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| martes diciembre 24, 2024

La fuerza del que escucha


Abu Moses vendió durante cuarenta años toallas en el desierto. En compañía de su camello Montañita recorría oasis y caseríos para seducir y convencer a los nómades de las ventajas de la higiene. Lo conocían por Al Yehud, el Judío. Y también por Al Huruf, el Letrado, en alusión a su manía de escribir en la arena siempre la misma palabra hebrea: shemá , oye, escucha. Abu Moses tenía los ojos rayados por las tormentas y ventiscas y unos lóbulos tan largos y flotantes que se lo hubiese tomado por un meditador budista de no ser por su inequívoco y aguileño perfil judío. Sus manos eran tan oscuras como atezado su rostro. De estatura media y piernas poderosas, Abu Moses adoraba en la oscuridad del café la belleza de la noche y en la transparencia del té el adiós de los crepúsculos. Sabía unas pocas oraciones de memoria que no cesaba de repetir al ingerir sus magros bocados, empleando para ello una voz rápida y aguda. Al cabo de esos cuarenta años de trashumancia había registrado en su memoria tantas voces, sonidos, susurros y goteos, que los habitantes del desierto se fiaban de sus pronósticos y sugerencias para desplazar sus rebaños o desviar sus caravanas. Cuando aparecía sobre una loma, su sombrilla de color azafrán alegraba la vista de cualquiera porque Abu Moses, el de ojos rayados por las tormentas, traía envuelto entre sus toallas el acariciante silencio de la paz.

De vez en cuando sus clientes le preguntaban:

-¿Por qué escribes siempre la misma palabra, Abu Moses?

-Para no abismarme en mis propios pensamientos-respondía el vendedor de toallas-. Las soledades que atravieso están tan llenas de canciones de brisa y quejidos de viento, de reclamos de águilas y puntuaciones de insectos, que he llegado a oír, en la quietud del amanecer y en el amoroso frotarse de las lagartijas, las verdes promesas de la primavera. En una ocasión he oído el nacimiento del oro en las vetas de las rocas, y en otra  el  caminar de la lluvia entre las dunas. Una mañana, hace de esto mucho tiempo, oí la abertura cristalina de arena bajo los cascos de cien caballos y ese mismo día la potencia del Unico en el retumbar del trueno. Puedo, si me lo propongo, pero no hay palabras para hablar de ello, diferenciar más de diez tonos en un mismo sonido y hasta diez sonidos diferentes en un mismo trino. Porque oír, lo que se dice oír bien es, creedme, un arte extraño, en el que al principio esperas hallar en cada cosa el eco de tu propio nombre y al final descubres que en el desierto nadie dice el suyo.

-¿Cómo es eso?-inquirían los interlocutores de Abu Moses.

-Muy sencillo: tan transparente es el cielo del  desierto y tan hondo su vacío que bajo su cúpula el yo desaparece en cada una de tus respiraciones. Estás tan atento esperando que algo rompa la aparente monotonía de tu marcha que la menor variación de color en el paisaje o el más mínimo rumor de una acacia que cruza sus ramas insinúan cien respuestas antes de que hayas formulado tú la primera pregunta.

-¿Y qué dicen esas respuestas?

-Oh, dicen casi siempre lo mismo: ´´Escucha, oh Israel, nuestro Dios es Uno.´´

-¿Eso es todo?

-No, claro que no- También dicen:´´Deja que tu ojo siga a tu oído, no vaya a ser que tu pupila confunda a tu oreja y vayas a donde no debas para hallar lo que no te corresponde.´´

 

La invocación del Deuteronomio 6: 4  : ´´Escucha, oh Israel, el Eterno, nuestro Dios, es  Uno´´, tiene tantos niveles de interpretación como sonidos diversos sus palabras. En principio, el shemá ( (m$ )o escucha puede leerse como shem ( {$) nombre , y ain ( ( ), el ojo, de ahí la recomendación de que la vista debe suceder al oído y no al revés .Por otra parte, y debido a su valor numérico, shemá ( (m$ = 410 = $wdq )o escucha equivale a kadosh, lo santo, lo sagrado. Todo es, al mismo tiempo que Uno,  santo y sagrado. Digno de admiración y respeto. Aliterando shemá  podemos obtener la voz emas ( &m( ), cargar, estibar, de donde y para que nuestro fardo sea menos pesado debemos ´´oír´´lo que transporta, mirarlo, por así decir, al revés. En cuanto al Uno divino, ejad ( dx) ), algunos maestros lo interpretan, a nivel humano, como Aquél que es aj ( x) ), hermano, pariente,   jad ( dx ) sutil, delicado, filoso y fino de todo lo que existe. Bien mirado, entonces, especies y especias son  sutilmente fraternas bajo el cielo azul del Padre

 
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