a Jerusalén?

En hebreo, el vocablo equivalente es “ajraiút” y surge de una raíz muy distinta, ya que las letras básicas que la constituyen (alef – jet – reish) sirven de cimiento a una serie de palabras con significados aparentemente diferentes, pero que permanecen semánticamente emparentados. “Ajer” es lo diferente o extraño y por ello relegado: va detrás (“ajora”), después del resto (“ajrei”), más tarde (“me-ujar”) o directamente al final (“ajarit hayamím” es el final de los días, el apocalipsis).  Todas estas acepciones (y más, como “ajará”, la popa de una embarcación; “ajarón”, último; etc.) tienen un denominador común de posicionamiento. Lo que sorprende es la vinculación con la citada “responsabilidad”. ¿Por qué ha de situarse por detrás o en último término?

La interpretación correcta es inversa al sentido común del español. Una de las razones de los éxitos militares israelíes mucho antes de disponer de armas sofisticadas, cuando hace 70 años el naciente estado no era más que un grupo de personas sin preparación ni arsenal para defenderse del ataque de varios ejércitos profesionales, fue el concepto del liderazgo. A diferencia de la mayoría de fuerzas armadas, los líderes de mayor graduación no observaron la escena desde posiciones seguras, sino que fueron los primeros de la fila. El grito de guerra era “ajarái”: detrás de mí, síganme. Y si bien esta formación supuso la pérdida de muchos de los mejores combatientes, logró insuflar la moral necesaria para enfrentarse a una suerte marcada por posibilidades muy escasas de triunfar o aún sobrevivir. Quedó claro a fuego y sangre como seña nacional que el “responsable” no era quien cumpliera con una promesa, sino quien se arriesgara a ir por delante y señalar el camino a los demás.

¿Alguien podría imaginar a Moisés frente a las aguas abiertas del mar indicándole a un subalterno: “tú ve cruzando con los demás que ya os alcanzo”? Está claro que no vivimos tiempos bíblicos ni ejemplares, pero no estaría de más que, para variar, algunos políticos relevantes se pusieran primeros en la cola de los sacrificios, que hoy día ni siquiera pasan por poner en peligro la vida sino sólo el relleno de sus bolsillos.

 
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