Vladimir Putin.REUTERS
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, está empeñado en una cruzada personal para acabar con el proyecto de la Unión Europea (UE) y, de paso, debilitar a la OTAN, dividir a los socios europeos de los Estados Unidos en el continente y convertir a su nación en la primera potencia del mundo. El proyecto, pese a lo descabellado que pueda parecer a algunos, tiene muchos visos de convertirse en una realidad si los europeos no son capaces de unirse contra esta amenaza y hacer frente al gigante ruso. O los europeos se unen para poner coto a la descarada injerencia rusa en sus asuntos o Rusia acabará convirtiendo el continente en un escenario plagado de conflictos. Y, quizá, sumido en una crisis irreversible que le abocará a una cotundente decadencia.
A la estrategia cibernética de influir en los procesos electorales de Occidente para desestabilizarlo, tal como se ha visto y comprobado con todo lujo de detalles en el Brexit y en la campaña electoral norteamericana -aupando a uno de sus supuestos aliados en la escena: Donald Trump-, se le vienen ahora a unir las sospechas (con pruebas evidentes) de que Rusia podría estar apoyando los procesos de secesión en España y otras partes del continente.
Moscú lleva años practicando el divide et impera en todo lo que fue la antigua periferia del «imperio» postsoviético. Primero atacó a la recién independizada República de Georgia, en 1991, alentando la independencia de las «repúblicas» fantoches de Osetia del Sur y Abjasia, para evitar el acercamiento de las nuevas naciones nacidas tras la desaparición de la Unión Soviética a la órbita de la Unión Europea y la OTAN.
DE LA REPÚBLICA DE MOLDAVIA A UCRANIA
Después le llegó el turno a la República de Moldavia, que había mostrado su interés en unirse a la madre patria, Rumania, con la que comparte acervo cultural, lengua e historia común de siglos, y alentó la independencia de la «República de Transnistria», una minúscula entidad política en la que se atrincheró la minoría rusa de este país con la ayuda del XIV Ejército de Rusia. Rusia causó una mini guerra civil en este país que provocó unas 20.000 víctimas mortales, miles de desplazados y refugiados y llevó a la economía moldava a un colapso del que todavía no se ha recuperado. Tampoco ha recuperado su integridad territorial y al día de hoy la «República de Transnistria» sigue causando problemas a Moldavia, que nunca ha ocultado sus anhelos por integrarse en la UE y la OTAN, algo que causa muchas suspicacias en Moscú -que se opone claramente-.
Ya en la era Putin, Rusia intervino con virulencia y furia de nuevo contra Georgia, en el año 2008, cuando este país quiso recuperar por la fuerza -en una decisión quizá errática y sin examinar la fuerza con la que se iban a enfrentar- Osetia del Sur y expresó claramente sus intenciones de entrar en la OTAN y la UE, objetivos todavía no abandonados, por cierto. Georgia sufrió centenares de víctimas mortales -3.000, segùn fuentes rusas-, 100.000 desplazados internos y numerosos daños materiales y económicos. El país sigue al día de hoy dividido por la presencia rusa en Abjasia y Osetia del Sur y miles de refugiados de esos territorios siguen esperando en improvisados campos «provisionales» de refugiados el regreso a casa. Seguramente, mientras esté Putin en el poder, nunca regresarán a sus antiguos hogares.
Luego, en esta espiral intervencionista de Rusia en toda esta zona antaño territorio soviético, le tocó el turno a Ucrania. En el año 2014, tras un periodo de graves turbulencias políticas en Ucrania, Moscú fomenta la independencia de la península de Crimea y alienta que el parlamento de esta región declare unilateralmente la independencia ilegal de este país, a la que a renglón seguido se le vendrá a unir la adhesión a Rusia. Se trataba de la primera intervención rusa después del final de la Guerra Fría y en la misma participaron fuerzas estacionadas en la base marítima que Moscú posee en el importante puerto que tiene en esta región, Sebastopol, junto a otras fuerzas llegadas de fuera. La anexión de Crimea, a pesar de la oposición a la misma por parte de casi toda la comunidad internacional, estaba servida y, paradójicamente, le sirvió a Putin para ganar una gran popularidad en su país y seguir arrasando en las elecciones sin rivales que le hicieran frente en el camino hacia su reelección permanente.
Más tarde, y ya sin careta, Moscú apoyo la secesión de las provincias ucranianas de Donetsk y Lugansk, donde milicias prorrusas armadas descaradamente por Putin provocaron una sangría y desafiaron abiertamente a Kiev, proclamando su independencia y estableciendo un «corredor humanitario» con Rusia para proveerse de armas, alimentos y todo lo necesario para mantenerse como entidades políticas independientes ajenas a Ucrania. Ante este desafío de Moscú, que pretendía claramente evitar la emergencia de Ucrania como potencia y su acercamiento a Europa, la UE y los Estados Unidos reaccionaron imponiendo duras sanciones a Moscú, que lejos de debilitar a Putin le fortalecieron como un líder desafiante y combativo ante su pueblo.
También parece claro el apoyo de Rusia a los secesionistas serbosnios, que aspiran a romper Bosnia y Herzegovina y crear una entidad política serbia separada de los croatas y los bosnios, con los que fueron obligados a vivir en un mismo país a raíz de los acuerdos de Dayton firmados en 1995. Rusia pretende crear problemas a cualquier coste a la UE y los Estados Unidos, que tratan de salvaguardar la integridad territorial de Bosnia como mal necesario para no incendiar los Balcanes, y parece demostrado que alienta el proceso de secesión en ese país, tanto por medios políticos como materiales (envío de armas mediante), según informaba un think thank norteamericano en sus páginas web: https://www.fpri.org/article/2018/03/bosnia-russian-chopping-block-potential-violence-steps-prevent/.
Desestabilizar la UE por todos los medios, incluyendo crear problemas en la periferia de la misma e incluso dentro de sus Estados, es el objetivo principal de la estrategia rusa en el continente, de tal forma que se haga imprescindible para gestionar los conflictos, pero también para recuperar esferas de interés político y económico en esas áreas y obtener un sólido liderazgo en la escena internacional.
Los recientes ataques con armas químicas contra disidentes rusos y opositores a Putin en el Reino Unido revela hasta que punto ha llegado la osadía del máximo dirigente ruso y la prepotencia con la que examina a los europeos, a los que siempre ha desdeñado y despreciado sin rubor ni muestra de vergüenza alguna. La respuesta del ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, acerca de este asunto ha sido altanera, cínica e incluso con un tono socarrón, como reconociendo su fechoría de una forma burlona. Revela hasta donde está dispuesta a llegar Rusia en su pulso con Occidente. Rusia es ya el principal enemigo de los intereses de Occidente en todos los frentes, desde Siria hasta Venezuela pasando por Corea del Norte, Cuba y la periferia antaño postsoviética. ¿Habrán comprendido los dirigentes europeos y norteamericanos la magnitud de la afrenta en la que estamos inmersos o seguirán divididos como hasta ahora sin comprender la amenaza real?
Demoníaco podrite, te espera el infierno .